Al Gobierno le han abierto ahora una puerta giratoria que es una puerta a la ventisca, un socialista enchufado en Iberdrola justo cuando llega el frío como una ardillita con su castaña de pobre y el recibo de la luz nos devuelve a Altamira, a tener que calentarnos y entretenernos con tizones y apretujones. Antonio Miguel Carmona no es nadie en el PSOE, es un particular, pero también lo es ya Iván Redondo y creo que aún le provoca a Sánchez dolores de cabeza o incluso ese insomnio volátil suyo que va y viene con el interés, como la jaqueca de aquellas damitas casaderas. Carmona no sólo nos ha enseñado qué es una puerta giratoria como si lo hicieran en Barrio Sésamo, sino, sobre todo, cuánto vale hoy una agenda socialista siquiera de tercer nivel, o una boca socialista de tercer nivel cerrada, que no sé qué es peor. Por su parte, Iván Redondo se ha revelado definitivamente tonto en 'Lo de Évole', degradando aún más el producto que deja en la Moncloa. Sólo falta que Ábalos haga algo para que el pasado remate su venganza como con una estampida de mamuts descongelados.

Cuando Carmona era político se quejaba de que "ya no son puertas giratorias, son tejados", ahora está él ahí, como el carpintero de todo eso

Carmona, que no llegó a nada y tampoco era ya nadie, que sólo estaba ya para tertuliano de las tortas o de los pelos, resulta que vale medio millón de pavos anuales. Es el mercado, amigo, que diría Rato, pero el mercado no sabemos si quiere un socialista para fastidiar a Sánchez, para bombardear a Sánchez, para hablar con Sánchez o para que no hable de Sánchez. Cuando Carmona era político, que iba hasta de dandi de la política, como a los toros del socialismo purista, decía “yo no tengo precio” y se quejaba de que “ya no son puertas giratorias, son puertas, ventanas, tejados...”. Ahora está él ahí, como el carpintero de todo eso, en los frescos vestíbulos y altos voladizos que comunican la política con el negocio, deshojando las hojas otoñales del logo de Iberdrola sobre Sánchez, sobre Villarejo o sobre sus palabras antiguas, que quedan cubiertos igual que lápidas.

A lo mejor con Carmona se ha usado la puerta giratoria como bumerán contra el Gobierno, o sólo es el mecanismo de control habitual con ese particular que sigue con el picorcillo político, como Pablo Iglesias o el propio Iván Redondo. Ninguno de ellos es nada ya en política, pero están entre la memoria y la desmemoria, entre la pose y la venganza, como si fueran la Pantoja, y eso hay que controlarlo. A Carmona lo han comprado no como un lujo caro sino como se compra a un tieso, Iglesias vuelve a tener ese púlpito de caja de botellines que ya no tenía (el del Gobierno era un púlpito sagrado, con fuego de mármol y agua de mármol), y a Iván Redondo le han dado un escape para el ego, que ha sido su perdición porque ahora ya sabemos qué era él de verdad.

Iván Redondo, y no Carmona, sí que se nos cayó aparatosamente del pedestal o del salpicadero como un San Cristobalón socialista. El otro día me preguntaba yo si Redondo sería un comercial de piso alto, un apóstol caído o un Pigmalión que había acabado enamorado de Sánchez como de su David de antebrazos venudos. Resulta que Iván Redondo sólo era un tonto de LinkedIn y un vendebragas con pedagogía, como un poeta muerto (¡oh, capitán, mi capitán!) del vender bragas. Évole, que es más listo, más fino y más letal de lo que será nunca Redondo, se reía de él y el factótum del sanchismo ni se daba cuenta, entusiasmado con sus juegos de manos de animador de crucero, con sus analogías de Templo Kundalini, entre el happy ending y el “be water, my friend”, con su inglés como un latín de sacristán, su inglés magufo y ridículo de Pantomima full o del Javier Gutiérrez de Vergüenza.

Redondo era un prodigio de seguridad en la inconsistencia y de orgullo en el ridículo en el que uno no podía evitar ver a Sánchez, su gran obra

A Iván Redondo, hombre más poderoso del país o sólo personaje de Dilbert o The office, se le pillaban todas las contradicciones sin más que dejarlo hablar, pero todas las solventaba igual: ignorándolas y dejando un latiguillo. Era un prodigio de seguridad en la inconsistencia y de orgullo en el ridículo, un prodigio en el que uno no podía evitar, por supuesto, ver a Sánchez, su gran obra. Sí, Redondo era sólo un vendedor, nos hubiera vendido a Sánchez o a Cicciolina, como nos vendió igual el buque Aquarius que el video de aquella campaña de limpiar Badalona con Albiol. Es un vendedor que no se cree lo que vende o que se cree todo lo que vende por igual, porque todo lo considera la misma sustancia vendible y alimenticia, que no es el producto sino él como vendedor.

Uno puede entender que esas contradicciones y lagunas se dejen estar o pasar en el sotanillo de la Moncloa, que atiende a totales brutos y a resultados brutos. Pero no entiendo que Redondo se atreviera a defender su relato increíble, sus contradicciones aparatosas y sus vacíos vertiginosos ante Évole y ante toda España, que se cachondeaban de sus anglicismos / latinajos, de su cienciología de la política y de la avilantez pretenciosa de un cura calvo que vende peines. Lo único que se me ocurre como explicación, “in my opinion”, es la pura mitomanía, o quizá una como erotomanía global. “No existe Rasputín, solo un profesional de Donosti”, dejó dicho Redondo en Twitter. Y daba las gracias al programa que lo había desenmascarado no como falso Rasputín, sino como falso creyente y falso enamorado, como estafador político y sentimental en fin. Pero él no se daba cuenta, o le daba igual darse cuenta.

Sí, claro que hay puertas giratorias, y particulares para acomodar, no ya en una eléctrica o en un conglomerado mediático que se dice ahora, con su cosa de colmena envuelta en papel de periódico, sino para acomodar en sus contradicciones. Las contradicciones de Iglesias las siguen comprando como los botellines sobre los que se alza, y las de Carmona tampoco suponen mucho entre tanto enchufe espasmódico. Eso sí, las contradicciones de Redondo nos recuerdan que Sánchez es obra suya, que sigue en la Moncloa el alumno de un vendebragas con gola, sin escrúpulos ante la mentira ni ante la verdad.

Al Gobierno le han abierto ahora una puerta giratoria que es una puerta a la ventisca, un socialista enchufado en Iberdrola justo cuando llega el frío como una ardillita con su castaña de pobre y el recibo de la luz nos devuelve a Altamira, a tener que calentarnos y entretenernos con tizones y apretujones. Antonio Miguel Carmona no es nadie en el PSOE, es un particular, pero también lo es ya Iván Redondo y creo que aún le provoca a Sánchez dolores de cabeza o incluso ese insomnio volátil suyo que va y viene con el interés, como la jaqueca de aquellas damitas casaderas. Carmona no sólo nos ha enseñado qué es una puerta giratoria como si lo hicieran en Barrio Sésamo, sino, sobre todo, cuánto vale hoy una agenda socialista siquiera de tercer nivel, o una boca socialista de tercer nivel cerrada, que no sé qué es peor. Por su parte, Iván Redondo se ha revelado definitivamente tonto en 'Lo de Évole', degradando aún más el producto que deja en la Moncloa. Sólo falta que Ábalos haga algo para que el pasado remate su venganza como con una estampida de mamuts descongelados.

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