Interdependencia. Sabemos muy bien qué es lo que significa después de estos meses de pandemia, y también qué consecuencias tiene un parón global de la economía con repercusiones políticas y sociales. Ahora, cuando, gracias a las vacunas, creíamos que íbamos a respirar, llegamos al precipicio de otro nuevo golpe. Otra vez con la interdependencia en el centro, estamos ante una crisis sistémica, no coyuntural, causada por la escasez de suministros y minerales –consecuencias de la pandemia por el cierre de fábricas en Asia, pero también por la demanda de tecnología durante el confinamiento— y por el brutal aumento de los precios de la energía.

El que crea que este no es su problema, que lo piense dos veces: estamos hablando de componentes electrónicos básicos

De las alteraciones en las cadenas de suministros, la más grave es la que afecta a los semiconductores, esos materiales que se comportan como un conductor de corriente o como un aislante, dependiendo del campo eléctrico en el que se encuentren. El que crea que este no es su problema, que lo piense dos veces: estamos hablando de componentes electrónicos básicos para la fabricación de electrodomésticos y ordenadores; de partes esenciales en la fabricación de automóviles y aparatos de comunicación y entretenimiento, desde televisiones hasta teléfonos móviles y consolas. No podemos curarnos en un hospital, teletrabajar, viajar o educarnos a distancia sin productos en los que los chips o circuitos integrados son un componente fundamental.

Los materiales semiconductores para fabricar estos circuitos son sobre todo el silicio y el germanio, pero también el cadmio, el litio, el aluminio, el galio y muchos otros. Son los metales y metaloides del grupo de las tierras raras, que no es un lugar, sino unos elementos químicos, un conjunto de 17 materiales repartidos por el mundo, con un altísimo valor comercial y geopolítico.

El gran controlador es China, con más del 80% de su producción, que exporta la mayoría de estos materiales, lo que le proporciona claras ventajas geoestratégicas. En el extremo opuesto está Europa, que importa el 98%. China ha pasado de producir tan solo 44.600 gigavatios de energía eólica en 2010 a multiplicar por diez esa cifra en 2020, con una gran inversión en parques eólicos marinos en el golfo de Bohai, en la costa noroeste. Una buena noticia para el planeta, claro, pero –de nuevo, la interdependencia— mala para aquellos que sufren la crisis de suministros de tierras raras; mala porque esta dependencia de China puede retrasar la transición ecológica y digital en Europa.

Es un contexto en el que juegan la crisis de la UE con Rusia y el enfrentamiento entre Argelia y Marruecos

En esta tormenta perfecta, la crisis de suministros coincide con la del gas. La locura de los precios de la luz se debe en buena medida al aumento de la demanda y la disminución de la oferta de gas, cuyo precio determina el de la electricidad. Es un contexto en el que juegan la crisis de la UE con Rusia y el enfrentamiento entre Argelia y Marruecos. Sobre esta doble tensión geopolítica pesa además la escasez de agua y viento en el verano, con menor producción de energías renovables en Europa.

No hay que explicarle a nadie hasta qué punto esto se ha trasladado al consumidor, frustrado y confuso por los mensajes que anuncian cómo cada día el precio de la electricidad es el más caro de la historia y cómo las tarifas de los tramos de uso eléctrico van y vienen: tras la aprobación de las medidas urgentes, la franja más barata del día se encuentra ahora entre las 15:00 y las 17:00 horas. Primero había que trasnochar para poner la lavadora, y ahora resulta que la mejor hora es durante las telenovelas de sobremesa.

La doble tenaza –Rusia y norte de África— que conspira para disparar el precio de la electricidad subraya hasta qué punto es importante que la UE se esfuerce por lograr una mayor independencia energética. Es una autonomía estratégica clave. No lo demostró así el Gobierno la semana pasada, en la cumbre de los 27, ni en el Consejo extraordinario del 26 de octubre en Luxemburgo, con una posición testaruda que, entre otras cosas, pedía luz verde para poder intervenir coyunturalmente y reformar en solitario el mecanismo de fijación de precios. Una propuesta rechazada por la Comisión y nueve países, que zanjan definitivamente cualquier posibilidad de reformas ad hoc del mercado, porque, aunque fueran temporales, son peligrosas y harían más daño que beneficio.

Sin embargo, en el corto plazo, sí hay margen de actuación para los países. La Comisión dio a conocer el 13 de octubre una caja de herramientas en la que se recogen numerosas medidas. Entre otras, medidas de compensación limitadas en el tiempo y respaldo directo a los usuarios en situación de pobreza energética; o establecer salvaguardias para evitar desconexiones de red; medidas fiscales, cambios de financiación de los sistemas de apoyo a las energías renovables y un largo etcétera de posibilidades.

No es el Pacto Verde la causa de esta situación: al contrario, estamos pagando el precio de no haber actuado antes

En vez de utilizar los márgenes que nos da el marco europeo, sugerimos salirnos del mercado eléctrico y desacoplar las renovables y el gas, creando mercados paralelos, sin explicar cómo funcionan y hasta qué punto se pone en peligro la transición a las energías limpias. Un escenario arriesgado en un momento en el que se suman críticas que culpan a la UE por el Pacto Verde y su objetivo de neutralidad climática en 2050. No es el Pacto Verde la causa de esta situación; al contrario, estamos pagando el precio de no haber actuado antes. Solo hay un camino para la UE: descarbonizar nuestra economía, incrementar la inversión en energías renovables, tecnologías limpias e hidrógeno verde. Es la única vía para aumentar nuestra autonomía energética.

Y en la politiquería de vuelo gallináceo que sustituye a la política de altura, seguimos perdiendo el tiempo con medidas populistas y debates cortoplacistas -en realidad, movimientos pensando en futuras elecciones- en lugar de centrar la atención sobre la encrucijada en la que estamos y buscar, con nuestros socios europeos, las soluciones al reto tecnológico, geopolítico y energético en el que España y la UE se juegan su futuro. Los españoles se merecen un debate sincero sobre este desafío.

Entre el gas ruso y las tierras raras chinas, entre los factores importantes de verdad sobre el tablero económico y político de España y de Europa, ¿sería mucho pedir que el Gobierno aborde con sensatez los asuntos básicos para el bienestar presente y futuro de los ciudadanos?


Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento europeo en la delegación de Ciudadanos