Yolanda Díaz peina a Mónica García, son Gracias, son ondinas, son musas, son mujercitas en pololos, son un anuncio de Anaïs Anaïs, niñas pálidas descansando la mano de piel de ángel y el rodete con limpísima nuca sobre columpios de flores y rubores de otra bailarina amiga. Yo ya había escrito alguna vez de guasa que estas nuevas lideresas se peinaban y se hacían trenzas las unas a las otras, pero resulta que es verdad. Ha contado Yolanda Díaz en Yo Dona que una vez peinó a Mónica García, cosa que a uno no le importaría nada si ella no lo explicara como un acto determinante, definitorio, fundante, político. La mujer peinadora y peinada no ya como paradigma de mujer sino de gobernante. No es que nos gobiernen desde una fiesta de pijamas, sino que la fiesta de pijamas es el fundamento de su política y la prueba de su superioridad.

Yolanda Díaz y Mónica García se peinan, o se columpian, o se depilan, o se suben y bajan cremalleras con risitas y cosquillas y dulce ambigüedad, o lo que sea, que a uno no le importa salvo porque ya digo que la vicepresidenta lo cuenta como mérito político, como virtud, como insignia, como el lazo en el pelo con el que ahora se adorna el último feminismo. La mujer feminista vuelve a ser, extrañamente, flor de gasa, señorita de internado de señoritas, de sombrilla de señorita, de tocador de señorita, de pelo y lazo de señorita, lazos atados y desatados, pelo atado y desatado en el dormitorio de señoritas, muñecas unas de otras, maternales amigas, hermanas de casa de la pradera, de gorrito de dormir, de siete novias para siete hermanos.

La mujer peinadora, como una Virgen de villancico entre cortina y cortina y plata fina, por lo visto es la gobernante total, lo que necesitábamos, lo que nos va a salvar

Yo no vería ni mayor ni menor mérito, ni idoneidad, ni futuro político en dos tíos que se van juntos al fútbol, o a pescar, o a hacer pesas, o a rasurarse, o a ver una peli de gladiadores, aunque si lo cuentan como cualidad política yo empezaría a sospechar que son bobos. Pero he aquí que la mujer peinadora, como una Virgen de villancico entre cortina y cortina y plata fina, por lo visto es la gobernante total, lo que necesitábamos, lo que nos va a salvar. No es ya lo de peinarse, o coserse un botón, o prestarse el maquillaje, sino que hace tiempo que nos están volviendo a hablar de la mujer cuidadora, maternal, nodrizona, casi telúrica en su condición de diosa tribal y casi insultante en su condición de alma tierna y suave. Una cosa, en fin, antigua, cursi, ridícula, esa feminidad entre Degas y dama de la sección femenina, basada en la delicadeza, la paciencia y el costurerito siempre preparado para ellas o para el mundo.

El nuevo feminismo se diría que vuelve a poner a la mujer en el mundo como en un portalito de Belén, o como el cura la ponía en la familia, contrapeso al hombre, de natural rudo, impaciente, agresivo, simple en el fondo. Con la anécdota de peinar a Mónica García, Díaz quería explicar que las mujeres se cuidan entre ellas y cuidan a los demás, mientras el hombre está condenado a competir, a la destrucción testosterónica, al testarazo de las cornamentas. Dicho así, parece casi la misma cosmovisión determinista del machismo, o sea que la naturaleza ya nos ha asignado un papel, como al león o al venado, y por eso ellas se peinan y ellos se pegan. La verdad es que la antropología nos dice que hace mucho que la cultura superó al instinto en capacidad para moldear las conductas y las costumbres humanas, así que ahora Díaz, con peine o con rueca, con vicepresidencia o con virginal, se me aparece a la vez anticientífica, antigua y repipi, lo que deja una cosa rara, como una especie de amish en Vogue.

Yolanda Díaz peina a Mónica Díaz, lo ha contado como algo verdaderamente significativo, emotivo, femenino y creador, como esparcir leche de diosa. A mí ya me despista este feminismo que culpa de todo al patriarcado a la vez que parece reconocerse y gustarse en su sitio natural en el mundo, cuidando y cuidándose. Dijo Mónica García en ese artículo de El País, el del manifiesto de su plataforma, que ese carácter de lo femenino no tiene que ver con la naturaleza ni los genes, sino con el papel que les ha tocado ahora, pero en ese caso supongo que deberían estar rebelándose contra ese encajonamiento, igual que contra otros encajonamientos. Pero, ya digo, no lo entiendo, o serán cosas que se dicen en las revistas femeninas, que son todas horribles como las revistas masculinas: unas huelen a cajoncito de lencería y otras huelen a guantera, y yo diría que en conjunto huelen a mentira de colonia o de porno (quizá me estoy vengando un poco porque nunca me han llamado para escribir en revistas masculinas ni femeninas, y yo creo que hacen bien).

Yolanda Díaz peina a Mónica García, son un barroco de rizos y sedas, son una mitología de barro y gravidez, o son animadoras con feminidad casi machista, de puesta en escena de OnlyFans. Sí, a veces parecen las enfermeras que nos chistaban en el ambulatorio y a veces tienen flasazos de enfermeras de Benny Hill. Iba a decir que son amazonas, pero supongo que las amazonas les parecerán tíos con tetas. No son amazonas ni alegorías, son otra cosa, son feministas Candy Candy o son políticas que han decidido prescindir de la política y tirar con lo que tienen: pelazo.

Yolanda Díaz peina a Mónica García, cosa que me daría igual si no definiera a la mujer como eterna peinadora del mundo, y no significara que su único plan es gobernarnos desde una tonta fiesta de pijamas

Yolanda Díaz peina a Mónica García, las mujeres se cuidan y nos cuidan, hay una fidelidad como magdaleniense (se lo copio a Umbral) a esa colección primigenia de peines de concha y abalorios de cista, a la mujer de molienda y de charla y de despioje en la hoguera. Y resulta que esto es nuevo feminismo y nueva política. No ya señoritas de toda la vida con broche en el pelo y vida en el pelo; no ya amigas de guerra de almohadas, con la sombra de homoerotismo femenino que hay siempre en la ausencia del varón (como hay siempre homoerotismo masculino en la ausencia de la mujer). No, es que todo eso, la mujer tribal y trivial, tópica y maternal, cursi y fantaseada, sean sustancia o base de ninguna política. Yolanda Díaz peina a Mónica García, cosa que me daría igual si no definiera a la mujer como eterna peinadora del mundo, y no significara que su único plan es gobernarnos desde una tonta fiesta de pijamas o desde una mentira de colonia o de porno.