Pocos son los años en los que recuerdo mayor expectación por el contenido del mensaje navideño del jefe del Estado. Durante décadas se han tendido a considerar estas alocuciones como algo puramente protocolario y sin un mayor conceptual que el de reforzar el andamiaje institucional del Estado y las claves de arco que lo sustentan. Discursos de apenas diez minutos que eran consumidos entre vagas referencias a los problemas más acuciantes que en cada momento tuviera planteados la nación, España en el caso que nos ocupa, con esbozos también muy genéricos, dado el mero papel representativo que nuestra Carta Magna otorga al Rey, y poco más. Pero en esta ocasión, al igual que ocurriera en 2020, en pleno azote de la pandemia, o en 2017, con los gravísimos sucesos de Cataluña aún frescos, las cosas también eran diferentes.

Consuelo a los palmeros. La sensibilidad de un monarca, a flor de piel

Como no podía ser de otra manera, y quienes se dedican al minucioso arte de escribir discursos institucionales lo saben bien, Felipe VI ha comenzado con un emotivo y cariñoso recuerdo a los habitantes de la isla de la Palma, durísimamente castigados en sus vidas y haciendas por la erupción maldita de un volcán, que nadie podía prever, y que en apenas tres meses les ha despojado de casi todo en sus vidas y lo que es peor, les ha robado la esperanza. Poco más podía hacer el Rey que garantizarles el apoyo y el respaldo de las administraciones públicas -básicamente en forma de ayudas económicas, que es lo que les importa- y ofrecerles unas palabras de consuelo.

¿Un monarca globalista? ¡Cuánto tonto suelto!

Tras esta introducción, el jefe del Estado entraba ya en ‘harina’ puramente política. Lo hacía para recordar que, afortunadamente, lo peor de la pandemia ha pasado ya, aunque a renglón seguido recordaba la necesidad, imperiosa me permito añadir, de no relajarse. Don Felipe ha alabado el trabajo de médicos y científicos y ha apelado en reiteradas ocasiones a las vacunas como el remedio más eficaz para luchar contra esta nueva y letal amenaza. Subrayo lo de "en reiteradas ocasiones" porque percibo, desde mi experiencia como experto y asesor en materia de comunicación política, un claro mensaje dirigido a esa secta de negacionistas y anti-vacunistas, bebelejías en opinión despectiva de algunos, que se extiende como una letal mancha de aceite por España y por numerosos países desarrollados y que constituyen un peligro real, tanto por la simplicidad de su mensaje conspiranoico, de fácil digestión para millones de personas carentes de una formación y de una información veraz, precisa y no sesgada, y que pueden poner en serios aprietos una pronta recuperación a nivel global y que por tanto deben ser combatidos sin contemplaciones y sin mayor pérdida de tiempo.

Un Rey moderno, un Rey de su tiempo

Mucho me temo que la parte más controvertida de su discurso será la que el Rey ha dedicado a la situación económica. Don Felipe no ha hecho más que reconocer lo obvio: que los indicadores han mejorado notablemente en los últimos meses y que los Fondos Europeos serán la gasolina que permita despegar de nuevo a la economía española. Ha deslizado un dato, con toda seguridad suministrado por los servicios de La Moncloa y del Ministerio de Trabajo, con el que ha adobado estas buenas sensaciones: a día de hoy, puede reconocerse sin ambages que España ha recuperado prácticamente el mismo nivel de empleo que tenía antes de la pandemia. Lejos de quedarse ahí, don Felipe ha hecho gala de una especial sensibilidad al advertir de que no debe olvidarse que, al mismo tiempo, existe un número cada vez mayor de personas en situación de vulnerabilidad. Muchos analistas, residenciados en su totalidad en plumas que simpatizan más con la oposición de derechas que con el gobierno, han querido ver en esta frase una contradicción que en mi opinión no existe. En este punto, don Felipe ha demostrado que es un monarca de su tiempo, por si a alguien quedan dudas de lo rancio de esta fórmula de articular los modernos regímenes democráticos, al hacer un especial hincapié en los retos que las nuevas tecnologías han colocado frente a nosotros y al profundizar en esa nueva realidad que ha impuesto el teletrabajo y a la que habrá que acostumbrarse en los años venideros.

La parte del discurso -no muy extenso, de apenas un cuarto de hora- que más ha molestado a la derecha más ultramontana y a sus periodistas de cabecera ha sido, sin duda, toda la que ha dedicado a la importancia de concienciarnos como sociedad con la igualdad, la sostenibilidad y otros valores cívicos a los que la extrema derecha moteja, de manera falaz y populista, como términos "globalistas". He llegado a leer en Twitter barbaridades como que el discurso del Rey de España parecía haber sido dictado por George Soros, como si el magnate tuviera interés alguno en inmiscuirse en los asuntos de España. Son sandeces propias de gentes, o poco informadas, o con ganas de hacer daño, y en ninguno de ambos casos merecen más comentario.

Se han echado en falta, por lo demás, referencias a la vidriosa e incómoda situación personal y judicial de su padre. A mí me hubieran parecido oportunas, pero me temo que no en el sentido en el que a los que más se están llenando la boca, también con esta crítica, en un sentido muy diferente al de exculpar del todo y rendir pleitesía al Rey emérito… más bien yo hubiera querido que don Felipe reforzara la idea de que la Justicia es igual para todos. Ya lo hizo su padre, hace menos de una década, cuando estalló el escándalo de su yerno, Iñaki Urdangarín. La vida, como se ve, es cruelmente circular.

Puesta en escena

El atrezzo ha sido, en mi opinión, sobrio y correcto. EL jefe del Estado ha apoyado su escenografía con un claro apoyo a la heredera, mostrando una foto de la Reina Letizia y de su hija mayor, la infanta Leonor. Sobre las mesas de cristal podían verse otras fotografías, recuerdos de diferentes momentos de la vida de la Familia Real, como alguna imagen veraniega de Marivent o alguna otra de una de las intervenciones de don Felipe en la ONU o en el Parlamento Europeo. Como de costumbre, las banderas de España y de la Unión Europea en plano de máxima visibilidad y una edición, he buscado el dato minuciosamente, del Boletín Oficial del Estado de las Constituciones Españolas desde 1812 a 1978. En cuanto a simbología cristiana, la justa y necesaria; el llamado Misterio, con un niño Jesús, San José y la Virgen María, de la colección privada de la Casa Real, así como un árbol de Navidad y flores de Pascua.

El Rey reina… ¡pero no gobierna!

Mi balance, en líneas generales, es positivo. No se puede pedir más al jefe del Estado, puesto que nada más puede hacer, como él mismo ha reconocido entre líneas en el discurso, que ceñirse al papel representativo y arbitral que le reserva la Carta Magna. Quienes quieran buscarle tres pies al gato y exigirle, normalmente a gritos, que vaya un paso más allá, lejos de ayudarle, le hacen un flaco favor. Mucho me temo que la mayoría lo saben… y tal vez por eso lo hacen. ¿Quiénes son más republicanos? ¿El gobierno presidido por Sánchez y sus votantes… o tal vez la derecha ultramontana?

¡Feliz Navidad a todos, amigos lectores!

Pocos son los años en los que recuerdo mayor expectación por el contenido del mensaje navideño del jefe del Estado. Durante décadas se han tendido a considerar estas alocuciones como algo puramente protocolario y sin un mayor conceptual que el de reforzar el andamiaje institucional del Estado y las claves de arco que lo sustentan. Discursos de apenas diez minutos que eran consumidos entre vagas referencias a los problemas más acuciantes que en cada momento tuviera planteados la nación, España en el caso que nos ocupa, con esbozos también muy genéricos, dado el mero papel representativo que nuestra Carta Magna otorga al Rey, y poco más. Pero en esta ocasión, al igual que ocurriera en 2020, en pleno azote de la pandemia, o en 2017, con los gravísimos sucesos de Cataluña aún frescos, las cosas también eran diferentes.

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