La ómicron silenciosa parece lo mejor que le podía pasar al Sánchez contemplativo, o sea algo que le puede aportar aún más paz a su paz. Sánchez ya no va a tener que gripalizar el bicho, que es como mandarle el médico del pueblo, con su maletín con serrucho de veterinario del Oeste, en vez de mandarle virólogos, emergenciólogos, buzos desminadores, organizaciones internacionales y vacunas en lecheras industriales. Sánchez ya no va a tener que doblegar más curvas (¿quién doblega las curvas ahora, que no está Simón para acariciarlas con la mano, como a un borreguito o a una gallina, hasta que caían hipnotizadas?). Sánchez ya no va a tener que delegar en la cogobernanza, que le hacía parecer un sustituto de Luis Enrique. No, un virus indetectable acabaría con el problema. En realidad no es así, esta variante sólo elude un tipo muy específico de test PCR. Pero yo me imagino a Sánchez fantaseando con eso, como fantaseando con que habla con Biden por su teléfono de Pocoyó.

Un virus silencioso, calladito, como la oposición. Gobernar sin adversarios, sin problemas, sin ruido, puede ser poco estimulante pero plácido, como tener de novia a una muñeca hinchable. Eso sí estaría bien, tener una muñeca hinchable de oposición, que haga la ola a golpes de compresor, con grandes ojos de fantasía japonesa y la boquita apiñonada en el gesto perpetuo de decir que sí con asombro, agradecimiento y sumisión. Una oposición hinchable y deshinchable, almacenable en el cajón como la novia de plástico o el flotador de plástico... Sería algo así como una oposición optimizada por Marie Kondo. Imaginen a ese Casado de la crispación plegado en una maleta como si fuera el Monchito de José Luis Moreno. Sería una oposición como un acordeón para las fiestas, ahí en el altillo, compartiendo su felicidad aguardante y silenciosa con los adornos de Navidad y las bicicletas desruedadas. 

Un gobernante con personalidad, con confianza y con novia sin pilas se enfrentaría al virus y a Casado, no recurriría a la cogobernanza ni a lo de arrimar el hombro, que es como recurrir a fingirse cojo

La oposición debería ser deshinchable y el virus debería ser pinchable. Así el bicho ya no necesitaría ir disfrazado abultada y grotescamente de gripe, como esos adultos que se disfrazan de conejito, o ser ocultado entre las obvias pelusas y pelotillas de las estadísticas o de la política. El virus pinchable, simplemente, deja ese silencio que dejan las cosas que estallan. El virus silencioso sería aún más silencioso por el ruido que le precedió. Sería un virus ya como submarino, abisal, lejano no por la distancia sino por esa lejanía inalcanzable de todo lo que no se oye, como el astronauta que se ha desatado y ya está perdido. El silencio parece expresar la disponibilidad de las cosas, como el muñeco guardado. Pero también los condena a la muerte. Lo silencioso está muerto, está vacío, está perdido. Sólo vive con la fantasía propia o prestada, como un objeto poseído. El precio de la paz sanchista debe de ser precisamente esto, el vacío, la muerte, lo macabro, física o políticamente.

Yo creo que es poca ambición para un líder internacional, para un estadista de su talla y hasta para un Superman ligón eso de conformarse con un fetichismo de la goma, esa tristeza que da el friki con una novia que sólo es su calcetín, con unos amigos que sólo son sus cromos y con un enemigo que sólo es una taza de Darth Vader. Y es un poco siniestro también esa afición por las cosas silenciosas y muertas, las mariposas pinchadas, las cajitas de música rotas, las sonrisas de muñecos de resorte, los aplausos y los teléfonos que sólo suenan en la cabeza. Un político con personalidad, con confianza y con novia viviente debería disfrutar ganando y desarmando a la oposición en lo que tiene de oposición, en sus ideas opuestas, no criticándole que sea oposición. Un gobernante con personalidad, con confianza y con novia sin pilas se enfrentaría al virus y a Casado, no recurriría a la cogobernanza ni a lo de arrimar el hombro, que es como recurrir a fingirse cojo. Pero quizá hemos juzgado mal a Sánchez y resulta que es aún más comodón que vanidoso. Incluso más comodón que incapaz.

Todavía había quien le pedía a Sánchez acción, presencia, que hiciera algo más que esperar a que mutara el virus o a que mutara el PIB o a que mutaran los indepes, que no van a mutar. Incluso le pedían ir al Congreso para explicar lo de Ucrania, cuando ya lo hemos visto ahí hablar con su teléfono de bañera o su teléfono de Rappel, como en una consulta de vidente, íntima, mágica, cacharrera, tonta y suficiente. Justo entonces ha llegado la ómicron silenciosa y parecía que iba a ir cerrando las contraventanas de la Moncloa, que aquello iba por fin a traer la paz de los perezosos o de los ineptos. Pero este nombre silencioso sólo es un nombre artístico, como de mimo, que le han puesto, y ese pacífico silencio del mundo aún es una fantasía de Sánchez.

El mecanismo perfecto no puede sino ser silencioso, y eso es lo que le estropea a Sánchez todo, que la oposición siga haciendo ruido, que sus socios sigan haciendo ruido, que la economía siga haciendo ruido, que el bicho siga haciendo ruido. La oposición debería ser silenciosa, y quizá eso es algo a lo que llegará la naturaleza un día, por sí misma, como ha llegado a la ómicron silenciosa, elegancia de la evolución como la elegancia de los ladrones. La elegancia definitiva de la política sería, igual, que todo mutara hasta ajustarse a Sánchez. Sería la paz de las cosas calladas y muertas, pero con nuestro presidente no es posible otra paz.

La ómicron silenciosa parece lo mejor que le podía pasar al Sánchez contemplativo, o sea algo que le puede aportar aún más paz a su paz. Sánchez ya no va a tener que gripalizar el bicho, que es como mandarle el médico del pueblo, con su maletín con serrucho de veterinario del Oeste, en vez de mandarle virólogos, emergenciólogos, buzos desminadores, organizaciones internacionales y vacunas en lecheras industriales. Sánchez ya no va a tener que doblegar más curvas (¿quién doblega las curvas ahora, que no está Simón para acariciarlas con la mano, como a un borreguito o a una gallina, hasta que caían hipnotizadas?). Sánchez ya no va a tener que delegar en la cogobernanza, que le hacía parecer un sustituto de Luis Enrique. No, un virus indetectable acabaría con el problema. En realidad no es así, esta variante sólo elude un tipo muy específico de test PCR. Pero yo me imagino a Sánchez fantaseando con eso, como fantaseando con que habla con Biden por su teléfono de Pocoyó.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí