El PP se ha ido desinflando en Castilla y León a medida que transcurría esta campaña llena de vacas aleladas y políticos de Madrid que se iban allí vestidos de mayoral, como el que se viste de gitanillo para ir a Jerez. Pero no sólo son los políticos señoritos, con pergaña en los zapatos de ante y ridículo taburetillo de ordeñar, sino también los autóctonos del lugar los que se empeñan en demostrarnos que el que no quiere hacer campaña nacional regionalizándola quiere hacer campaña regional nacionalizándola. Hasta Mañueco se diría que quería hacer de Ayuso desde aquel debate deslavazado y parroquial. Castilla y León tenía que ser la prueba de que el efecto Ayuso era en realidad el efecto Casado, o de que Ayuso podía ser cualquiera, incluso Mañueco con su estilo Banesto. Después de que Casado se disfrazara de vaca de Top secret y Mañueco lo hiciera de chulapo del Campo Grande, nos damos cuenta de que no es ni mucho menos así.

El PP se desinfla, Mañueco se desinfla, Casado se desinfla, que todo es seguramente lo mismo. Casado no enamora ni a las vacas, que tienen cara eterna de bobas enamoradas con margarita. Y si los barones son franquicias o proyecciones de Casado, como parece que dictan el canon de Génova y el misario de Teodoro García Egea, Mañueco sólo va a recoger su mala sombra. Casado ha torpeado demasiado, su brillantez se ha diluido en inseguridades, volantazos, ataquitos de pánico y una especie de encorvamiento lastimero y celoso ante la figura de Ayuso, mucho menos brillante pero más cautivadora. Los votantes y los afiliados, que huelen el miedo como las fieras, se alejan de esa aura anublada del perdedor, toda mal fario, que parece que mantiene sobre Casado una lluvia de triste, de doliente, de condenado.

Casado no enamora ni a las vacas, que tienen cara eterna de bobas enamoradas con margarita

Casado se ha ido apagando como el quinquecito de su buhardilla de Génova, desde donde mira todo con la timidez de Pessoa pero sin el genio de Pessoa. Encima, para animar al personal en Castilla y León tienen a Mañueco, de quien me sorprende que parezca ya viejo de gobernar, como si fuera Chaves, aunque con ese ramalazo de visitador médico que tiene el salmantino. En realidad Mañueco habla más como Susana Díaz, que representaba no ya una trayectoria de gobernanza sino una herencia antigua y honda, esa herencia de baúl que parecen los partidos después de muchos años en el poder. Pero Mañueco no tiene la brujería de Susana, no sabe vender el alma acaracolada de la tierra sino que sólo parece que te vende seguros dentales. Eso es lo que les queda, esa herencia de camisería más el decadente vaticanismo de Génova, mientras el ala derechona se les pasa a Vox sin que Casado sepa cómo frenarlo.

El PP se debilita y el PSOE se crece, aunque a uno le parece que la decadencia de Sánchez es aún más vertiginosa e imparable. Se va deshaciendo el hechizo de príncipe rano y de beso de manzana porque ya es imposible que Sánchez se mienta más a sí mismo, que es lo que hace incluso cuando intenta decir la verdad. Sacar ahora un CIS de emergencia o del congelador para Castilla y León no va a cambiar que Sánchez y el podemismo ya han revelado todo lo que eran y todo lo que pueden dar de sí, y ni los morritos al viento ni los puñitos al cielo convencen como al principio, ni siquiera a los más camiseteros. A Sánchez y a Podemos ya los combate la realidad, es Vox, aún más inalcanzable por la realidad que la izquierda, lo que Casado no sabe desactivar.

Mañueco quiere ser Ayuso, o cree que cualquiera puede ser Ayuso sin más que dirigirse a Sánchez como el maniquí de su camisería

El PP se desinfla, lo dicen las encuestas mientras protestan las gargantas profundas desde el mismo partido, desde las baronías que desde luego no son ni quieren ser sucursales de Casado como si fueran estafetas de su tristeza y su lluvia. Las de Castilla y León son elecciones nacionales regionalizadas o son elecciones regionales nacionalizadas, así es la política, llena de experimentos y ensayos que usan a los lugareños con vaca o con porrón para los vaticinios de los príncipes de Madrid. Estas elecciones iban a ser el comienzo de la reconquista de Casado, su oportunidad para ir apagando no ya el sanchismo sino los ojos de siete velos de Ayuso. Sin embargo, han tenido que recurrir a ella en campaña como se recurre a la Pantoja para un programa telecinquista en declive. Mañueco quiere ser Ayuso, o cree que cualquiera puede ser Ayuso sin más que dirigirse a Sánchez como al maniquí de su camisería, que algo así hace en los debates y en los mítines. Mañueco quiere ser Ayuso, que a uno le parece imposible, como si quisiera ser Grace Kelly, y Casado quiere ningunear a Ayuso, que a uno le parece estúpido o suicida, como ningunear a Messi en tu equipo. O sea, que de momento la presidenta madrileña es inevitable y molesta a la vez, una contradicción insoportable para la lógica y para el partido.

Hablamos mucho de Ayuso, pero no se trata de su persona ni de su magia, que ni es la Thatcher ni es Circe, sino de una actitud y de una efectividad que en Génova no saben reproducir ni trasplantar en este Casado que vemos con el nubarrón, el aguacero y el charquito desplazándose con él y para él, como en un dibujito animado. No es que Ayuso llene las plazas como si fuera aquella Luz Casal de cuero y carmín, una fantasía entre carabanchelera y germanoide, y Casado y Mañueco no. Es que Ayuso se comió a Iglesias, se come a Sánchez y se come a Vox, mientras que Casado y Mañueco están a punto de ser merendados por el CIS y por adoradores de los esencialismos, los cornetines y los carneros. Y ya va siendo tarde para que ninguno de los dos aprenda.