Con el tablero geopolítico abierto de nuevo en canal y en medio de la crisis más grave desde el final de la Segunda Guerra Mundial -son palabras del jefe de la Política Exterior de la UE, Josep Borrell- es pertinente analizar las circunstancias que han llevado al nuevo ‘demonio mundial’, Vladimir Putin, a invadir un estado soberano como Ucrania al que sigue considerando parte de su propio territorio y a poner contra las cuerdas la patente debilidad de occidente y de los Estados Unidos de Joe Biden, cuya credibilidad ya quedó en almoneda tras el vergonzoso y vergonzante episodio del abandono precipitado de Afganistán.

Los Estados Unidos y la Unión Europea llevan años cerrando los ojos a un conflicto largamente anunciado, pero para el que nadie, paradójicamente, parecía estar preparado de manera inminente. Nadie salvo su impulsor, claro.

Nada hicieron las potencias occidentales del considerado ‘mundo desarrollado’ tras la invasión Crimea, hace ya ocho años. Tampoco tuvieron el coraje de actuar en Georgia. Más al contrario, han aceptado como interlocutor válido a un ‘antilíder’ de manual; un individuo que pisotea los Derechos Humanos y que tiene muy clara su idea, desde hace muchos años, de reconstruir la antigua Unión Soviética en forma de esa ‘gran Rusia’ con la que sueña en sus delirios de megalómana locura.

Megalómano, sociópata, loco, genocida…

Me parece relevante, más que el mero análisis de los primeros escarceos militares en los que está comenzando a ser masacrada la población civil, el ejercicio de trazar un perfil político y humano del personaje que, una vez más, se ha atrevido a amenazar la paz y la estabilidad mundial. Un tipo frío y calculador, con inequívocos rasgos sociopáticos que le empujan a despreciar al máximo, no ya a sus adversarios sino en general a todos los que no se pliegan a su voluntad y a sus caprichos, sobre todo a aquellos a quienes considera más débiles que él mismo, que en su ‘enferma’ cabeza son la práctica totalidad del género humano excepto los que se doblegan a su poder y voluntad. La humillación en directo, en público de su jefe de inteligencia hace tan solo pocos días, nos heló la sangre, nos dio miedo, nos puso frente a frente con la soberbia de este caudillo.

Este exagente de la KGB utiliza su depurado entrenamiento en las peores artes de la inteligencia y la manipulación de las conductas humanas para hacer política… y ‘negociar’, esto último en el sentido puramente figurado del término, claro está.

Vladimir Putin, como todos los sátrapas que en el mundo han sido y seguirán apareciendo, se considera a sí mismo un salvador de la patria, aunque sea evidente que no cree en absoluto en la democracia, como todo buen dictador que se comporta como tal. No le interesa nada que vaya más allá del mero ejercicio del poder, de SU poder… nada más en absoluto. Homófobo, fascista en grado sumo y amante admirador del ‘superhombre’ de Nietzsche; ‘una joya’ del tablero geopolítico mundial, que mantiene bajo su yugo a millones de rusos, a sangre y fuego, como es de sobra conocido. Acusado, con pruebas concluyentes, de envenenar y asesinar a sus principales opositores, ocupador de Crimea y responsable de pucherazos tanto en sus propios comicios como en los de países satélites como Bielorrusia, entre otras ‘lindezas’.

Un loco, que arrastra todo tras de sí…

Las consecuencias de sus atrabiliarios y catastróficos actos alcanzan incluso al mundo del deporte. Acabamos de conocer la noticia de que San Petersburgo ha sido apartada de la Champions y sustituido por París. También cancelado el gran premio de Fórmula 1 de Sochi. El COI, Comitato Olímpico Internacional, ha pedido a las federaciones de todos los deportes de cancelar todos lo eventos deportivos programado en Rusia y Bielorrusia por haber volado la tregua olímpica. Recuerdo que recién acabados los Juegos Olímpicos de Pekín, estamos en vísperas de la celebración de los Juegos Paralímpicos de invierno. Aún está fresco el escándalo del dopaje de cientos de deportistas rusos, orquestado por el sátrapa y sus peones gubernamentales y que ha traído funestas consecuencias para los atletas de su país, privados incluso de poder escuchar el himno de su patria y utilizar su bandera en las competiciones oficiales del más alto nivel. Todo gracias al ‘campeón del patriotismo’ y adalid de la nueva ‘gran Rusia’. La práctica, por lo demás, no es nueva y era conocida como ‘dopaje de Estado’ en la antigua DDR.

Putin ha ganado, de momento, y en estos primeros compases del conflicto, el relato

No existe discrepancia apenas en concluir que Putin ha ganado, de momento y en estos primeros compases del conflicto, el ‘relato’; cosa distinta son las consecuencias que a medio y largo plazo tenga para él esta patada al tablero internacional que consolidan a esa Rusia a la que tanto dice amar como un actor escasamente fiable de ahora en adelante y la harán acreedora de durísimas sanciones económicas que las principales potencias están comenzando a aplicar contra esta gran nación. Frente a los análisis simplistas de la dependencia europea, sobre todo alemana, del gas y la energía de este gran ‘continente-Estado’, se impone un análisis económico que alumbra sufrimientos, sobre todo para el pueblo ruso, en un futuro no muy lejano… a pesar de la ayuda que pueda prestarle su gran aliado: China.

Putin como Hitler

En los últimos días se ha comparado, y es pertinente, la actuación de Putin con la invasión de los sudetes checoslovacos por Hitler en los meses previos al estallido de la Segunda Gran Guerra. Es el propio ‘Zar’ quien ha colocado el debate en ese foco de análisis al justificar su acción como una respuesta a la presunta ‘nazificación’ de Ucrania y su gobierno. Locura sobre locura. Falta por ver si, a diferencia de lo que ocurrió con el mayor criminal de la historia, que no paró en aquella parte de Checoslovaquia y se expandió a Polonia -siempre la sufrida Polonia- Putin detendrá aquí su locura expansionista o su apetito se extenderá a las tres Repúblicas Bálticas, Letonia, Estonia y Lituania, que mantienen una notable bolsa de población rusófila. Me inclino por esto último. Las tres se encuentran ya en Estado de Emergencia y han invocado el artículo 4 del tratado del Atlántico Norte, al ver seriamente amenazadas sus fronteras. No es mejor, como digo, la situación de Polonia, que ve, con pavor, impactar misiles a menos de 50 kilómetros de su frontera. Sería una temeridad que el gobierno de este país no se sintiera amenazado.

Me causa tristeza e indignación la tibia reacción del considerado ‘mundo libre’. Esas genéricas apelaciones del secretario General de la OTAN, Antonio Guterres, a que Putin deponga su actitud, como si a un loco genocida pudiera aplacársele con flores y bombones. No menos tibias me parecen las consideraciones de los líderes europeos, tan vez temerosos de este estratégico suministro de gas y energía y de las consecuencias económicas, aún por determinar, que tendrá una previsible subida de precios en sus respectivos índices de inflación o tal vez incapaces de articular una respuesta común y contundente.

Me provoca cierto rubor, como italiano, que nuestro Presidente del gobierno, Mario Prodi, haya conseguido que el boicot total NO incluya productos de lujo. Ya sabemos que mi país es uno de los exportadores mundiales más relevantes en este sector económico. Los ricachones oligarcas rusos pueden estar tranquilos, a lo mejor no podrán comer pasta, Nutella, pizza y aceite, pero podrán seguir disfrutando de sus Ferrari, Maserati, vestirse con sus Gucci, Armani y Versace.

Por cierto la economía italiana es de las más dependientes de Rusia. El 50% del gas en Italia es ruso y la mayoría de la pasta se produce con cereales de Rusia.

Un futuro incierto e inquietante

Están por escribir los próximos capítulos de esta gravísima crisis mundial. Sus ramificaciones son múltiples y pueden alcanzar incluso a la estabilidad de Oriente Próximo, en especial de países como Líbano, auténticos estados fallidos.

¿Hasta dónde está dispuesto Occidente a aguantar el pulso? Nadie lo sabe. ¿Se recuperará algún día Crimea? ¿Qué papel debe jugar España en esta situación? ¿Durará mucho el sufrimiento de la población ucraniana, que huye en masa de su país y suplica angustiosamente una mayor contundencia de la comunidad internacional en su defensa? Lo iremos comprobando con el paso de las semanas venideras. Lo que sí parece claro es que, como Josep Borrell y Josep Piqué, probablemente nuestras dos mejores cabezas en esta materia por su experiencia internacional me han reconocido en privado, hasta que los Estados Unidos de Europa no sean una realidad tangible y concreta, en menos de una década, y dispongan de un ejército propio, nadie puede estar seguro y sí al albur de locos dirigentes expansionistas como el nuevo ‘Zar de todas las rusias’.

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