Pedro Sánchez no va a tener responsabilidad en nada que pase en el país que gobierna hasta que invada algo, siquiera el Palacio de Cristal o la Puerta del Sol, ese Versalles relojero y jamonero de Ayuso. “Los precios de la energía son responsabilidad de la guerra de Putin”, dijo en la sesión de control a una Cuca Gamarra que está hecha una huerfanita desde lo de Casado. Sánchez dijo “responsabilidad”, que no culpa. Es como si Sánchez hubiera nombrado a Putin ministro, uno de esos ministros membranosos, dracúleos y acojonantes que ponen de vez en cuando en Hacienda o en Economía o por ahí, ya con traje y maletín de cobrador del frac o de mago con serrucho. Todo es por la guerra de Putin, aunque hace mucho que los precios subían y que había que poner la lavadora en noches de desvelo, planeándolo como el polvo matrimonial. Es que Putin “llevaba preparando la guerra desde hace un año”. Nadie sabía de la guerra, salvo nuestra lavadora, encendida y crujiente por la noche como una radio de espías.

Sánchez quizá debería invadir algo, ya digo, una fuente madrileña como un hincha copero, o la Estación de Atocha para plantar el estandarte de Almudena Grandes, escritora ella de libros de quiosco de estación, o la propia Moncloa, ya con parapetos de colchones y cuadros, como el Prado en la guerra. Invadiendo cualquier cosa, nuestro presidente tendría por fin responsabilidad en algo y no se vería en la necesidad de nombrar ministros en Siberia ni de hacer esos cónclaves de presidentes autonómicos en los que las medidas contra la pandemia se jugaban como un bingo de vecinos. Cuando no están las autonomías para cogobernar el bicho, está Putin como el butanero sin camiseta. El resultado es el mismo, que Sánchez no hace falta que haga nada, sólo pedir que la oposición arrime el hombro, que sería un hombro arrimado a la nada, o sea que se caería al suelo, que hasta eso parece un movimiento de judo de Sánchez o de Putin.

Sánchez no puede estar escapándose de todas las responsabilidades como si en vez de presidente fuera sólo el tamborilero de España, llamando a los demás a la acción

A Sánchez no le vamos a exigir que arregle la crisis energética, ni que salve el mundo montado en el caballo blanco de Santiago o en la capa de hule de Superman, pero no puede estar escapándose de todas las responsabilidades como si en vez de presidente fuera sólo el tamborilero de España, llamando a los demás a la acción. Hasta Borrell busca sus soluciones, aunque sean soluciones caseras, como eso de pedirnos que bajemos la calefacción, así haciendo el gesto de girar la ruedecita con la mano, aunque al revés, o sea que él la estaba subiendo (los políticos desconectados de la realidad antes no sabían cuánto costaba un café y ahora no saben bajar la calefacción sin un ordenanza). Sí, una alta autoridad europea está ahí dándonos consejos como de bricolaje en mitad de la guerra, pero ya es algo más que un presidente que se levanta para echar la culpa a la historia y luego pide a la oposición que arrime el hombro a esa tapia de vagos suya.

Los precios suben ahora por culpa de Putin, subían antes por culpa de la pandemia, y lo que quede será culpa de la oposición por eso del hombro que le hace falta siempre a Sánchez, que es un gigante político pero algo contrahecho, sin hombros propios según parece. La culpa, o gran parte de la culpa, será del virus trompetero o del Putin trompetero, pero la responsabilidad es del que gobierna, que para eso está. Sánchez, al que se le murió el virus de viejo, entre cogobernanzas y nuevas normalidades, mientras nos hundíamos como nadie en Europa, parece simplemente que no puede resistirse a la historia. Nuestro presidente es sólo alguien que va y viene traído y llevado por las olas de la pandemia y de la necesidad histórica, como un patito de goma, y se dedica sólo a deshacerse de los marrones y a pedir ayuda como un profesional de la limosna de atrio de iglesia. Pero ahora, además, su desentendimiento parece dar la razón a ese Putin que se cree el butanero de las bombas que controla nuestra energía, nuestro miedo y nuestro papel del culo.

Borrell nos pide que giremos la ruedecita de la calefacción, aunque sea al revés de como él la giraba, porque se barrunta un año largo, duro y frío y la otra ruedecita, la de la UE, es bastante más lenta. No parece mucho esto de volver a traernos el quinqué de queroseno, muy de tiempos de guerra, como el quinqué del Guernica, pero suena a hazaña al lado del Sánchez que se levanta de su escaño azul para decirnos que nos tenemos que quejar a Putin. Borrell nos pide que bajemos la calefacción y nos subamos los calcetines y los cuellos, como haría mi madre, y eso parece un alarde de voluntad y compromiso al lado del Sánchez que le da 20.000 millones a Irene Montero para fiestas de pijamas, en vez de usarlo para nuestra independencia energética o nuestra mera supervivencia. Pero la culpa de esto de Montero seguramente también es de Putin. Perdón, culpa no, responsabilidad. Quizá tendremos que considerar a Putin nuestro nuevo ministro de fiestas de pijamas. Al menos, hasta que Sánchez invada algo y se haga zar en su escaño azul de impotente presidente del Gobierno.

Pedro Sánchez no va a tener responsabilidad en nada que pase en el país que gobierna hasta que invada algo, siquiera el Palacio de Cristal o la Puerta del Sol, ese Versalles relojero y jamonero de Ayuso. “Los precios de la energía son responsabilidad de la guerra de Putin”, dijo en la sesión de control a una Cuca Gamarra que está hecha una huerfanita desde lo de Casado. Sánchez dijo “responsabilidad”, que no culpa. Es como si Sánchez hubiera nombrado a Putin ministro, uno de esos ministros membranosos, dracúleos y acojonantes que ponen de vez en cuando en Hacienda o en Economía o por ahí, ya con traje y maletín de cobrador del frac o de mago con serrucho. Todo es por la guerra de Putin, aunque hace mucho que los precios subían y que había que poner la lavadora en noches de desvelo, planeándolo como el polvo matrimonial. Es que Putin “llevaba preparando la guerra desde hace un año”. Nadie sabía de la guerra, salvo nuestra lavadora, encendida y crujiente por la noche como una radio de espías.

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