Mientras las últimas acelgas se arrastran por nuestro frigorífico como monstruos de pantano, Sánchez arrastra por el Congreso su impotencia. La pandemia, el volcán y ahora la guerra son demasiados infortunios para alguien que pretendía gobernar posando con calzoncillo rojo y bandera, como el Superman latino que le han sacado luego los fans o los guasones. La pandemia, el volcán, la guerra, así los enumeró, con cadencia de cenizo, con resignación gloriosa, como los ángeles trompeteros del Apocalipsis. Eso sí, a pesar de la fuerza irresistible de la desgracia o del plan divino, Sánchez asegura que el Gobierno “está trabajando”, aunque sea en “el diálogo”, que es como trabajar sacando punta a sus lápices. De momento no tiene soluciones, ni propuestas, aunque sí un nombre, que como siempre es lo primero: “Plan Nacional de Respuesta”. Yo me acordé del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que ahora parece perejil pocho en ese frigorífico del españolito que es como una pajarera asaltada por el gato.

Una pandemia, un volcán, una guerra, enumeraba Sánchez detrás de ese pretil suyo del Congreso con dignidad y mellas de burladero o adarga. Le veía uno al presidente el mechón cano más cano, como un Antoñete sólo de agua oxigenada, y demasiada literatura de trinchera, que mientras hablaba o rezaba parecía tocar un camafeo de madre o de novia bajo la botonadura federada de su traje azulón. Diría uno que ante tantas desgracias Sánchez ya no busca soluciones, sólo cariño. Es más, diría que ha dejado de ser presidente para convertirse en profesional de la pena, como un cojo profesional o un poeta de premiecillo. Yo creo que Sánchez ya no quiere ser presidente, sólo quiere abracitos, todos sus miércoles son miércoles de soñar abracitos, como el día de visita de un huerfanito de musical.  

En Europa los estados ya están tomando medidas por su cuenta, sin que tengan que hacer el corro de abracitos que espera Sánchez, pero se trata de que Sánchez no decida nada, la única manera de no tener culpa de nada

Sánchez sólo quiere cariño, de ahí lo de pedir, de nuevo, que se le unan los demás. Pero los demás no saben a qué unirse, porque no hay nada, sólo esos ojos suyos de cachorro cojito y, como mucho, ese afilar lápices, un afilar lápices ya industrial, por lo que va durando. Todos los que se han ido reuniendo con Félix Bolaños, ese Pitagorín que le borra la pizarra a Sánchez, y con las varias vicepresidentas carabina, que se intercambian como turnos de enfermera, coinciden en lo mismo, en que el Gobierno no propone nada concreto. O sea que están allí, en la reunión, como en la mesa camilla de pasar el invierno, entre los telediarios, las peladillas, el gato y el café con leche. Yo creo que eso es para dar aún más pena, para que al final salga Bolaños con su media gafa empañada diciendo que la oposición no quiere unirse, como niños golfales que no quieren unirse a su club de ajedrez o a su té de muñecas.

Se dice mucho que Sánchez se ha quedado solo y ya matizaba yo el otro día que siempre lo estuvo. Nunca contó con nada más que con su figurín, con su galán de noche, con su planetita de principito con forma de colchón. Pero, además, es mucho mejor estar solo si uno quiere instalarse bajo ese nubarrón de la pena, con el rayo divino de la desgracia atravesándote vallecana y un poco ridículamente, como a Teresa Rivero (que no Ribera). Sánchez no tiene nada, sólo la pena y un nombre de plan, otro plan, que el anterior se lo comió el perro como si fueran los deberes de trigonometría de Bolaños. La verdad es que en el tiempo que se tardó en buscarle nombre al nuevo plan se podría haber pensado ya alguna medida que lo fuera llenando (seguro que fue bastante tiempo, considerando siquiera el que sin duda se empleó en argumentar y contraargumentar que se llamara o no Plan Nacional de Respuesta Almudena Grandes). Pero uno no puede dar pena con plan, que es como dar pena con una nómina de ministro.

Mientras los briks de leche parecen en las estanterías de los supermercados un Partenón de vacas, con sus huecos, sus derrumbamientos y su melancolía de gloria pasada, Sánchez sólo tiene la desgracia y la pena. Nos esperan, eso sí, otro plan y otros plazos, como la nueva normalidad, como la inmunidad de grupo, todo aquello que Sánchez nos iba poniendo por delante y que él parecía mirar como un capitán con catalejo mientras el trabajo, las decisiones y la culpa recaían en otros. Sánchez espera ahora a Europa, esa Europa en conjunción de astros o de burócratas, como esperaba antes que los consejeros murcianos o los jueces gallegos le arreglaran los problemas con el bicho. En Europa los estados ya están tomando medidas por su cuenta, sin que tengan que hacer el corro de abracitos que espera Sánchez, pero se trata de que Sánchez no decida nada, la única manera de no tener culpa de nada. Europa es otra cogobernanza sestera, es otra excusa para delegar los marrones del fin del mundo, esos marrones en los que Sánchez sólo aporta paciencia de santo, su mano tendida o su mano de cazo, y su dedo señalando.

Mientras miro los espaguetis en la despensa, que ahora parecen látigos de faraón, de oro hilado, me acuerdo de aquel plan de recuperación, de resiliencia y de autobombo, de esos millones como de euromillón que hacían que Sánchez fuera recibido como un torero o como Rosa de España. Qué será de ellos, adónde irán, dónde quedarán. Quizá ya no valen, ya no cuentan, ya no sirven, ya no están. Quizá hay que renovar la pena, la impotencia, la inevitabilidad. Una pandemia, un volcán, una guerra y, antes de todo eso, un Sánchez. Quizá es cierto que nos han tocado todas las desgracias del mundo.

Mientras las últimas acelgas se arrastran por nuestro frigorífico como monstruos de pantano, Sánchez arrastra por el Congreso su impotencia. La pandemia, el volcán y ahora la guerra son demasiados infortunios para alguien que pretendía gobernar posando con calzoncillo rojo y bandera, como el Superman latino que le han sacado luego los fans o los guasones. La pandemia, el volcán, la guerra, así los enumeró, con cadencia de cenizo, con resignación gloriosa, como los ángeles trompeteros del Apocalipsis. Eso sí, a pesar de la fuerza irresistible de la desgracia o del plan divino, Sánchez asegura que el Gobierno “está trabajando”, aunque sea en “el diálogo”, que es como trabajar sacando punta a sus lápices. De momento no tiene soluciones, ni propuestas, aunque sí un nombre, que como siempre es lo primero: “Plan Nacional de Respuesta”. Yo me acordé del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que ahora parece perejil pocho en ese frigorífico del españolito que es como una pajarera asaltada por el gato.

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