Yolanda Díaz ha paralizado el “proceso de escucha”, ha plegado sus antenas, sus alas de esfinge atenta al sonido de los gemidos y los alacranes de nuestro desierto español. Por “pura responsabilidad” va a ser vicepresidenta, pudiendo ser otra cosa, mariposa de los campos, semilla de diente de león, ojos de los cuadros, desvelo de madre, prima de Alexa. Ya gobernaba sólo con una oreja o con una manga, como esas alegorías femeninas con un brazo desnudo, quizá porque tampoco había que gobernar tanto. Apenas había una pandemia, una crisis y un Gobierno dividido entre el estilismo, el estalinismo y la secesión, y eso se lleva muy bien sólo con la mano del dedal. Díaz podía ser vicepresidenta y espectadora, ministra y amiguita, gobernante y soñadora, pero ahora hay una guerra. En la comparecencia del famoso 29, Día de la Victoria que tampoco nos aclaró nada, se la vio renovadamente podemita. Ya no vuela, así que vuelve al asiento o al palomar, por pura responsabilidad.

Yolanda Díaz parece así otra víctima de Putin, descoyuntada en la nieve y con el plumón sacado, como una modelo ucraniana atrozmente acribillada. Pero uno cree que, simplemente, es víctima de esta Era de la Realidad, en la que ya no funciona eso de ir por las Españas haciendo ramilletes, paseando en jarras con las compañeras como muchachas de La barraca, y prometiendo milagros republicanos, que son milagros hechos siempre de mucho funcionariado colmenero y mucho señorito escabechado (los milagros de la izquierda sólo duran lo que el dinero de los ricos, o sea que duran lo mismo que los ricos, y ésa es su más dolorosa ironía). Uno no cree que esta guerra necesite a la vicepresidenta más en forma o más dedicada a sus labores (lo de sus labores no lo digo yo, lo dice ella con eso del cuidado, la matria y toda esa cosa de enfermera de maternidad con sus remedios de pelusa de algodón). La guerra no la necesita más que el virus, en todo caso, así que yo creo que, simplemente, se ha rendido.

Se le han quitado las poquitas ganas de hacer giras veraniegas por la primavera del fin del mundo con esa cosa de Marisol de la izquierda

Yolanda Díaz se ha rendido, una rendición que en ella queda entre desmayo de Bernini y resbalón en un Adolfo Domínguez. Eso es lo que pasa, no que ahora la comprometa más Putin que el bicho, ni los camioneros patillosos más que los enfermeros pasteurizados en plástico, ni las colas de ucranianos más que las colas de Usera. Yolanda Díaz se ha rendido, se ha aburrido, se le han quedado poquitas ganas de hacer giras veraniegas por la primavera del fin del mundo con esa cosa de Marisol de la izquierda que se había ido trabajando ella. Díaz se ha dado cuenta de que aún puede ser vicepresidenta, pero ya no puede ser salvadora. La gente ya sabe qué le falta para salvarse ahora, y seguro que para la mayoría no es sororidad en zapatillas de conejito ni comunismo de Mirinda. Por eso en ese día 29, Día de la Victoria que nos ha dejado fríos al ver que el Gobierno aún no tiene ni idea de qué va a hacer, Yolanda Díaz ha parecido más funcionaria de partido que esa presentadora del número de ella misma sobre un pony que parecía hasta ahora.

Yolanda Díaz se rinde con una cabezada de sofisticada jaquequita, pero uno no cree que es ella sólo, sino que toda la buhonería de su izquierda, que cuando no es tiranía es sólo poemas, está sufriendo este último sopapo de realidad. A Yolanda Díaz la han pillado con su proceso de escucha, así como una patinadora con auriculares, pero a otros los han pillado con el crimen del entrecot o de la salchicha, o el crimen del gas y el petróleo (aquí tenemos gas y petróleo pero no lo explotamos por si molesta a los cormoranes o lo que sea, así que se los compramos a los que sí molestan a los cormoranes o lo que sea). A otros los han pillado buscando bulos a la OTAN y guapuras o razones a Putin, o explicándonos la diferencia entre huelga y paro patronal, esas distinciones como de teología friki, tan cínicas, que son como explicarle la diferencia entre serafines y querubines al que se muere de hambre. Si, la realidad los deshace.

Yolanda Díaz se rinde, va a ser sólo vicepresidenta pudiendo ser hada, o blanca paloma, o dama de visillo como la Dama del Lago, o asistente de escritorio. Hará de vicepresidenta todo el tiempo, como una vicepresidenta escayolada o algo así, sin poder volar, sin poder soñar, sin poder sentir al pueblo, más que nada porque el pueblo no está ahora para discursitos de Miss Tarta de Manzana. Díaz se conforma con el Gobierno, esa sombra quieta, ese baldaquino rico, ese abrigo que tiene ahora la izquierda radical, extraño, contradictorio, como un armiño sobre un obrero. Es en realidad lo único que le queda a Podemos, que está friolero en las encuestas, que vuelve a ser la IU de la Mirinda y que tiene a sus referentes y gurús trabajando de influencers de perroflautas. La realidad los deshace a todos, no sólo a Díaz, pura espuma de fantasía.