Sánchez ya no tiene nada, subió a la tribuna del Congreso como un mendigo arrastrando su capa de ceniza y suplicó: “Si solicito algo, es unión, es apoyo. En mitad de una pandemia y de una guerra no es mucho pedir”. Sánchez sigue diciendo lo mismo, pidiendo unidad, un hombro arrimadizo y ese patriotismo de aplaudirle como a una vedete en una fragata. Hasta volvió a sacar las plagas, el virus, Filomena, el volcán, casi en un rosario, como esas señoras de ambulatorio y orzuelo que te cuentan el catálogo de sus interminables males y desgracias con mucho aleteo de papeles, prospectos y peste a acetona. Y, sin embargo, diría que algo ha cambiado. Creo que por primera vez Sánchez no parece simplemente cínico, sino vacío. El guapo de repente se ha hecho viejo ahí bajo el traje perfecto, ya no lo sostienen en el aire chicas de anuncio de desodorante sino clavos ortopédicos o ganchos de matadero. Vacío, superado y, quizá, por primera vez, consciente de todo ello.

Sánchez iba al Congreso a explicar demasiadas cosas que no tienen explicación, y eso no hay manera de hacerlo bien. Él por supuesto, lo ha intentado, que ya tiene experiencia, como un viejo torero de las fatalidades con tipito cretomicénico. A él sólo le ocurren cosas imprevisibles e irremediables, o sea pandemias, volcanes, guerras, inflaciones, cagadas de paloma en la solapa clavelera y otras maldiciones de tumba de pirámide o de guapo de verbena, así que sus errores sin explicación se convierten en plagas sin explicación, y eso, gracias a su magia, es precisamente la explicación.

Como todo es lo mismo, o sea ese destino u ojo de tuerto que lo persigue quizá para compensar otros dones que le otorgó el Cielo; como todo es lo mismo, decía, Sánchez lo agrupa en una sola comparecencia: la guerra, el Sáhara, la luz, los camioneros, la inflación y hasta la calima. Sí, la calima, ésa ha sido la última desgracia o achaque de señora de ambulatorio que ha añadido Sánchez, para que quede clara su mala suerte, que ya es orgullo en la mala suerte, como para la señora con viacrucis de radiografías. Todo va en la misma maldición y en la misma explicación, de ahí que Sánchez hiciera con todos esos temas una especie de bola de pelo de gato, y hasta no pudiera evitar que pareciera que tenía esa bola en la garganta, todo el tiempo.

Ha cambiado el mundo, ha cambiado la gente, que ha sentido el miedo y el hambre y la muerte como hacía mucho que no lo sentía

Sánchez venía a hacer lo de siempre, lo de los últimos años, algo que él ha aprendido y asimilado como la rutina de un empleado de morgue. Sea una guerra o sea el bicho, sea la curva de la inflación que hace que el presidente parezca un colillero o sea la curva de contagios que le despeinaba el caracolillo a Simón; sea lo que sea, Sánchez no cambia el discurso, que él tiene una plantilla para el fin del mundo como el que la tiene para los currículos. Sánchez va explicar siempre como fatalidad inevitable lo que es fruto de sus errores y luego pedir apoyo y aplauso por mantenerse ahí, con su mentón de farallón, inmóvil e inútil ante esa fatalidad que él mismo ha provocado. Lo que ocurre es que Sánchez aún no se ha dado cuenta de que nada es como siempre. O no se había dado cuenta hasta esta última comparecencia, en la que yo diría que se ha derrumbado por fin, como una tapia de cementerio.

El mundo ha cambiado, nos han quitado la inocencia y Sánchez necesita inocencia para que lo crean, como un payaso de globos o un Melchor municipal. Sin la inocencia, sólo queda un señor gordo con cara de ardilla maquillada o con barba de aljofifa, y, en nuestro caso, un presidente empalado en su galán de noche. Sin la inocencia, se ve que lo del Sáhara ha sido un intento desesperado o loco de quitarse el marrón de la inmigración, por quitarse al menos uno en estos tiempos de marrones, y que el Gobierno no lo hizo público porque no se tenía que saber. Sí, el nuevo mejor amigo marroquí se la jugó a Sánchez y lo filtró. La consecuencia es que Sánchez ha quedado como un traidor y que Argelia y su gas también se han buscado otro mejor amigo en Italia. Sin la inocencia, se ve que lo del Consejo Europeo sólo ha sido otro tiempo muerto de Sánchez esperando encontrar el mejor momento para la gloria o para la excusa, o para la gloria con excusa. Sánchez podía tomar medidas y no las tomó, y eso sólo puede significar que no le importaba encontrar soluciones a nuestros problemas sino encontrar una buena salida para su imagen. 

Sánchez es como un viejo mago de feria que sigue haciendo sus trucos pasados de moda, su señorita aserruchada, su conejo de talega, su vomitera de cartas, entre el aplauso triste o cruel, como cuando se aplaude a un circo pobre o a María Jesús y su acordeón. No era lo de siempre, algo había cambiado. Ha cambiado el mundo, ha cambiado la gente, que ha sentido el miedo y el hambre y la muerte como hacía mucho que no lo sentía. Hasta Sánchez creo que se ha dado cuenta de que lo suyo ya no funciona, ya no se cree, y esa lucidez que duele y que humilla, como un tomatazo en la cara, eso era lo que veía yo en él, por primera vez.

Sánchez movía las manos y las frases como un espiritista no ya consciente de su fraude, sino ya harto o arrepentido de él. Creo que por primera vez miré a Sánchez y lo vi vacío, casi sin altanería ya. Lo vi sin nada, sólo con su traje hecho ya un terciopelo de fracaso y mierda de miles de noches y su maleta para el muñeco, para el saxofón, para el maquillaje, para la botella y para el adiós, allí en su callejón de las almas perdidas. Lo vi humano, con esa humanidad que quizá sólo tiene lo póstumo.

Sánchez ya no tiene nada, subió a la tribuna del Congreso como un mendigo arrastrando su capa de ceniza y suplicó: “Si solicito algo, es unión, es apoyo. En mitad de una pandemia y de una guerra no es mucho pedir”. Sánchez sigue diciendo lo mismo, pidiendo unidad, un hombro arrimadizo y ese patriotismo de aplaudirle como a una vedete en una fragata. Hasta volvió a sacar las plagas, el virus, Filomena, el volcán, casi en un rosario, como esas señoras de ambulatorio y orzuelo que te cuentan el catálogo de sus interminables males y desgracias con mucho aleteo de papeles, prospectos y peste a acetona. Y, sin embargo, diría que algo ha cambiado. Creo que por primera vez Sánchez no parece simplemente cínico, sino vacío. El guapo de repente se ha hecho viejo ahí bajo el traje perfecto, ya no lo sostienen en el aire chicas de anuncio de desodorante sino clavos ortopédicos o ganchos de matadero. Vacío, superado y, quizá, por primera vez, consciente de todo ello.

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