Joe Biden, emperador del mundo, llegó a Madrid como un jubilado de crucero. Hasta mandó por delante a su mujer, a comprar alpargatas de esparto, gafas de carey o repelente de mosquitos. El emperador del mundo es un hombre frágil que tienen que bajar del cielo como un viejo piano, con una gran polea, y que parece moverse en un pulmón artificial, el coche blindado que llaman “la bestia”, que uno imagina con la respiración de Darth Vader. Biden es débil y tiene pinta de venir a la cumbre de la OTAN como podría venir al casino de Torrelodones. Biden está cascado y viejo, se cae de las bicicletas como de la mecedora, y sin embargo da igual. Su poder viene del país que tiene detrás, no de su porte, ni de sus morritos, ni siquiera de alardes peliculeros como el Air Force One, que en su caso sólo parece una gran cama articulada desplegándose. Biden es lo contrario de Sánchez, que es todo tipito y postureo y nada en el mundo. Sánchez es, ahora, como el botones cargado de sombrereras de la OTAN.
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