Hace una semana, en vísperas de su reunión prevacacional en La Moncloa con Pedro Sánchez, Pere Aragonès aseguraba en una entrevista radiofónica que «la lengua define la nación catalana». Reiterando el viejo tópico nacionalista, el presidente de la Generalitat apretaba una vez más las cinchas con que el independentismo mantiene cautivo el idioma de su país. 

El nacionalismo no se conforma con apropiarse de la lengua y ondearla como suya, sino que impone el estatus y la nomenclatura de las demás, como aquel del anuncio de Scattergories. Y así el español debe ser castellano, porque españoles son también el catalán, el gallego y el euskera. Aunque para ello haya que reconocer implícitamente que el catalán es por las mismas español y que, con ello, Cataluña es España.

Entretanto, indiferente, y liberado de obligación alguna con la madre patria, el español se expande y muta por canales insospechados. Yo me transformo, que diría Rosalía. Desde hace años, la música urbana funciona como laboratorio global del idioma. Y entre los miembros más ilustres de esta academia popular figura Benito Martínez, conocido mundialmente como Bad Bunny. El músico de Puerto Rico lanzó a comienzos de mayo su nuevo álbum, Un verano sin ti. Con él entró directamente en el número uno de la lista Billboard de Estados Unidos. Era el segundo álbum en español en conseguirlo; el anterior, El último tour del mundo, también es suyo. A la hora de escribir estas líneas vuelve a ocupar el primer puesto.

Mucho se ha escrito ya de Un verano sin ti, un alarde creativo, 23 canciones y hora y veinte donde se pasa del reguetón al trap pasando por el dembow, el merengue y el mambo. La cabeza de Benito daría para escribir todas las letras del anémico pop español de un año, de la pura diversión a los temas graves con la levedad que permite la inteligencia. Y es un festival de un español mundial, que incorpora los giros y dialectos de toda América que corren como la pólvora gracias a internet y que se crece en el code-switching con el inglés.

Uno pensaría que hay todo una corriente de trabajos académicos abordando el fenómeno del que forma parte Bad Bunny, pero cuesta encontrarlos. Cuando preguntas en las academias de aquí y allá dan la callada por respuesta. Entre los pocos que se ha interesado por este boom está Julio Cañero, de la Universidad de Alcalá de Henares, que lo ha estudiado en la comunidad hispana de Estados Unidos. Para Cañero, el reguetón y sus aledaños ha permitido a los hispanos ocupar espacios de los que se veían excluidos, como la música, y «entrar a formar parte de una panlatinidad planetaria».

Además de desafiar los tópicos machistas del reguetón, jangueando por PR (Puerto Rico) y haciendo bellaquerías frente al colmadón, Bad Bunny culmina con sus canciones la última emancipación americana. Se llama Benito pero no es Galdós. Y lo que él y sus colegas están haciendo merece una cátedra volante del Cervantes.