La Ley Trans está parada o desinflándose para que Sánchez flote, como un experimento del instituto con globos o petardos. Sánchez impulsa pactos y leyes sólo para mantenerse en el aire, es el combustible de ángel que utilizan él o su Falcon, no para ir a ningún lado en concreto sino para seguir ahí, en su nube de aparición, en su vidriera de gloria. El personal anda muy distraído con las polémicas culturales, ideológicas y rupturistas, pero mientras, Sánchez flota, y es de lo que se trata. Discutimos sobre el contínuum de los géneros, que su arcoíris abanderado es, cierta y físicamente, como el arcoíris óptico, y Sánchez flota. Discutimos sobre la madurez para la propiocepción sexual o afectiva (quieren poner la frontera en esa edad en la que nosotros elegíamos entre ciencias y letras, que también era una decisión angustiosa e irreversible), y Sánchez flota. Discutimos sobre la idiosincrasia volandera de los genitales, que yo creo que ya sólo son un disfraz, como unas gafas con nariz, y Sánchez flota. Y a lo mejor la ley no llega a nada, pero Sánchez flota.

Para Montero son leyes con mucha bombillita para los creyentes, como una capilla de Las Vegas, pero para Sánchez son sólo combustible

La Ley Trans está por ahí, no en un limbo generacional, ideológico, antropológico ni taxonómico, sino en el limbo de Sánchez, como todo en España. El limbo de la conveniencia de Sánchez, de los tiempos de Sánchez, de las trampas de Sánchez. La ley sale de un ministerio que sale de un pacto que sale de una necesidad de Sánchez, y lo que sigue mandando es esa necesidad de Sánchez, no de la ley ni de la gente que pueda usar la ley mientras transita por el arcoíris o por donde le da la gana. La ley está parada no en la sociedad anticuada ni en las contradicciones de los varios feminismos o del propio PSOE, sino que está parada en los puntos suspensivos de Sánchez, que por eso no dice nada. La ley pasó por su Consejo de Ministros, tal cual está, sin pegas ni desmayitos, pero Sánchez mide ahora todo, tiene guiones para la gente que le da la mano y planes de contingencia para sus camiseros, y debe pensarse si le conviene, o qué le conviene y qué no, de una ley que se dejaba por ahí, por los ministerios, por los activistas, por los adictos, como se le deja a un gato un ovillo.

La Ley Trans no es de Irene Montero, sino de Sánchez. La idea puede ser de Irene Montero, que ella gusta mucho de estas ideas siempre más escandalosas que útiles, como si fuera una de aquellas punkis asustaviejas de mis tiempos. Pero la ley es de Sánchez, él la permitió, la impulsó, la paró, ahora la contempla como un frisbi en el aire, con esa cosa de guapete acrobático con frisbi que tiene nuestro presidente, y ya decidirá qué pasa con ella. Para Montero son leyes trofeos, leyes escarapelas, leyes con gorro frigio en las que lo importante es su intervención, su novedad (hacernos creer, por ejemplo, que hasta que llegó ella no hacía falta consentimiento para el sexo), o el simple soponcio de la gente. Montero tenía que hacer algo con su ministerio, volver a meter miedo a la mujer por los callejones para después salvarla, volver a hacer del transexual alguien a quien se persigue por los tablaos, y esas cosas. Para Montero son leyes con mucha bombillita para los creyentes, como una capilla de Las Vegas, pero para Sánchez son sólo combustible, su combustible, y ahora él está dosificando ese combustible como corresponde al invierno del fin del mundo, que a lo mejor es el fin de su mundo.

Esos ministerios de Podemos que son todo focos y pasillos blancos tenían que hacer sus cosas, al menos pintar la pared vacía con algo, y un mural de flores del pubis que se mueven, se intercambian y hasta se pierden como abanicos parece una buena idea. Hay que buscar clientela, que ya las clases se confunden o se desclasan, y a veces hay hasta que inventar problemas, que si no nos quedamos sin salvadores. El problema de esperar hasta los 18 años no para ser lo que ya eres, sino para que el Estado te dé un carné de ello como el de la biblioteca; o el problema de que un especialista certifique que sí que quieres cambiar de sexo, y no librarte de la mili en M.A.S.H (recuerden al cabo Klinger), a mí me parecen ese tipo de problemas.

Podemos tenía que hacer sus cosas y Sánchez tenía que hacer las suyas, o sea flotar, flotar con lo que fuera, firmando pactos e impulsando leyes como el ángel que empuja fuerte con sus alas, ángel volador o sólo labriego, que entonces casi parece más una tortuga ponedora. Las mujeres, los transexuales, los niños asustados o confusos o simplemente asombrados con su gusanito o con su huchita no creo que les importen mucho a ninguno, más bien parecen un sitio conveniente y llamativo para poner sus anuncios, anuncios como de lotería, bonos del Tesoro u otro Plan E de los bajos privados de cada uno. No es lo que el Gobierno puede hacer por tu gusanito, sino lo que tu gusanito puede hacer por el Gobierno. A mí ya me parecía cruel decidir a los 16 entre letras y ciencias, o sea que decidir volverse del revés el calcetín del cuerpo o del alma (para siempre si es el del cuerpo), lo veo una barbaridad.

Tampoco me parece que una persona transexual tenga aquí ningún impedimento para ser reconocida en el sexo en el que se ubica. La autodeterminación de género sí me parece problemática, pero sólo porque, precisamente, hay leyes específicas de género, leyes a las que alguien (el cabo Klinger, un psicópata o un incel vengativo) podría decidir acogerse arbitraria y espuriamente, creando otro peligroso limbo que sumar al limbo de Sánchez. Sí, se puede entrar en todas las polémicas de la Ley Trans, pero, sobre todo, yo no creo que esta ley vaya a crear ni a salvar transexuales. Más bien se trata de crear una ministra a partir de una punki ociosa y de salvar a un presidente que ya va cayendo como un ángel o un Elvis que engordó. A lo mejor la ley no llega a nada, pero fíjense cómo Sánchez todavía flota.