Aun hoy resulta sorprendente que el fútbol haya conseguido ser el pan y toros desde los tiempos de Franco, que se le disculpe todo, todo se le perdone y sus integrantes ya sean clubes, entrenadores, jugadores o directivos parezcan tener una bula para hacer los que se les antoje sin ninguna muestra de rechazo social y, lo que es peor, sin la aparente sanción ejemplificadora que se da en otras industrias y sectores.

Nada de esto es nuevo. Siempre me ha intrigado la curiosa e intensa relación entre el mundo de la construcción y los clubes de futbol, que ha llevado en muchas de nuestras provincias desde los años cincuenta a sus grandes constructores a la presidencia de los clubes.

Más llamativo es que los clubes de fútbol hayan convivido en el pasado con deudas millonarias con Hacienda y la Seguridad Social mientras que si cualquier empresa o autónomo se enfrentaba a problemas de liquidez no podía simplemente dejar de pagar sus impuestos o la Seguridad Social de sus trabajadores. Aún a finales de 2018 la prensa española todavía denunciaba que las deudas de los clubes a la Seguridad Social superaban los treinta millones de euros y más de doscientos a la Agencia Tributaria.

Extraño también resulta que la normativa permita en el siglo XXI mantener con forma jurídica de “club de socios” lo que en verdad son grandes empresas que manejan presupuestos multimillonarios, asumen unas deudas de gran envergadura y se embarcan en proyectos de inversión faraónicos como la construcción de los grandes estadios. 

Por ello no resulta extraño que llegado el Mundial de Qatar se haga uso de ese aforismo tan castizo de “echar la culpa al empedrando “ preguntándonos, ahora, cosas tan peregrinas como si las grandes marcas de anunciantes deberían estar presentes o no en el Mundial por celebrarse en un país que no respeta los valores y derechos del mundo occidental. O si se debe/puede o no llevar brazaletes reclamando la libertad de orientación sexual en un país que lo considera un delito cuando a la fecha son escasos por no decir inexistentes los clubes que disponen de una política de género y LGTBI que apoye abiertamente a sus jugadores, si es que los hubiese, a expresarse sobre la diversidad de género, su género. Gran hipocresía a mi entender. 

Hemos llegado a un Mundial en Qatar contra natura. En el país inadecuado, con el clima inadecuado (que hizo hasta cambiar las fechas de su celebración) y con las condiciones políticas y sociales inadecuadas que violan los principios esgrimidos por la vieja Europa, que defiende a la vez causas por todo el mundo en favor de la democracia, los derechos humanos y la libertad, llevándonos casi al borde de guerras, pero que aquí colectivamente ha decidido abdicar de ellos.

No sólo eso, hemos llegado hasta su inauguración, tras un tortuoso camino plagado de sospechas de corrupción, de apaños indecorosos, de acuerdos interesados y onerosos de naciones, gobiernos, jugadores y clubes para llevar este Mundial a Qatar por dinero. ¿Es el fútbol o el petróleo el que manda? Quizá la mezcla de ambos o simplemente la codicia, que, aunque sería muy triste fuera la razón, podría estar detrás de todos los que guardaron sus principios debajo de la alfombra y han estado mirando para otro lado desde la elección de Qatar hasta la inauguración del Mundial esta semana.

En España no quedamos a la zaga. Asistimos al mayor espectáculo del mundo dejando de lado los escándalos impunes hasta ahora sobre los apaños de jugadores con la Federación en beneficio de sus propios intereses

En España no quedamos a la zaga. Asistimos al mayor espectáculo del mundo dejando de lado los escándalos impunes hasta ahora sobre los apaños de jugadores con la Federación en beneficio de sus propios intereses y contrarios a las normas éticas de sus propios clubes. Sospechas de corrupción y malas prácticas en la Federación, sin que hayan suscitado ni siquiera rechazo social cuando las solas sospechas de corrupción en otros ambientes dictan penas de telediario, de repudio y hasta de banquillo.

Resulta aún más extraño en plena tormenta por el feminismo, la igualdad y la diversidad que no se levanten voces, las primeras desde el Ministerio de Igualdad, reclamando que nuestro país no participe en este Mundial del “no respeto “ por sus causas. Y sin embargo sí oigo voces preguntándose si su Majestad el Rey Felipe VI debería acudir o no a la final caso de que llegásemos hasta ella. Si ganamos, claro que el Rey debe asistir y las marcas anunciarse y las aerolíneas trasportarles porque lo harán dentro de un ordenamiento y una moral pública (doble, eso sí) que lo ha aceptado sin pestañear. Una vez más, somos los ciudadanos los responsables de nuestra inacción. Si de verdad todo esto nos parece tan mal, un solo gesto como apagar la televisión o la radio durante los partidos sería más que suficiente para solucionar todo -soy consciente del gigantesco sacrificio que estoy pidiéndole a la gente por defender derechos y libertades-.

Basta ya de hipocresía. Si de verdad creemos y defendemos valores tan importantes como la transparencia, la lucha contra la corrupción, la igualdad de género, el feminismo o la libertad de expresión, lo que tendríamos que haber hecho es no enviar a nuestra selección ni prestarnos a este bochornoso proceso que empezó con la misma elección de Qatar para este Mundial de fútbol. Claro que eso toca el dinero, mucho dinero; toca el bolsillo ahora lleno de muchos y eso es, como el fútbol, intocable.

Ya lo decía Liza Minelli en aquella obra maestra, Cabaret, “money makes the world go around” (el dinero mueve el mundo).