Ha muerto Nicolás Redondo, que Umbral decía que era el socialista puro y a lo mejor ha muerto de eso, de pureza en medio de este sanchismo sin banderas y sin vergüenza. El PSOE se está quedando sin socialistas, se les mueren de viejos, como el propio socialismo, o se les pudren sin hacer nada en la colegiata de la provincia, como un confesionario antiguo, barroco, repujado y escorado, igual que un galeón. Me refiero a que los socialistas ya sólo están para morirse, como papas, y hasta los poderosos barones, que se inflan, hablan y aletean tanto durante el Corpus o la fiesta que haya en su pueblo, luego no hacen nada, sólo mascar sin dientes el cafelito de la ira, como beatas. Ha muerto Nicolás Redondo sin cola de fieles, sin piedras vivas de Bernini, sólo con una bandera de la UGT como el letrero de una ferretería, allí en una capilla ardiente desierta igual que el PSOE. Los viejos socialistas se diría que se mueren desertando o que desertan muriéndose.

Nicolás Redondo, el socialista puro, el sindicalista con pancita obrera de tartera en el tajo, de desayunar salchichón, ya le resultó fastidioso al felipismo, o sea que imaginen dónde quedan estos socialistas viejos en el sanchismo

El PSOE se está quedando sin socialistas y ya sólo van a quedar los chicos de Sánchez, sus mosqueteros con muceta de niño de coro y orden de morir y matar por ese jefe que flota en una mandorla de colchón de agua. Nicolás Redondo, el socialista puro, el sindicalista con pancita obrera de tartera en el tajo, de desayunar salchichón, ya le resultó fastidioso al felipismo, o sea que imaginen dónde quedan estos socialistas viejos en el sanchismo. El felipismo se había olvidado del obrero (el PSOE está tuerto de esa letra o desde entonces) para construir una España de banqueros de traje de mil rayas y de pelotazos de dinero entre pelotazos de squash, que había que llegar a Europa libres de hollín y sanchopancismo, todos como tenistas del capital. Así que Redondo renunció a su escaño y le montó a Felipe unas cuantas huelgas generales que eran como motines en el paquebote del socialismo. Imaginen hoy a Pepe Álvarez, que se resfría apenas se sale de su bufanda y del argumentario monclovita, montándole a Sánchez una huelga con tirachinas de tuercas y cadenas de pitón alrededor de toda España.

Nicolás Redondo, Nico el de la Naval, creo que no ganó en Suresnes porque ya era un socialista viejo cuando Felipe parecía el novio de la muñeca Nancy. Era un socialista de tajo, un sindicalista pendiente más de la sirena de la fábrica y del reloj del bocadillo que de la macroeconomía y el guapeo monetario o ideológico de los países. Era ahora, ya, un socialista tan viejo que su hijo, Nicolás Redondo Terreros, también es un socialista viejo, de éstos que salen a denunciar el sanchismo casi con gorro de peregrino o con pata de palo, éstos a los que persigue la excomunión de la Moncloa, como Leguina y tal. Pero no se trata sólo de la edad de hierro de estos socialistas, ni de una cultura del PSOE remota como si fuera la cultura magdaleniense. A pesar de que al sanchismo parece que sólo le quedan escolares, monaguillos y triunfitos, como Bolaños (aparte de algún venerable convertido en peluche o en alfombra, como Patxi López); a pesar de eso, decía, no es tanto la edad ni la pureza como la voluntad de acción. Los socialistas se mueren o se hacen el muerto, o sea que no mueven un dedo en todo caso, y ahí está el problema.

Lo de Redondo ya estaba viejo en Suresnes, aunque él mismo criticó luego a la izquierda gregoriana que vive de un pasado como colocado en un facistol. Lo de Redondo estaba viejo, o sólo fuera de lugar, porque era un socialismo de corto alcance, de maestro de obra y de olla diaria, tradicional y graneado, mientras Felipe González traía el socialismo yeyé (Umbral otra vez), ambiguo, contradictorio, transformador, un poco traidor y un poco cínico. El socialismo de ahora está claro que no puede ser el socialismo de linotipia ni puede ser siquiera el socialismo de Solchaga, que ya no era socialismo sino pragmatismo con claveles de caseta de feria socialista (Nicolás Redondo se encaraba con Solchaga como con un esquirol). El socialismo no puede ser ahora simple sindicalismo con mono ni capitalismo con bodeguilla, pero debe ser algo, cosa que no se da con Sánchez, que ha vaciado al PSOE de cualquier identidad u objetivo que no sea el oportunismo. Pero ser conlleva hacer, y yo creo que lo que distinguía a estos socialistas viejos es que hacían las cosas en que pensaban o en que creían, incluso huelgas generales como guerras de cosechadoras contra sus propios estandartes. Ahora, los poderosos barones, quizá viejos socialistas sólo de verdina, no de dignidad, se limitan a soltar una soflama de cura para, enseguida, volver al chocolate del cura, ya satisfechos de haber asustado con el infierno a las beatas con orzuelo.

Ha muerto Nicolás Redondo, yo creo que todavía con su ropa de pescar o de encalar o de emplomar puesta, esa ropa que usaban antes los sindicalistas, que ahora van vestidos como para una lectura poética o para un tarot en una tetería. El PSOE se está quedando sin socialistas, que se les mueren como de la tisis política de otro tiempo o que se hacen el muerto en las sillas de fraile de sus baronías. Entre los que desertan muriéndose y los que se animan con el anís pero luego se rinden durante la pesada siesta con reloj de campanario, ya no van a quedar socialistas viejos ni socialistas nuevos. Sólo la tropa sanchista, como un ejército mortal de viudas alegres o de umpa-lumpas, que las dos cosas parece Bolaños.