Begoña Villacís se queda al final en Ciudadanos, partido que incluso con nuevo logo y nueva directiva, o precisamente por eso, sigue pareciendo una editorial de biblias en quiebra. Villacís se queda pero no sabemos por qué se queda, si porque quiere o porque no tiene otro sitio, sobre todo después de andar llamando a la puerta de hada de Almeida, a la puerta de lotera de Ayuso, a la puerta genovesa de Génova y, en general, a las grandes puertas carolinas de Madrid y a las grandes puertas de muralla abulense del PP. No ha tenido mucha suerte Villacís yendo de puerta en puerta como con aquella preñez evangélica por la que la seguimos teniendo presente, cuando la acosó por la Pradera del Santo una chusma lapidadora y lapidaria. Tampoco ha tenido mucha suerte haciendo ver que no llamaba a ningún sitio, sino que sólo seguía bordando en su fiel centro ideológico o geométrico, en su Tercera España, ese monacato de pobreza y martirio. Pero es imposible disimular que Ciudadanos se acaba, igual que es imposible disimular que ya se ha cambiado el amor y la lucha por la resignación y la supervivencia.

La supervivencia de Ciudadanos, que primero fue supervivencia colectiva, supervivencia de proyecto y de target ideológico, ahora ya es sólo supervivencia personal

De Begoña Villacís dicen mucho eso de la “marca personal”, pero yo creo que Ciudadanos no ha tenido otra cosa que marcas personales, una dorada acumulación de monogramas, como en un bufete, sobre una tropa de relleno hecha de pasantes, realquilados y trotaconventos. Unas cuantas marcas personales, la marca como de colonia de Rivera, la marca grecorromana de Arrimadas, la marca dialéctica de Bal y la marca como de aceitunas españolas, con su condumio y también su poco de folclore, de Villacís. Es cierto que estaban los principios fundadores de Ciudadanos, pero un partido puramente intelectual está condenado al fracaso, hacen falta figurones y figurines, soldados y soldadas. Sobre todo, hace falta triunfo y poder. Un partido que sólo intenta sobrevivir es lastimero y fúnebre.

No se trata de Villacís ahora, sino que Cs lleva intentando sobrevivir desde que se fue Rivera (se fue teniendo toda la razón pero poca vista). Ciudadanos intentaba sobrevivir cuando Arrimadas se quedó de líder en Madrid, como una Lola Flores de biblioteca en Madrid, e intentaba sobrevivir cuando ideó la moción de censura junto al PSOE en Murcia, con puente otra vez hacia Madrid, que eso es lo que no les perdona Ayuso, con algo de violetera vengativa con su Madrid violetero. Pero a Cs se le da bastante mejor triunfar que sobrevivir. Triunfó en Cataluña, ganando las elecciones ante el independentismo de republiqueta y gatillazo, y triunfó también en España, cerca de bajar al PP de su mástil con bandera. Pero sobreviviendo así, ya como limosnero de las autonomías y de los campanarios, sólo da pena, como un perrete cojito que mantiene intactos sus ojos de miel. Hasta a Podemos se le ve mejor intentando sobrevivir, ahí recurriendo a su nicho histórico (en todos sus sentidos) y a esa propaganda de constructivismo soviético, esa propaganda como de nitrato de Chile o jarabe de zarzaparrilla que nunca les pasa de moda.

La supervivencia de Ciudadanos, que primero fue supervivencia colectiva, supervivencia de proyecto y de target ideológico, ahora ya es sólo supervivencia personal. Cuando Villacís, en aquel vídeo como grabado en un camarote inundándose, como un testamento de Cousteau o de algún montañero con carámbanos en las cejas; cuando en aquel vídeo, decía, pedía libertad para que los candidatos de Cs en las municipales fueran con otra sigla o fueran haciendo autoestop, no estaba sino dando el campanazo para la supervivencia personal, el sálvese quien pueda con los pantalones a medio subir. Eso de pretender mantener tu centro reformista, tibio o contestón en un PP que está de zafarrancho; eso de ser corriente interna en un PP que no tiene más corriente interna que Ayuso (esa potestad se la concede el poder, no la originalidad ni la razón ni la pureza, si lo sabrá Casado); todo eso, en fin, no tiene ningún sentido. El centro ilustrado, antinacionalista y reformista, ahora, sólo está en el cofre del abuelo, en el corazoncito de cada uno, como un camafeo de novio antiguo, o en el convento, en la cartuja jerezana donde yo creo que terminará la prometedora, brillante y también un poco miope Inés Arrimadas. En el PP lo que está es el colchón de lana, si lo sabrá, un poner, Fran Hervías.

Begoña Villacís se queda en Ciudadanos, aunque se quede un poco en el aire o en la cornisa, entre el artístico equilibrio y el suicidio, o entre la traición y la hija pródiga. Yo diría que no se ha quedado donde quería, sino donde ha podido, como una bandolera interrumpida en mitad de la faena forajida, volatinera o seductora. En esos casos lo que se suele decir es lo que ella ha dicho, que la cosa no es lo que parece, que nunca quiso irse al PP, a pesar de los aldabonazos, las audiencias, los suspiros y el suspense. En Cs ya no la mirarán igual, aunque la prefieran ahí, resignada en su centro como en su rueca, que con la competencia. Y en el PP yo no sé si alguna vez le abrirán su puerta alcalaína o su puerta de toriles. Asimilando a Villacís anularían a una gran rival, pero Ayuso no olvida el círculo de Arrimadas que decidió tomar Murcia como Constantinopla y Madrid como Manhattan, y la presidenta madrileña no sólo manda en las terrazas y en los anuncios sino que ahora también pesa en los altares de Génova, donde saben que tienen un jefe pero no un mesías. De todas formas, Ciudadanos parece acabado. Ni las personas o marcas personales que se quedan en el partido, con tristeza como de quedarse con el novio antiguo del pueblo, tienen fuerzas ya para disimular.