El primer aniversario de la invasión rusa a Ucrania se cumple este viernes y por supuesto que nuestro campo de atención, entrenado con noticias rápidas y sorprendentes, ha dejado de tener la misma sensación de gravedad y sentido de la urgencia. De alguna manera, nos vuelve a quedar como un conflicto lejano y en parte los discursos más o menos favorables a los argumentos del Kremlin junto con un pacifismo selectivo se van abriendo camino.

La realidad sigue siendo similar al febrero pasado: el Kremlin ha abierto la caja de los truenos y el Kremlin puede cerrarla sin más consecuencia que dañarse a sí mismo y tener que responder, ya sea ante un público furioso, ante sus fuerzas armadas descontentas, o ante los halcones que esperan para arrebatarle el poder a Vladimir Putin.

Hemos subestimado la capacidad de Putin para pasar del autoritarismo conservador al totalitarismo fascista"

Por motivos evidentes, no podemos contar con el Kremlin para hacerse el harakiri, ni se trata de España en los 70, ni su Duma son las Cortes Franquistas ni su Franco ha muerto. De hecho, quienes esperábamos una reacción de protesta mayor por parte de la sociedad rusa hemos subestimado la capacidad de Putin de pasar del autoritarismo conservador al totalitarismo fascista aprovechando el contexto de la guerra. 

Y no solo la represión, sino la propia apatía y/o gratitud del pueblo ruso ante quien les sacó del caos que supusieron los turbulentos años 90 en Rusia. Es totalmente cierto que las dinámicas del poder en Rusia no tienen prácticamente nada que ver con sus equivalentes españoles, pero debajo de esas cuestiones específicamente rusas, su población tiene preocupaciones similares a la española o a cualquier otra. Cuestión distinta es el poder que tengan para cambiar de rumbo.

¿No ha llegado suficiente cargo 200, el eufemismo ruso de origen soviético para hablar de muertos en combate, a Rusia? Probablemente no tengamos la misma dimensión sobre esto. Rusia se funda sobre el mito de la Gran Guerra Patria, donde se apropia significativamente de toda la parte positiva de la lucha anti-nazi de la URSS dejando fuera todo lo cuestionable. 

Y en la cima de ese mito están los 27 millones de muertos soviéticos, la mitad de ellos ucranianos o bielorrusos, todo sea dicho. Para el Kremlin, de cara a su galería, esto no es una intervención en un lugar lejano como Afganistán, Etiopía, Angola o Vietnam, sino un pulso a la OTAN que rivaliza con la Gran Guerra Patria y quieren mostrarse dispuestos a pagar el precio, esta vez sin aliados y sin programa de préstamo y arriendo. Y también son muy conscientes que, para nosotros, cualquier muerto propio es objeto de debate público.

¿No se han encarecido suficiente los productos de primera necesidad? Esa podrá ser tu preocupación y la mía, así como la de Ivan del cinturón rojo de Moscú y la de según qué hijos de según qué vecinos, pero esto, por sí solo, no provoca revueltas que puedan poner en peligro al Kremlin.

¿No han huido suficientes rusos aptos para el servicio militar? Esto es un arma con doble filo. Por un lado, el Kremlin se ha librado de una posible resistencia y de masas descontentas y por el otro, la mayoría de ellos eran clases pudientes, los que quedan para ser arrojados a la picadora, por desgracia, no tendrán tanta repercusión. 

¿Las sanciones a la industria de la aviación civil rusa no han cancelado suficientes vuelos? Aunque nos resulte ridículo, quizás esto tenga un impacto mayor sobre el Kremlin que la cantidad de cargo 200, o el precio de las medicinas y alimentos. Putin se sostiene sobre élites que gastan mucho, élites que pasan sus vacaciones no en los campos de Novosibirsk ni van a visitar a la Virgen de Kazán, sino en Málaga, Milán y Londres.

Pero para llegar al "horrible Occidente", donde gastan sus euros saqueados al erario público, que aunque se les niegue por sanciones, siempre les quedará Dubai, hace falta un Boeing o un Airbus y si está irremediablemente averiado, tienen pocas posibilidades de llegar más allá de Tula. Y Tula es para los pobres.    

Quienes pueden acabar con la guerra desde Rusia, sin que tengamos que llegar a la neutralización, el desarme, el colapso, la balcanización o la ocupación de Rusia, son los ricos y poderosos, ricos y poderosos que Putin ha tenido comiendo de su mano, pero que no obstante son tan susceptibles al derrumbe de su mundo como cualquier otro.

Aceptar la paz impuesta de un agresor es poco más que legitimar la vuelta a un siglo XIX con armas nucleares"

¿Qué podemos hacer por nuestro lado? Como Estados, seguir apoyando a Ucrania con lo que haga falta. Las entregas de armamento y ayuda humanitaria y financiera, a pesar de la propaganda maliciosa, no están suponiendo un coste inasumible para la Coalición, ni nos están dejando indefensos ante otros retos. Esta guerra empezó como un desafío al orden mundial y solo puede acabar cuando Ucrania, como parte agredida, acepte la paz pedida por la parte agresora. Pero aceptar la paz impuesta de un agresor en estas condiciones es poco más que legitimar la vuelta al siglo XIX, a un siglo XIX con armas nucleares, y pretender que Ucrania entregue territorio y población a Rusia, especialmente el capturado después del 24-F, es contraproducente, puesto que legitimará futuros ataques por parte de potencias nucleares y mandará el erróneo mensaje de que solo un arma nuclear puede salvar tu integridad territorial y la vida de tus ciudadanos.

Como individuos, deberíamos empezar a pensar que esto es un pulso de larga duración a una forma nefasta de ver el mundo. Una forma contra la que espero que no tengamos que entrar en guerra abierta, pero que tengamos claro que está dispuesta a seguir luchando hasta el final, el suyo o el nuestro.

Y prefiero infinitamente que sea el suyo, pero todo depende de nuestra paciencia. 


Victor Vasilescu es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas, máster en Relaciones Internacionales-Estudios Africanos.