Y allí fue Félix Bolaños, el pobre, con su corbata escolar, con sus gafas con nariz, con su flequillo arremolinado por la abuela, con su luto de aprendiz de sastre de luto, el último enviado a combatir el fascismo de cañita y Mecano que rige en Madrid, a vencer a la doña de ojos de oliva con sol, como el membrillo de Antonio López y Víctor Erice, la única que es más flamenca y chula que el propio Sánchez. Allí fue Bolaños, ni como invitado ni como autoinvitado sino como acompañante de Margarita Robles, como el soltero que acompaña a la prima en una boda, con la tristeza, la vergüenza y la soledad compartidas. Una tapadera, en realidad, porque ya digo que es el último enviado a combatir el fascismo de capea que rige en Madrid, y el plan por lo visto es conseguirlo dejándose humillar una y otra vez, en las urnas y en los tablaíllos, hasta que a la gente le dé pena ver a un ministro de negro y plumón arrollado en la Puerta del Sol como un alguacilillo de los toros, que es imposible que lo arrollen salvo que se lo proponga, como Bolaños.

Allí fue Bolaños, con billete de segunda, con resquemor de segundón, humillación buscada o táctica pero humillación al fin y al cabo, él que prepara cada día ese galán de noche de Sánchez con el traje berenjena, como un camarero de una Virgen trianera. Allí fue Bolaños, ministro de las ínfulas de Sánchez, ministro para llevar el estandarte o la petaquita de Sánchez, ministro de atizar al fascismo de las doce uvas o al fascismo del Tribunal Constitucional con mano y voz de niño de San Ildefonso, que a uno le parece poco aguerrido para estos menesteres, igual que para meterse en la Puerta del Sol, entre majas, costureras, fígaros y guardias, a buscar la foto, el balconcito o la pelotita que se le ha escapado. Allí fue Bolaños con un señor de protocolo como un señor cura, con recomendación de cura y advertencia de cura, pero resulta que el señor de protocolo y el ministro de cartera con dónut no tenían otro plan que colarse como en aquella fiesta de Mecano. O sea, ir como de ministro gorrón, que debe de ser muy triste para un ministro, como para un hidalgo. Pero a base de tristezas y humillaciones el sanchismo ganará Madrid o retendrá España, o sea que Bolaños se sacrifica gustoso, que él tiene ya algo de ministro con mercromina eterna en las rodillas.

Allí fue Bolaños, ministro pilluelo o ministro llorón (llorar también es una táctica pilluela), allí fue no para estar en la sillita supletoria que le habían puesto, la del primo soltero, viendo recibir medallas a damas de orfeón, sino, insisto, para combatir el fascismo de calesita de Ayuso. Y eso no se consigue estando en la sillita de paquete y estando de paquete en el acto, sino subiéndose a la misma cucaña verbenera del facherío, saltando como un espontáneo ante las damas de abanico y los señorones de carajillo en la Puerta del Sol, y siendo final y cruelmente expulsado de allí por el segurata o la institutriz, epítomes del fascismo de sadismo y correaje. Yo no veo aquí una cuestión de ceremonia, sino de táctica militar, aunque sea una táctica de sacrificio, ésta en la que un ministro recluta, que es carne de cañón y de cuchilla de afeitar mal afilada, se lanza contra las bayonetas y acaba atravesado justo por el corazón y la foto de la novia, o sea de Sánchez, conmoviéndonos a todos.

Allí fue, no para estar en la sillita supletoria que le habían puesto, la del primo soltero, viendo recibir medallas a damas de orfeón, sino para combatir el fascismo de calesita de Ayuso"

Allí fue Bolaños, ministro como en cochecito de niño con cofia y niñera con cofia, un poco niño en cochecito de la escalera de Odesa, no para cumplir con los santos protocolos sino para morir o casi morir, encogernos el corazón en todo caso de suspense e injusticia, todo por la causa del antifascismo. La verdad es que, salvo en las monarquías, donde el protocolo es religión, estos jefes y oficinas no están para hacer cumplir el protocolo, sino para vender a su cliente, para colocar a su cliente ahí un poco más arriba y un poco más al centro, como una corista de escalinata. Lo que ocurre es que la manera de vender a Bolaños no es ponerlo a figurar al lado de Ayuso, para que parezca un paje de la reina de la vendimia, sino ponerlo de ministro pisoteado como por una cruel y castiza morena de relicario. Allí fue Bolaños, pues, que no había sido invitado, que sólo iba como si fuera el primo zangolotino de Margarita Robles, y fue no para colarse en la foto con los novios, que no le sirve de nada, sino para que no lo dejaran y poder quejarse del desprecio de los fachas como del desprecio de las guapas, igual que un incel virgen y gafotas.

Allí fue Bolaños, a hacer su Dos de Mayo glorioso, a ser fusilado ante el pueblo o ante Goya, con sangre de borrón y ojos de cuchillada, y uno no ve tanta cuestión de protocolo ni de educación como de táctica. Viendo ese Real Decreto de protocolos y precedencias, parece claro que el que organiza manda, mientras, eso sí, se respete el orden establecido para las autoridades. Pero el orden no significa presencia obligatoria de cada ministro, cada magistrado o cada generalón que decida ir por el sarao, a meterse en el balconcito, en el podio o en la bañera de los vips. Lo que sí es cierto es que el ministerio de Defensa precede al de Presidencia en ese protocolo, y si el hueco para el Gobierno, en ese Madrid de la resistencia antisanchista o del fascismo de cocido, se ha decidido que sea sólo uno, allí estará Margarita Robles, no Bolaños con su puchero de sobrinito recomendado dado de lado.

Allí fue Bolaños, en fin, a hacer lo que tenía que hacer, que yo creo que por eso Margarita Robles, siempre en su sitio, no se quejó. El objetivo era ver a un ministro placado y sacado por la oreja, como un metepatas de caseta de feria, ridículo y humillado, alisándose las solapas y diciendo eso de “usted no sabe con quién está hablando”, y yo creo que lo han conseguido. Ya tienen ganado Madrid, ya tienen asegurada España y ya tienen arrodillado al fascismo faltón y reventón.