"Madrid fue el rugido del rey de la selva en mitad de la noche africana", escribía Patricia Navarro en La Razón hace cinco años del muletazo genuflexo de Alejandro Talavante en Las Ventas mirando al tendido. Fue un "calambrazo" unánimemente reconocido por prensa y aficionados, uno de esos latigazos de inspiración que le convertían en torero único, distinto.

En una suculenta entrevista en El País hace unos días como previa de San Isidro, Talavante confesaba con respecto a su mala feria del año pasado: "Lo que de verdad me afectó fue no tener suerte en Madrid. Y el bajón fue profundo. La gente esperaba mucho de mí y yo llegaba a las plazas sin ganas. Todo me parecía una mentira. Y se producía esa desesperante situación en la que como artista tienes que darle la vuelta a la situación, pero no puedes, porque a mí no me surge el toreo por las ganas, sino por la inspiración".

Entre una cita y otra han pasado cinco años, apenas cinco años. Entonces, Talavante, dominando al cuvillo con insolencia de mandón, puso boca abajo la plaza de Las Ventas, a la que desafió con mirada de gigante. Ahora, ayer, miró al tendido media docena de veces, incontables. Pero no hubo por asomo el mismo rugido. Aunque estuviera lloviendo, porque los paraguas impiden el aplauso pero no el olé que sale de las entrañas.

Ni el Talavante de este año, ni el del año pasado de la reaparición tras 2018, provoca ya esos alaridos, los que él persigue como lema de su toreo indómito, rebelde, de mano izquierda descomunal.

Seguía confesando a Antonio Lorca en El País: "Conmigo no hay términos medios. Siempre ha debido suceder algo emocionante para que se me valore, y he llegado a la convicción de que el nivel de excelencia que se me exige es muy alto en relación con los demás toreros, pero debo reconocer que esa circunstancia me motiva”.

En la tarde de ayer, no hubo caso, aunque daba la sensación de que él sí parecía vivir una experiencia única, desafiante con la mirada, jaleándose, gesticulando y celebrando una obra que rebotaba en los paraguas sin calar como lo hacía 5 años, 5 ferias atrás.

"Me encantaría sacarme la espina cortando un rabo. Me haría mucha ilusión, y creo que soy de los pocos toreros con opción para conseguirlo. Ahora que lo ha cortado Morante en Sevilla… No quiero hablar mucho de este tema, pero sería un sueño cumplido", añadía en su reflexión Talavante con su pizquita de soberbia, bienvenida entre tanta declaración banal.

El toreo es la profesión más difícil del mundo, más allá del tópico; mejor dicho, ser figura del toreo es la más difícil profesión, de ahí el respeto que imprime una figura como Talavante, aún sumido en horas bajas, mirando suplicante al tendido como preguntando qué os pasa a los que le preguntan qué te pasa.

El toreo es insondable.