Puigdemont va a hacer “mear sangre” a Sánchez, ha prometido él así como poniéndose ya los guantes de goma gorda, igual que una enfermera sado o un científico loco. Quizá el padre ausente de la patria catalana ha pensado que ésa es la mejor manera de poner a prueba el chorrafuerismo que decíamos que gasta ahora nuestro presidente política, estética y vitalmente. O sea, meterle alambre de púas por ese pajarito bailón y gozón, a ver si sigue bailando y gozando. Precisamente Félix Bolaños, que ha vuelto de vacaciones como un pálido estudiante de El Buscón, sin que se le noten las vacaciones, los estudios ni las sopas, se preguntaba si el que le hace las cuentas al PP es el mismo que le hace las encuestas. Personalmente creo que el PP no hace cuentas, sólo intenta mantener la moral mientras espera un milagro así como plateresco. Pero lo que sí sabemos es que los que le hacen las cuentas a Sánchez deben de estar incluyendo ya en el porte una buena cantidad de sangre, sudor, lágrimas y no sabemos si algún fluido más, aunque quizá no de Sánchez sino sólo de España.

No sé quiénes le harán las cuentas a Feijóo, aunque a mí me da que se las hace él solo, con el lápiz de la quiniela, afilado con cortaplumas, y caligrafía de ultramarinos. O todavía no hace cuentas sino que sólo sigue escribiendo cartas de soldado en la mili de la política, a una novia enmadrada o a una madre ennoviada. Yo creo que Puigdemont también se hace sus propias cuentas, y también un poco a navaja en la madera o en la piedra, como un preso de Dumas, que él tiene algo de personaje de Dumas, entre loco, resentido, descamisado e hirsuto, por ahí por el torreón con rompiente de Waterloo (al torreón de Puigdemont le ha ido creciendo foso y acantilado). Ha tenido mucho tiempo Puigdemont para hacer sus cuentas, que creo que se han ido convirtiendo, como suele ocurrir en estos casos, en fantasías de venganza, una venganza física, con torturas de herrero, con esa sangre como medida shakesperiana del desquite.

Lo que tiene pensado Puigdemont tiene que ser otra cosa, no puede ser el bloqueo ni la repetición, sino una Moncloa que le cueste a Sánchez literalmente un cojón"

Ahora Puigdemont quiere sangre de Sánchez, buenas libras de carne de guapo, menudillos de presidente salsón, dientes arrancados a su sonrisa clavecinística, y el remate irónico de ver la resiliencia quemante bajándole por el uréter hasta esa chorra sandunguera que hacía cuentas con la chorra como Feijóo las hace con el lápiz de carpintería o con el cuento de la lechera. Yo creo que Puigdemont debe de tener muchas ideas para Sánchez o para España, esas torturas que él habrá ido perfeccionando, refinando, retorciendo en su cabeza borrascosa mientras tocaba el órgano como el capitán Nemo o el fantasma de la ópera. Todas esas torturas que ahora le chorrean en las palabras, como la saliva lubricante por los colmillos del vampiro, ante la inminencia de su consecución. O sea, que él cree que va a haber consecución, porque toda esta venganza planificada, alimentada y crecida como una plantita carnívora, este paciente y minucioso despliegue herrero, medieval y cárpato, no sirve de nada si no se lleva a cabo.

Puigdemont pone un precio a la investidura en sangre, en dolores cólicos, en el riñón de piscina de riñón de Sánchez pasado por la trituradora o en la chorra salomónica de Sánchez pasada por la apisonadora, pero la intención es que el precio se pague y Puigdemont disfrute con la fantasía cumplida, o sea que haya investidura sangrienta.

Decirle a Sánchez simplemente que no, devolverlo a los toriles desde un escaño del Congreso, sacando un pañuelito y poniendo morros de guardia civil, eso no es una fantasía ni es una venganza ni es nada. Sánchez meando sangre, echando los higadillos, viendo descompuesto el alicatado de su cara o el manguito rotor de sus hombros bailones, no es lo mismo que Sánchez volviendo a hacer otra campaña a partir de hormigas bizcas, derechona ensotanada y victimismo achacosito. La sangre que espera Puigdemont tiene que ser otra cosa, lo que tiene pensado Puigdemont tiene que ser otra cosa, no puede ser el bloqueo ni la repetición, sino una Moncloa que le cueste a Sánchez literalmente un cojón. Claro que Puigdemont asume que Sánchez tiene sangre en las venas, o en la chorra que más bien parece rellena de arena, y eso me parece asumir mucho.

La venganza barbera de Puigdemont con Sánchez, soñada y preparada entre risotadas, calderos hirvientes, tenazas al rojo, piedras de afilar y tocatas de Bach, en realidad me parece una pérdida de tiempo y metal porque Sánchez no siente nada, es como un espantapájaros con la sonrisa de paja y el corazón anidado por grillos. Sánchez mearía sangre si tuviera sangre y sufriría por las negociaciones o por el país o por los dientes arrancados si pudiera sufrir. La verdad es que Sánchez sólo mearía sangre viendo a Feijóo en la Moncloa, con su lápiz de tabla de multiplicar, su reloj de cuco y su mesa de madera de barco, haciendo sus lentas cuentas de farero, ahora sí, de verdad. Y eso no lo va a propiciar Puigdemont. Puigdemont, encanecido de venganza y matarife por soledad, ha olvidado que a Sánchez no le importa nada que no sea él mismo. Yo no sé quiénes le llevarán las cuentas a Sánchez, pero sin duda le van a decir que lo de Puigdemont es barato y limpio, que en todo caso la que meará sangre, como un vino de pasodoble, será España.