Puigdemont, esa alma en pena, se ha topado con el Tribunal Constitucional de verano, compuesto por tres magistrados que a estas alturas de agosto uno se imagina como tres vigilantes de la playa con bañador del Gordo y el Flaco. La Sala de Vacaciones, que sigue siendo igual de digna aunque suene a after de pueblo y aunque uno se pregunte si tendrán botijos con toga, o sea con tapetillo de ganchillo y puñeta para el pitorro; la Sala, decía, le ha tumbado al eterno penante el recurso recursivo que tocaba esta vez. El recurso yo creo que no importa, sino la recursividad de Puigdemont con ese sinsentido que es a la vez leguleyo y alegalista, eso de estar apelando a unos tribunales que luego dices que son un instrumento represivo del Estado, como la torreta de playa o como el guardia de cine mudo que persigue a Puigdemont por todo el mundo. A Puigdemont le ha dolido que ni en verano el Constitucional le deje jugar con la pelotita alegal e iliberal, y a mí me parece que le duele tanto porque deseaba realmente un gesto para empezar a condescender y a conceder la investidura de Sánchez, que yo sigo diciendo que no está tan lejos.

Jordi Turull, también penante de guardia en verano según parece, enseguida puso en las redes esta cosa frustrada y enfurruñada: “Todo en orden. Hace muchos años que el trabajo del TC es decorar jurídicamente una estrategia del Estado contra el independentismo. Y esta estrategia no cierra en vacaciones”. La cosa parece normal, o sea lo de siempre, excepto por esa chocante y decepcionada mención a las vacaciones, ese torcido puchero del que acaba de ver arruinado el verano por un juez como una suegra o una gastroenteritis. Ya sabemos que en la mentalidad totalitaria de esta gente los tribunales, como todos los demás poderes, instituciones e individuos, deben obedecer al Gobierno, que a su vez obedece a la Causa. Esto, que pasa en Cataluña, que es lo normal en Cataluña, que lo llaman democracia incluso, democracia luminosa e inspiradora, afortunadamente es más difícil que pase en “Madrid”. Pero se diría que ellos tenían esperanza. Tenían esperanza, curiosamente, y por lo que parece, sobre todo en las vacaciones. Por eso lo dejaba Turull en la coletilla del reproche, ese españolísimo reproche de “ni en vacaciones me vas a dejar que…”.

Puigdemont asume que el Estado, la ley, la lógica y hasta la moral están de vacaciones igual que Sánchez, que ese Sánchez de vacaciones alegres y desvergonzadas

Yo creo que Puigdemont, simplemente, ha visto las vacaciones del presidente Sánchez, que se resumen, ya lo he dicho, en ir con la chorra fuera. Y, claro, Puigdemont se encuentra una Sala de Vacaciones en el TC y cree que la condición vacacional del Tribunal, del Estado y de España entera debería coincidir con la condición vacacional del presidente, o sea de chorrafuerismo sin límites, ese paseo en góndola de Sánchez por su baraka o su chulería, disfrutando del hecho inaudito y maravilloso de poder hacer cualquier cosa sin coste, sin remordimiento y hasta sin manos. Estas vacaciones de España, estas vacaciones de Sánchez, estas vacaciones del Estado, eran las que esperaban los independentistas, que ahora se han sentido engañados cuando en la Sala de Vacaciones, con nombre de local de Malasaña entre ingenuo y provocador, no le han dado una piña colada sino otro sopapo legal.

Puigdemont asume que el Estado, la ley, la lógica y hasta la moral están de vacaciones igual que Sánchez, que ese Sánchez de vacaciones alegres y desvergonzadas lo que significa precisamente es eso, y por ello cualquier cosa es posible. Es posible incluso que el Constitucional se convierta en un chiringuito desmontable, que a lo mejor siempre fue la idea de todos los gobiernos pero nadie lo había reclamado con esa rotundidad, así, esperando que te ponga la caña un magistrado servil, solemne y crujiente de encajito como un copero real. Y, por qué no, también puede ser posible no una independencia por ensalmo ni por decreto, pero sí un comienzo prometedor para una legitimidad que pueda llevar un día a la independencia. Eso sí que le daría a Puigdemont la victoria sobre Esquerra y la supremacía en la política catalana, ser el tío que consiguió un referéndum más o menos simbólico pero oficial, o una amnistía que sería, además, toda una confesión del Régimen Corrupto del 78. Mucho más de lo que le daría ser el personaje insufrible que nos lleva a otra campaña insufrible, y quién sabe si a un gobierno del PP que los dejaría sin veraneo mucho tiempo. Y mucho más, desde luego, de lo que le daría terminar en la cárcel haciendo marquetería melancólica y soliloquios pilosos de Segismundo.

Puigdemont está escocido con lo del TC, que ni cuando el tribunal debería estar con la toga y la ley arremangadas y un botijo de sombra de parra, de vacaciones desenfadadas y arbitrarias como Sánchez o como todo el Estado, le ha admitido su recurso recursivo, que es siempre el mismo, el alarido del jefe tribal contra la civilización. Yo creo que Puigdemont no asumiría esa majestad gondolera de Sánchez, ni se ilusionaría en vano con un verano en bicicleta o en tanga, si no tuviera ya sus planes, sus cuentas, sus posibilidades. Aunque todavía los altos tribunales no bailan para él, ni para Sánchez, yo creo que Puigdemont sabe que quizá pueda decir que sí, está deseando decir que sí, apenas nuestro presidente, montado en alfombra voladora y desnudo de ombligo y pezón, le muestre que realmente nada es imposible. Claro que Puigdemont tiene esperanza, quién no la tendría al lado de Sánchez…