La fracasada investidura de Feijóo nos deja la imagen de un Congreso dividido en dos mitades irreconciliables. Si ya la pasada legislatura se caracterizó por las constantes broncas, la que comienza ahora, si es que finalmente Pedro Sánchez consigue el apoyo de los independentistas catalanes, subirá aún más si cabe los niveles de ruido y crispación. La elección de Oscar Puente por parte del presidente en funciones para dar la réplica al candidato es todo un síntoma de los tiempos que se avecinan. ¡Caña a la derecha!. Esa es la consigna con la que Sánchez quiso tapar la vergüenza de la amnistía.

Expertos en el regate corto, Sánchez y sus asesores planificaron la semana de la investidura de Feijóo, a sabiendas de que la apuesta del líder popular estaba condenada al fracaso, con el objetivo de evitar responder ante la Cámara de las negociaciones en marcha con los independentistas. Si Feijóo tenía la votación perdida no se le podía dar la baza de ganar el debate político. Así que lo que Sánchez decidió fue eludir el debate. Después vino la decisión sobre quién debía asumir el papel de portavoz por parte del PSOE. Hubo discusión, se barajaron varios nombres, entre ellos el de Patxi López, pero al final se impuso la tesis de hacer saltar por los aires la sesión, apostando por un diputado dispuesto a dinamitar todos los puentes con la derecha sin importarle recurrir a la provocación y a la mentira: Oscar Puente.

Pero la satisfacción (hay que ser corto para felicitarse por las envestidas del ex alcalde de Valladolid) no duró mucho en la bancada socialista. Cuando aún se relamían por la derrota en primera votación de Feijóo y comprobar que ninguno de los partidos se había salido del guion, saltó la sorpresa en el Parlamento catalán. ERC había incumplido lo pactado.

La resolución que liga el apoyo a la investidura a un compromiso para poner en marcha un referéndum de autodeterminación demostró dos cosas: que Sánchez no lo tiene todo tan atado como el jueves presumía ante los periodistas tras una reunión con sus colegas socialdemócratas de la Eurocámara; y, en segundo lugar, que ERC ha decidido dejar de ser el 'pagafantas' de esta fiesta. Parece que lo único que importa son los siete escaños de Junts. Pero los suyos son también siete y, de cara la investidura, tienen el mismo valor para decidir si Sánchez seguirá en Moncloa o bien vamos a una repetición electoral en enero.

Puigdemont es un iluminado que quiere pasar a la Historia (si, Historia con mayúsculas) por ser el president de la Generalitat que lleve la independencia a Catalunya. Ha tenido la suerte de toparse en su camino con un presidente de Gobierno dispuesto a hacer todo lo que esté en su mano para conservar el poder. La mezcla es explosiva. Y ha puesto en marcha un mecanismo que Sánchez ya no controla.

Aunque en Moncloa dicen que ERC y Junts van de farol, la realidad es que Sánchez ya no ve su investidura tan fácil como pensaba hace sólo unos días

La amnistía, como cuenta hoy Irene Dorta en El Independiente, va a tener un primer beneficiario. Puigdemont podrá volver a España el mismo día que el texto se apruebe. Las ordenes de detención quedarán en suspenso y podrá regresar, pero no ya en el maletero de un coche, sino en olor de multitud. ¡Gracias, Pedro! Con la medida de gracia a cambio de siete votos has resucitado al paladín de la independencia y has desatado la cólera de Junqueras, que ahora sube su apuesta para no verse arrollado por la recobrada fuerza de su íntimo competidor y enemigo.

Sí. Puigdemont celebrará hoy el aniversario del 1-O como un éxito personal y, tras meses de ninguneo por parte de ERC, haber logrado unir a su carro reivindicativo a los republicanos. Otro éxito de la estrategia de Sánchez. Cuando concedió la amnistía, retiró del Código Penal la sedición y rebajó el delito de malversación, el argumentario monclovita -repetido ad nauseam en las tertulias por sus corifeos- era que, de esa forma, se había logrado dividir al separatismo y bajar el suflé independentista en Cataluña. No sé cuál será el argumentario para justificar este giro inesperado.

Salvador Illa, líder del PSC, está que se sube por las paredes... con ERC. En los corrillos con periodistas en Barcelona muestra un enfado tan real como morrocotudo. "¡No era eso lo que se pactó! Junqueras se ha salido del guion. El pacto era conceder la amnistía y dejar fuera la autodeterminación", viene a decir. Pero, se lamenta, han traicionado lo acordado con esa declaración absurda del Parlament -apoyada por partidos independentistas- prohibiendo el apoyo de los diputados catalanes en el Congreso a una investidura "que no se comprometa a trabajar para hacer efectivas las condiciones para la celebración del referéndum". "Palabrería", dijeron en un primer momento en Moncloa. Que se lo digan a Illa, que los conoce bien y ya no le llega la camisa al cuerpo. Como los conoce, el líder del PSC sabe que, una vez que la carrera del despropósito se ha puesto en marcha puede ocurrir cualquier cosa. Incluida la no investidura de Sánchez.

Es lo que tiene cabalgar a lomos de un tigre. A Sánchez parece gustarle el riesgo, disfruta jugando a la ruleta rusa, pero se arriesga a perder el control en cualquier momento. Y ahora viene el control de daños. Este fin de semana ya están agitando desde Moncloa la amenaza de una repetición electoral. Justo lo que quería evitar Sánchez.

Recordaba ayer Iva Anguera ,en su artículo en estas mismas páginas, lo ocurrido en octubre de 2017. El entonces presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, había acordado con Iñigo Urkullu, que hizo funciones de intermediario con el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, convocar elecciones al Parlament, para evitar así la declaración unilateral de independencia y, por tanto, la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Fue la presión de ERC, con la aportación especial de Gabriel Rufián que le lanzó a Puigdemont a la cara "las 155 monedas de plata" (una forma de llamarle traidor a la causa), la que provocó la catástrofe.

El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y ahora parece que estamos a punto de repetir aquella situación, en la que una desnortada ERC jugó la baza irresponsable de lanzar a la sociedad catalana al abismo.

Sánchez quiere creer que ERC y Junts van de farol, que se conformarán con una declaración con la promesa de una consulta. Ya veremos. Lo más importante es que la semana de la investidura comenzó con alborozo en el palacio presidencial, dando por hecha una investidura antes de concluir octubre y ahora ya no se descarta una repetición de elecciones. Jugar con el peligro de manera constante tiene ese riesgo.

Pero lo que ya no tiene remedio, lo que, pase lo que pase, no cambiará, al menos hasta que Sánchez pierda las elecciones, es esa imagen de una España dividida en dos, con personajes como Puente elevados a los altares no por sus virtudes, sino por su capacidad de destrucción.

Tierra quemada. Eso es lo queda. Y un independentismo cada vez más débil electoralmente pero con mayor capacidad de chantaje al Estado.