Sánchez, engalanado como de celaje europeísta, con sus estrellas de bandera o de cortina por encima, como un mago de cucurucho, lo que está haciendo es negar a Europa. Estoy seguro de que Sánchez se prepara cuidadosamente para estas cumbres y saraos, yo creo que en tocadores de Eurovisión, todo banderines, acericos y marabúes, para luego aparecer así, como una alegoría atlántica, como un estadista europeísta con zapatones de plataforma, a hacer de europeo y de otánico como una drag hace de Carmen Miranda. Pero es imposible creérselo, claro. Y es que Sánchez, en la Cumbre de Granada, lo que tendría que estar proponiendo es la concordia con Putin, la convivencia con Putin, la generosidad con Putin, e incluso algunos millones para Putin, para que se los gaste en periodistas folclóricos, cátedras folclóricas, ballets folclóricos, pólvora folclórica y exiliados folclóricos. Sin embargo, ahí estaba Sánchez, junto a ese Zelenski pintado entero de verde como un soldadito de plástico, hablando no ya del imperio de la ley sino de enviar misiles. Es imposible ser europeísta y sanchista, como ser europeísta y nacionalista, pero a ver quién baja a Sánchez de sus zapatones.

Sánchez, que en estas cosas europeas parece siempre algo así como un torero con bombín (el esfuerzo por sentirnos europeos se nos nota en sudores o temblores, como nuestro inglés siempre de José Luis López Vázquez); Sánchez, decía, vuelve a hacer de anfitrión de sopas y antepasados y de cicerone de arcos y saloncitos, que esto de la presidencia europea a él le queda como un reportaje a Pitita Ridruejo en el cuché. Pero Sánchez no hace otra cosa que negar a Europa, denigrar a Europa, y yo creo que hasta puede destruir Europa para devolvernos a los tiempos y las altiplanicies de las tribus con honda. Sánchez está metiendo otra vez en Europa el huevo de una bicha que es la misma de Putin, la de los nacionalismos de historia, lengua, Cristo, osamenta o destino nacionales, en el fondo tan ridículos como los quesos nacionales, pero por los que Europa ha sufrido y sangrado tanto. Pero ahí está nuestro presidente, recibiendo en batín europeísta, con su pin europeo, su presidencia europea, su azul europeo y su verbo europeo haciéndole bulto antinatural en la garganta como un bocio.

En Granada, romana, mora, cristiana, mestiza; cristalizada, agrutada y renegrida de civilizaciones como de volcanes, Sánchez se siente europeo como podría sentirse cualquier otra cosa, la verdad. Sánchez, para ser europeísta o para ser lo que convenga, sólo tiene que cambiarse de sombrerito, lo mismo la barretina que el gorro frigio, el otro tirolés o incluso el fez. Sánchez se dejaría coleta, o se pondría mechas californianas, que es lo que ha sustituido a la coleta en la izquierda, si hiciera falta. Así que Sánchez está europeo como el camaleón está un día azul, por una cosa entre el camuflaje y la iluminación, que Europa reverbera en Granada como un escudo de bronce o el fuego griego. Granada es una trampa para guiris, como una flor carnívora de colores mareantes y olores de incienso, romero e hidromiel. Lo que parecen allí todos los líderes europeos son japoneses (Macron, sobre todo), y lo que parece allí Sánchez es un cochero de caballos, apostado para darles el sablazo con labia y sombrilla.

Sánchez está europeo como el que está flamenco en el metro de Londres, donde Sunak no aparecería nunca. Y entre la cosa mora de la ciudad y la cosa bandida de Sánchez, yo creo que los líderes europeos no se dan cuenta de que nuestro presidente les está metiendo la bicha como el que pone la gorra

Sánchez está europeo como el que está flamenco en el metro de Londres, donde Sunak no aparecería nunca, eso sí. Y entre la cosa mora de la ciudad y la cosa bandida de Sánchez, yo creo que los líderes europeos no se dan cuenta de que nuestro presidente les está metiendo la bicha como el que pone la gorra. Sánchez está reviviendo a la bicha, la de los nacionalismos minúsculos o con el tamaño de toda la nieve, con rey bajito o con pueblo bigotón, con pasado siempre glorioso y enemigos siempre vigentes, esos nacionalismos que rebosan las fronteras y las leyes con el borbotón de su sangre o de sus babas. Sánchez está tribalizando Europa, cuando el europeísta intentaría europeizar las tribus, que es como romanizar otra vez a esta gente que en su mayoría sigue sin romanizar. La segunda romanización tendría que empezar, claro, por el derecho (Europa es Grecia más el derecho romano, lo demás es folclore y barbarie). Ante las tribus, lo que hay que inculcar, hasta disciplinarlas, es que no se trata de la historia, sino de la ley, ni de la patria, sino de la ciudadanía. Y recordar que Europa está atravesada de costurones de guerra, y que por eso lo aprendido no lleva a la disgregación en nacioncitas sino, al contrario, a la unión en la ciudadanía, no ya por razones cartográficas, culturales o melancólicas sino de supervivencia. Sí, habría que recordárselo lo mismo a Cataluña y al País Vasco que al Reino Unido, a Polonia o a Hungría, ahora que caigo. Y esto va siendo ya mucha tarea titánica para nuestro presidente, titán de colchoncito de piscina y paquete de calcetín.

Sánchez, divo de Eurovisión, Afrodita de tocador, recibe en bata de cola europeísta pero en realidad está apuñalando a Europa donde más duele, incluso donde sigue doliendo ahora mismo: en los nacionalismos prepolíticos, en los furiosos imperios sentimentales con locos con mecha de bandera y pueblo ciego y forofón, que en su escala podrían ser tanto la Rusia de Putin como la Cataluña de Puigdemont. Derecho y ciudadanía, de eso se trata. Claro que aquí se encuentra uno con que el sanchismo, con estrellitas de brilli-brilli europeísta en la solapa y en los ojos, borra delitos a cambio de votos, llama fachas con toga a los jueces o dice que el Constitucional ha intentado maniatar al Parlamento, entre otras barbaridades (de bárbaros). En la Granada atrapaguiris y atrapasoles, tejar de civilizaciones y almizcle de siglos, Sánchez va de europeo como un niño va de marinerito o como una actricilla va de la mora Azofaifa.