Ione Belarra trae la justicia divina ya tejida desde casa, como la beata con su luto, su rebequita y su pañuelo, en este caso pañuelo o chal palestino (el occidental con pañuelito palestino siempre parece una falsa conserva casera, de ésas con trapito de cocina bajo la tapa). Belarra, estirándose el chal como esas señoras que se estiran la rebequita o la hipocresía en misa, quiere enviar a la Corte Penal Internacional a Netanyahu, que es como querer llevarlo al infierno de sus entretelas, ese íntimo infierno que calientan los beatos para los pecadores. No recuerdo ahora que Belarra, con su armario lleno de justicia como de zapatos, uno para cada día y ocasión, haya pedido grillete y condena para los líderes de Hamás, ni para los sanguinarios ayatolás, ni para Putin, ni siquiera para Josu Ternera.

El pueblo palestino, sea lo que sea eso, en realidad es más víctima y rehén del islamismo que de Israel, pero Belarra no se va a cambiar ahora de outfit ni de parroquia. Su izquierda ya sabemos que es atea aquí, bajo las cruces de las glorietas y los hórreos, pero la mar de pía allí, bajo las medias lunas de los alfanjes y los AK-47.

Ione Belarra se ha metido en el polvorín de Oriente Medio, que siempre se ha dicho así, con esos tópicos que más que militares parecen taurinos, pero es que no es sólo un tópico de la historia ni del periodismo, sino de su izquierda, como los mismos toros o toreros. Ya vieron a ustedes a Yolanda Díaz, el mismo día de la matanza de Hamás, mutar de hada Campanilla del progresismo a una especie de Hulka rugiendo contra Israel. Es que ellos tienen ese fondo de armario, con el pañuelo palestino como una toca de monja con cornete, con la bandera palestina también, que a fuerza de tiempo, desgaste y melancolía, como un ajuar de solterona, acaba confundida con la bandera cubana; con camisetas contra una OTAN todavía como de Reagan y una España todavía como de Joselito; toda esa memorabilia a la vez fetichista e iconoclasta, con olor a cerrado y a mucho lavado con Micolor, que están deseando ponerse, como el ochentero que está deseando ponerse la camiseta de los cazafantasmas o de Naranjito.

Yo a veces me pregunto si esta izquierda en realidad es consciente de que participa en una guerra (la larga guerra contra la democracia liberal, que por cierto incluye la guerra contra la misma socialdemocracia), o ya sólo está en una especie de concurso de cosplay de la izquierda, una izquierda que puede ser de Naruto o de las Supernenas o de Doraemon. Claro que a uno se le hace duro, o inmoral, o imposible, que incluso entre los muertos calientes como caza o como cosecha uno se vaya al armario, como un malasañero, a pensarse si sale hoy palestino, cubanito, andalusí u obrero. Quiero decir que aún peor que elegir el bando de Hamás, de Irán o del Estado Islámico es hacer esa elección por motivos folclóricos, por la cosa fashion, como el que se va de fiesta temática vestido de blanco o de charlestón. Y es que esta izquierda está entre la gravedad de sus barbaridades y la frivolidad idiota, y pide la guillotina como el que pide un verdejo. Que la izquierda sea folclórica, sin embargo, no la exculpa de su papel en esta guerra.

Y es que esta izquierda está entre la gravedad de sus barbaridades y la frivolidad idiota"

Los dioses barbudos llevan peleándose toda la vida por aquel lugar de cabras y de polvo que, ciertamente, parece una pobre herencia y una pobre promesa para venir de dioses todopoderosos. Pero lo que no se puede hacer es confundir una guerra, ahora, con el medievo, y ésa es la diferencia no entre los dioses, que son todos iguales, sino entre sus hijos, y entre los actos de sus hijos. A Hamás, que usa a sus propios civiles de escudo o de cebo, no le importan los muertos, ni judíos ni musulmanes, ni inocentes ni culpables, ni justos ni malvados, que, como dijo Arnau Amalric o algún otro en aquel asedio a los cátaros, es más fácil matarlos a todos y que Dios reconozca a los suyos. Ante esto, simplemente, la política es imposible.

A Israel se le puede y se le debe exigir que cumpla las leyes de la guerra, pero exigírselo a Hamás, o a los ayatolás, es una idiotez. Hamás, o sea el islamismo, está en una guerra santa total, su objetivo no es un estado palestino, ni la paz, ni la seguridad y prosperidad de su gente, a la que sacrifican como a las cabras de sus dioses, no ya en esta guerra sino día a día. Toda Gaza es una especie de loco portaviones varado, lleno de rehenes y kamikazes. “Sólo tendremos paz cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”, dijo Golda Meir. Pero a Hamás no se le puede convencer ni se le puede humanizar, a Hamás sólo se le puede derrotar. Como a todo el islamismo.

Ione Belarra no está en esta guerra de dioses y polvo, pero sí está en esa otra guerra, quizá folclórica pero gravísima, de la izquierda contra la democracia liberal, contra Occidente si usamos las propias palabras de Putin (o de los ayatolás, que ahora están tan contentos con el salvaje pogromo y con la nueva cosecha de sangre para su dios y su negocio). Cualquiera que se declare en guerra contra la democracia liberal tendrá la simpatía, la fiesta de sombreritos o el homenaje de velitas de esta izquierda, sean los imperios de cosacos mafiosos, las teocracias medievales, las dictaduras de cocotero o las tribus neolíticas que han sobrevivido por nuestros riscos. Ione Belarra se pone legalista y justiciera con Netanyahu, ya ven, teniendo aquí tan cerca a Otegi, o incluso a Puigdemont. Belarra, Yolanda y toda su izquierda entre naif y fanatizada están en otra guerra que quizá también es cruel, irónica, interminable y bíblica. Está escrito en Proverbios que el que turba su casa heredará el viento, pero no aprendemos.