Ayer escuché uno de los discursos más emocionantes que he escuchado en mi vida. Al recibir el premio Princesa de Asturias en el Teatro Campoamor de Oviedo, la diva más antidiva del mundo, la actriz Meryl Streep, nos brindó un emocionado recuerdo para el poeta Federico García Lorca. La tres veces ganadora del Oscar recordó que durante su etapa universitaria diseñó el vestuario para la representación de La casa de Bernarda Alba, y utilizó la obra de Lorca para reflexionar sobre la labor de un intérprete. "Una de las hermanas, Martirio, grita: 'Pero las cosas se repiten. Yo veo que todo es una terrible repetición'. Lorca escribió el apasionado grito de Martirio dos meses antes de su propio asesinato, en vísperas de otro cataclismo. Que pudiera ver desde tan alto, que mirara con tanta distancia los acontecimientos que tanto amenazaban su vida, es extraordinario. Que pudiera expresar, a través de Martirio, una sabiduría que no lo salvaría, pero que sería una advertencia para el futuro, era un don. Actuar en una obra como esta es prestarle a los muertos una voz que los vivos pueden oír. Es el privilegio de un actor y es su deber".

En días duros como los que estamos viviendo me encantaría que el 'efecto Pigmalón' nos permitiera influir en los líderes que nos arrastran a lo peor, la guerra

Uso las palabras de este mito y tesoro de la cultura universal porque hoy más que nunca me encantaría que sus palabras, llenas de cultura, valor, sentido común y esperanza, pudieran contagiar al mundo entero. Que fueran una profecía autocumplida que ayudara a eliminar el odio, la venganza, las guerras, del mapa de nuestro vapuleado mundo. Que Meryl Streep fuera un Pigmalión para todos los autócratas y populistas que nos gobiernan. 

A menudo, ya en mis conferencias, ya en mis sesiones de entrenamiento, me refiero al efecto Pigmalión y a los milagros que obra en las personas: en grandes empresarios, en líderes políticos, en ciudadanos corrientes e incluso en cualquier clase de equipos. Después de explicarlo durante más de veinticinco años, les confieso que uno de los últimos sueños que me restan por materializar es el de poder transmitirlo a través de la pequeña pantalla... y contarle a todo el mundo que no es una utopía, que el efecto Pigmalión existe... y funciona. En días duros, terribles y llenos de dolor y lagrimas como los que estamos viviendo, una vez más, en Oriente Próximo, me encantaría que este efecto me, nos permitiera influir en los líderes autocráticos que dominan nuestra geopolítica y que nos arrastran siempre a lo peor, la guerra. 

El mito

Comenzó a utilizarse con tal nombre tras unos experimentos puestos en marcha por el psicólogo social Robert Rosenthal en los años sesenta. Hacía referencia al fenómeno mediante el cual las expectativas, acciones y creencias de una persona pueden influir en el rendimiento de otras. Rosenthal lo denominó así en referencia al pasaje de la mitología griega que habla de un escultor, Pigmalión, que se enamoró perdidamente de una de sus creaciones, Galatea. Hasta el punto que comenzó a tratarla como si fuera real, la mujer que siempre había soñado. Conmovida por la adoración que sentía por su criatura, la diosa Afrodita hizo que la escultura cobrara vida propia, permitiendo un amor que parecía imposible.

Este precioso mito, que bien hubiera podido ser realidad, ha inspirado a infinidad de artistas, literatos y cineastas a lo largo de la historia. Cómo olvidar My Fair Lady, aquella maravillosa película dirigida en 1964 por George Cukor e interpretada por Rex Harrison y Audrey Hepburn, adaptación de un musical basado en la obra de George Bernard Shaw. Eliza, una humilde florista de los bajos fondos londinenses, es recogida por un profesor de fonética llamado Higgins. Fascinado por el acento cockney de la chica, proveniente de los peores suburbios, apuesta con un militar amigo suyo a que será capaz de enseñarle a hablar y a comportarse como una señorita bien.

El tradicional clasismo, por lo demás, de la alta sociedad británica, proyectado en este caso en su marcado desprecio hacia acentos o dialectos que delaten una extracción más baja que la del inquisitorial y pudiente interlocutor. Es un ingrediente habitual, o colateral, en una miríada de filmes, como Match Point de Woody Allen y tantos otros. Pero no nos salgamos del asunto de hoy.

La profecía autocumplida

El efecto Pigmalión ha sido objeto de innumerables estudios, y la mayoría convergen en una idéntica conclusión: la profecía autocumplida, que a su vez nos conduce a otro mito. El de Casandra, hija de los reyes de Troya y sacerdotisa de Apolo, a quien ofreció su cuerpo a cambio del don de la adivinación. El único hándicap era el de no ser creída. Hasta que lo que tenía que ocurrir, ocurría. Ya ven que, deslumbrado por el azul del mar y las luces de este cielo sin rastro de nubes, hoy me siento especialmente mitológico.

Dicho de otra forma: cuando ansiamos algo de forma extraordinaria, creemos con una extrema vehemencia que un hecho tiene que producirse y además de una forma determinada, o proyectamos en los demás nuestra influencia, actuaremos siempre, consciente o inconscientemente, de manera que todo ocurrirá como habíamos deseado. Cuando de niño soñaba con la arena blanca de una playa de Caribe o de las Maldivas, lo tenía en mi mente como una forma básica de posesión que sin embargo ha sido clave para crecer y alcanzar mis ambiciones.

Si no lo deseas fervientemente, nunca lo vas a alcanzar, repito a menudo a mis clientes. Aunque, prudencia: no olvidemos aquello que dejara escrito Oscar Wilde: cuidado con lo que deseas porque puede convertirse en realidad. Es decir, que lo que estás deseando sea de verdad lo que te hará feliz y exitoso.

...y un poco de metafísica

No pocos prefieren explicarlo como resultado de una poderosa ley del universo, cimentada en la fuerza de nuestro pensamiento y en la armonía con aquello a lo que queremos unir nuestra vida. No soy especialmente devoto de la metafísica, pero algo de esto hay. Desterrar de nuestro pensamiento y de nuestro lenguaje expresiones como 'no puedo', 'no voy a ser capaz', 'es demasiado para mí', ya es un primer paso en la buena dirección.

Y sí: funciona también con aquellos sobre quienes tenemos influencia: nuestros hijos, la pareja, los alumnos, en el caso de maestros y profesores, los equipos que coordinamos en nuestra empresa, los potenciales votantes, si nos referimos a líderes políticos, y un largo etcétera.

En mi experiencia personal, a pesar de vivir desde los dieciocho años fuera del hogar familiar, nunca he dejado de sentir una conexión, una suerte de extraordinaria telepatía con mi madre. A lo largo de los años, siempre hemos sabido cuando el otro estaba enfermo, se encontraba mal o tenía la moral por los suelos. Un hilo de plata que, incluso ahora que mi madre ya no está en este mundo, influye en cada decisión que tomo.

El efecto Pigmalión puede también tener un resultado negativo. ¡Cómo no! Es el caso de algunos jefes que utilizan su influencia de forma egoísta y manipuladora.

El 'efecto Pigmalión' en la práctica empresarial

En todas las corporaciones, líderes y directivos deben conseguir que cada uno de sus equipos materialicen plenamente los objetivos propuestos para que la organización alcance, en su conjunto, los resultados apetecidos. Algo para lo cual todos los integrantes de cada departamento deben sentirse ilusionados, motivados y apasionados con el proyecto, además de estar satisfechos con su retribución y sus condiciones de trabajo. Conseguir un espíritu de pertenencia pleno es imposible sin una combinación de aspectos emocionales y materiales.

Para reforzar esa motivación, los directivos tienen que actuar con transparencia, sinceridad, coherencia, dando ejemplo y consiguiendo ser, realmente, inspiradores. En definitiva; si un líder quiere poner en funcionamiento el efecto Pigmalión, extrayendo de su gente el máximo potencial, tendrá que llevar a cabo algunas prácticas, no muchas pero efectivas: convertirse, si aún no lo es, en referencia de honestidad, sinceridad y coherencia. Ser autocrítico antes de juzgar a los demás. Hacer del respeto mutuo un acelerador del buen ambiente. Prescindir de las personas tóxicas. Esforzarse al máximo para conocer, de verdad, a sus colaboradores y a sus trabajadores y tratar, a cada uno de ellos, de forma individual, especial. Parece una redundancia, pero es nuclear. No me canso de repetir que, para motivar a toda una fuerza laboral, la insana costumbre del café para todos, no sirve para nada.

A todo esto, hay que añadir la consecución de una buena comunicación como herramienta capaz de superar cualquier conflicto. ¿Queréis? Podéis.

El efecto Pigmalión se basa en un axioma fundamental: somos capaces de alcanzar cualquier reto, hasta los más ambiciosos, siempre y cuando estemos seguros de que podemos lograrlo gracias a nuestras habilidades, a nuestras aptitudes o a nuestro talento.

Pensad durante estos días en cómo, en vuestras vidas, el efecto Pigmalión os ha procurado resultados positivos. Id tomando notas en un diario y, partiendo de ellas, construid un plan que os permitirá conquistar metas más altas en los próximos meses.

Sé que es una utopía, pero me encantaría que, aprendida esta lección, todas las personas de bien y que deseamos lo mejor para nuestra humanidad, uniéramos nuestras energías y fuerzas mentales para influir positivamente en un mundo que se vuelve a desmoronar.