Lo peor -primera amenaza- de proponer una amnistía es olvidar el valor que, en la interpretación de nuestra Constitución, tiene el precedente. Habría que demostrar que la situación actual es equivalente a la que justificó la anterior: para dar por cerrada la dictadura franquista. ¿Qué damos ahora por cerrado? Mucho habría que mentir para sugerir algún parecido. Aquel consenso llevó a olvidar todo planteamiento de vencedores y vencidos, dejando que fuera el pueblo quien hablara en unas anheladas elecciones generales. Prevalecieron las llamadas a reconciliación y la negativa generalizada a una nueva contienda civil.

El fruto de ese consenso fue la Constitución, particularmente celosa del control parlamentario al Gobierno y de la independencia del Poder Judicial. Fueron estas instituciones y las normas a las que dieron paso las que lograron frenar con eficacia, primero el intento de golpe del 23-F y más tarde el amagado por el señor Puigdemont, aún hoy fugitivo de la justicia, solemnemente entronizado en un maletero. A convertir tal hazaña en válido precedente, llaman ahora “procurar plena normalidad política, institucional y social”. Caramba…

Una primera operación de compra política, disfrazada de afán de convivencia, llevó a unos indultos, que resultaban ya ofensivos para quienes se habían limitado a cumplir sus deberes constitucionales. Hoy, los condenados por terrorismo son calificados como “represaliados” por los ocasionales amigos de un gobierno tan poco modélico en lo relativo as buenas compañías, que no logra convivir pasablemente ni con sus vecinos en el banco azul.

El Poder Judicial resulta ahora deslegitimado por mero oportunismo político, al considerarse -con la amnistía-que no hay delito alguno que perdonar, porque fue, por el contrario, un desafuero judicial el que convirtió en delictivos actos que hoy el Gobierno considera de obligado olvido.

El espectáculo llega a su apoteosis cuando se considera innecesaria una rectificación y arrepentimiento por parte de los delincuentes; exigencias sin la que ni siquiera un indulto individual sería pensable. Por el contrario, uno de los amigos ocasionales del Gobierno monta su particular Halloween afirmando que, una vez lograda (?) la amnistía, ahora toca un referéndum; el presidente y su partido aplauden tácitamente.

La segunda amenaza tiene como objetivo la igualdad. Afortunadamente, los independentistas no solo no han logrado su absurdo deseo de verse odiados por los españoles, sino que han avergonzado a sus propios paisanos; en efecto, pocas muestras más claras de honestidad y decencia que la vergüenza ajena, electoramente refrendada. Se creen los más listos de la clase, pero han conseguido, a golpe de corrupción, que sus mejores empresarios voten también elocuentemente con los pies, asqueados de tan penoso espectáculo.

El PSOE ha demostrado estar dispuestos a vender lo que haga falta, para ser el primero en gobernar

Es evidente el empeño de los independentistas en ser tratados mejor que los demás. Saben que no lo conseguirán, salvo algún atraco aislado como el que ahora se trama. Nunca esconderé mi orgullo porque los andaluces, con Clavero al frente, fueran los primeros en romper la presunta España de dos velocidades. Andalucía tuvo alta velocidad antes que Cataluña. Los independentistas están, sin embargo, convencidos que tampoco les va tan mal intentándolo. De lo contrario, nadie les haría ni caso, ni en Cataluña ni fuera de ella, mientras -contra España- viven mejor. Sirva de prueba esta simpática interpretación del Fondo de Compensación Interterritorrial: que la “proporción de la inversión pública se ajuste a la proporción de economía de Cataluña en el conjunto de España”; o sea, los españoles más pobres regalen, para empezar, a los más ricos 15.000 millones de euros de su deuda y 1.300 de intereses.

La tercera amenaza, ya en marcha, es un penoso espectáculo de des-educación de la ciudadanía. La pintoresca negociación, a cencerros tapados, ha brindado un lamentable espectáculo de bandas luchando por engañar con mayor eficacia a su interlocutor. Todo un concurso de faroles y mentiras mutuas nada ejemplar para la generación que está ahora estrenando democracia.

Se ha intentado presentar todo este disparate como un presunto homenaje a la convivencia con los independentistas, que se han visto electoralmente castigados por romperla en su propia casa. Objetivo puramente coyuntural, ya que Sánchez -sincero por una vez- parece proponer como posible sucesor a Oscar Puente, por considerarlo quizá modelo ejemplar de la tan ansiada convivencia.

Se apela, por lo demás, a un presunto consenso, defendiendo el infantilismo supremacista de quienes dan por hecho que todos los españoles van a soportar mansamente que -contra España- sigan viviendo mejor que los demás, chantajeando al que pretenda gobernar. Lo insaciable de sus pretensiones anula toda posibilidad de avance en esa línea.

Como primera víctima tiene todas las papeletas Cataluña. El empeño en adular la absurda pretensión de los independentistas al imaginarse -desde su probada situación minoritaria- como representantes de todos los catalanes, solo es comparable al cinismo de quien –por España- aspira a perpetuarse en el poder. Al someterse a ese infantil supremacismo, facilita que hagan el ridículo en Europa, consiguiendo que su lengua -que todo español bien nacido considera parte de nuestra riqueza cultural- se vea rechazada fuera de nuestras fronteras, al avalarse lo que en Europa se ha considerado como una pueblerina pretensión, ajenas al orgullo europeo por lo universal.

La segunda víctima está siendo ya el partido socialista, obligado a expulsar –a lo Putin- a todo el que discrepe. El PSOE ha demostrado estar dispuestos a vender lo que haga falta, para ser el primero en gobernar tras haber perdido las elecciones. Ha humillado a su partido, que antes presumía de honradez no marchita, sometiéndolo a un simulacro de consulta sobre si están de acuerdo en que él siga gobernando a costa de lo que sea, como si ellos no tuvieran tampoco otro posible futuro vital.

El final del espectáculo es fácil de imaginar: los presuntos independentistas, tras su demostrada orfandad europea, una vez que calculen que van agotando el botín, irán aumentando sus pretensiones hasta cargarse de razón para provocar el final de la jugada. El presidente del desgobierno respirará aliviado, se envolverá en la bandera de España y e intentará convencernos de que nos ha salvado la vida al no seguir cediendo, dispuesto a volver a perder triunfalmente las próximas elecciones.

La tercera víctima no debe serlo. Desde el comienzo de esta lamentable operación se insistió en que todo lo que se planteara se haría dentro de la Constitución; amenaza que parece haber llevado a buena parte de la ciudadanía -aquí nos conocemos todos…- a dar por hecho que el Gobierno ha tomado al Tribunal Constitucional por asalto. No se trata precisamente de pieza de caza menor, lo que aconsejaría mantenerlo, mientras se pueda, al margen de tan lamentable entremés.