Dani Levinas ha presentado en Washington la versión en inglés de su libro Los guardianes del arte (La Fábrica), acompañado por el director y CEO de la Phillips Collection, Jonathan P. Binstock. Qué mejor lugar para hablar de coleccionistas que esa maravillosa institución washingtoniana, donde se exhibe el legado de un ilustre coleccionista, Duncan Phillips, cuyo ojo clínico y algún que otro capital le permitieron aglutinar un conjunto soberbio de cuadros de la mejor pintura de su tiempo. La visita de Levinas a la Phillips Collection fue como el regreso de un universitario a su alma mater, porque Levinas fue hasta hace poco presidente del patronato del museo y hoy lo es a título emérito. 

Esa pasión que siente Levinas, que la tuvo y la tiene para coleccionar arte, ahora la enfoca a su más reciente colección de coleccionistas

La presentación fue un festival de anécdotas con enjundia porque, además de ser él mismo un gran coleccionista, Levinas es un gran narrador oral, y ante un auditorio lleno y entregado fue desgranando este libro fantástico de entrevistas con coleccionistas de todo el mundo. Y así descubrimos que, además de esa afición que les da nombre, los coleccionistas comparten una cosa, la pasión. Y también, como el propio Levinas, un dato curioso: el hecho de haber sido casi todos introducidos al mundo del arte por sus madres, que, ya ven, en esto del arte juegan un papel principal. Pudimos aprender las lindes que separan al coleccionista (la pasión, siempre la pasión) del comprador, y dentro del comprador, del mero inversor –especulador es otra forma de llamarlo–. Aunque uno puede empezar como comprador y terminar en coleccionista compulsivo, si es que alguno no lo es: ya sabemos que los caminos del Señor son inescrutables. 

Mucho se habló en la presentación del ojo, ese ojo que todo coleccionista debe atesorar, de si ese ojo puede educarse o no, y de cómo al cabo el coleccionista es alguien, como Phillips, capaz de adelantarse a su tiempo y percibir, entre lo mucho de hoy, cuanto perdurará mañana. Y por eso hay algo de irracional en estos guardianes del arte con los que se ha entrevistado Levinas. Esa irracionalidad que la pasión procura, porque no se compra con la cabeza sino con el corazón. Uno se informa, claro está, se documenta, cómo no, pero luego es la intuición la que manda, es la pasión quien maneja el volante, y esa pasión es la que torna apasionantes estas vidas tan diversas, que también son coleccionables, y a eso se dedica Levinas.

Esa misma pasión que siente Levinas, que la tuvo y la tiene para coleccionar arte, ahora la enfoca a su más reciente colección: su colección de coleccionistas. Con ese mismo ojo clínico de Duncan Phillips, con el mismo que él tuvo y tiene para el arte, ahora dirige su mirada a los coleccionistas mismos, seleccionando con tino aquellos más interesantes, buscando entre todos ellos los más curiosos y los que perdurarán. Y sigue, claro que sigue, no crean que con la publicación de su libro esa caza del coleccionista ha terminado, de ninguna manera, en verdad no ha hecho sino empezar. Ya nos lo advertía Susan Sontag en su novela El amante del volcán: "La necesidad del coleccionista tiende precisamente al exceso, al empacho, a la profusión. Es demasiado... Alguien que vacila, que pregunta. ¿Necesito esto? ¿Es realmente necesario?, no es un coleccionista. Una colección es siempre más de lo que sería necesario".

Al terminar la presentación, mientras Levinas firmaba libros ante una larga fila de convencidos que esperaban pacientes con su ejemplar entre las manos, uno se quedaba con ganas de más, como sucede cuando se termina el libro, pero con la tranquilidad de saber que, como esa pasión no ha terminado, habrá más, que este es sólo el tomo primero de estos Guardianes, que el guardián de guardianes seguirá coleccionando coleccionistas y, para nuestra suerte, dándolos a conocer, compartiendo –así abrió al público su colección Duncan Phillips– sus nuevos tesoros. Y no sé si será necesario, pero desde luego será maravilloso, él se lo habrá pasado en grande, y nosotros también. 


Miguel Albero es consejero cultural de la embajada de España en Estados Unidos