Vivir en una realidad distinta de la que se cuenta hace perder el sentido. Una forma de recuperarlo es romper el silencio personal y ordenar las ideas. Así que, de vez en cuando, a pesar del gusto que proporciona escuchar el silencio, hay que quebrar la costumbre de estar callado ante lo que pasa para retomar “el sentido común” que es, más o menos, percibir la realidad como realmente es y reaccionar como dicta la razón.

Con este telón de fondo, explicar la diferencia entre el uso de la fuerza y el empleo de la violencia empieza a ser una necesidad para volver a la verdad que impone el sentido común. Porque de tanto hablar de una y de otra parecen confundirse en una sola cosa, un caos en el que se olvida el soporte ético, moral y legal que hay detrás de cada una de ellas.

Cuando a mediados del siglo pasado se hablaba de la “guerra asimétrica” pocos podían sospechar que ese concepto desarrollado por unos infantes de marina estadounidenses, en lo que se llamó La Revolución de los Asuntos Militares, pudiera ir más allá que la reconsideración de un uso desigual de los medios de combate o en el empleo de tácticas irregulares para desgastar o vencer al enemigo, por otras ajustadas al desarrollo tecnológico. Sin embargo, la realidad es que la asimetría que podía vislumbrarse en los conflictos bélicos alcanza hoy a lo más esencial de una sociedad: los valores que las sustentan; va más allá de los medios o las tácticas que se empleen.

Este cambio sustancial en la forma de ver las guerras, que tanto afecta a la esencia de las sociedades, se puede observar en el tratamiento de los enfrentamientos armados que el mundo de la política hace y difunde a través de los medios de comunicación. Lo que aparentaba ser una evolución política hacia un orden mundial más estable, a decir del recién fallecido secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger, parece realmente tornarse en una revolución anárquica que favorece el retorno a tiempos pasados.

Explicar la diferencia entre el uso de la fuerza y el empleo de la violencia empieza a ser una necesidad para volver a la verdad que impone el sentido común

Desde que el objetivo en las guerras dejó de ser vencer al ejército enemigo y puso en la diana a la opinión pública del adversario, la tendencia es el uso ilimitado e indiscriminado de todos los medios y tácticas disponibles para alcanzar el poder. El motivo es que, más allá de cualquier “razón de estado”, dejó de ser la búsqueda del bien común para convertirse en la pugna personalizada de los líderes. Un camino éste, el que se recorre en estos tiempos, que lleva con mucha facilidad a la instauración de regímenes políticos vacíos de valores y cargados de ideologías y propensos a renovadas dictaduras personales.

Mucho tiene que ver, en todo lo que nos rodea, ese vaciado de valores personales y sociales que permite la irresponsabilidad de fantasear con la situación, romper los límites de la realidad, despreciar los hechos y sumergirse en la entelequia de elucubraciones con eso que hoy llaman “relato” y que es, tan sólo, la versión moderna de lo que hace un siglo se llamaba “propaganda”, una sin razón que deja sin sentido. Otro signo éste, inequívoco, del regreso hacia unos regímenes que, a pesar de su condena, perviven enquistados en organizaciones internacionales, libres de todo control, cuya subsistencia se basa en mantener abiertos los conflictos, cuando no provocarlos, como parte de esa aparentemente extinta “lucha de clases” del comunismo más rancio.

Así, precisamente en este entorno, sin más control que el derivado de la propaganda, desde donde se irradian agendas de forzada aceptación, se enraízan sectarios sentimientos de animadversión y desprecio hacia todo lo que se sale del cartel publicitario propio y se rellenan vacíos éticos, morales y legales de sociedades adormecidas donde, en el entorno internacional, se confunde el uso de la fuerza como un derecho de las naciones para su defensa, con el empleo de la violencia por parte de organizaciones terroristas que tratan de acabar con ellas o, en el orden doméstico, justifican el acceso al poder a costa de superar, de facto, todo límite ético, moral y legal al tratar con delincuentes del pasado, del presente y que se declaran también del futuro.

Y, como frente a la violencia de la belicosa propaganda es preferible mantenerse en la cordura de la pacífica razón, cabe esperar que, sin querer mentarlas, el lector perciba que, más allá de discernir entre el fanatismo del brutal ataque de una organización terrorista y la contrapuesta razón para hacer el uso de la fuerza que le concede el derecho, les hablo de España.


Javier Pery Paredes. Almirante de la Armada (ret). Académico de número de la Academia de las Ciencias y las Artes Militares.