Hay palabras que pierden su sentido cuando se usan y re-usan por buscar relevancia. De hecho ocurre que su uso se da más por la gloria del que lo enuncia que por la gloria de lo sucedido.

Por ejemplo, ahora que Napoleón está de moda, recordemos que el general francés fue proclamado emperador y, para dejar testimonio de ello, tuvo lugar una coronación en Notre Dame de París, en presencia del Papa Pío VII. Como todos sabemos, cuando el Santo Padre fue a posar la corona en la cabeza de Bonaparte, éste se la quitó (también ceremoniosamente) y se autocoronó.

Debió entender el corso, en toda su grandeza o en toda su vanidad, que nadie tenía legitimidad para coronarle emperador salvo él mismo. Ni siquiera el Papa, el heredero del Trono de Pedro, el que llevaba las Sandalias del Pescador, aquel al que el Espíritu Santo había posicionado a la cabeza de la Iglesia Católica.

Con ese gesto, Bonaparte pasó a ser el Emperador Napoleón I y Su Santidad Pío VII volvió a ser, tan sólo, Barnaba Niccolò Maria Luigi Chiaramonti. Bueno… ya la invasión de los Estados Vaticanos por los ejércitos franceses en 1798 había hecho del Papa un dirigente bastante disminuido. De hecho el propio Pío VII sufriría en 1808, cuatro años después de la coronación en Notre Dame, una nueva invasión por los ejércitos del mismísimo emperador.

Por supuesto luego llegó Moscú, el General Invierno, Wellington, Waterloo, Elba, los 100 días, Santa Elena y el Tratado de Versalles, con una Europa harta de las aspiraciones de un megalómano… y sin saber lo que quedaría por llegar.

Legitimidad es nuestra palabra. Nuestro término que pierde sentido. Napoleón asciende gracias a una república que dio “al cesto” con una monarquía. Una república que planteaba que cualquier ciudadano libre tenía la misma capacidad que cualquier otro de llegar a presidirla. Pero Napoleón se vio legítimo por haber conseguido a Francia tanta tierra… y por tener el respaldo del ejército.

Se sentía con derecho porque poseía la fuerza y había demostrado la osadía. Pero en los términos que definían la república no era de forma legítima la cabeza del Estado. Era otro dictador, otro absolutista, otro totalitario más. Pero él estaba convencido de que la legitimidad era suya (¿a que, de tanto repetir la palabrita, ya no tiene la misma gravedad que tenía hace unos minutos?).

Decía el semiótico (también) francés Roland Barthes que el discurso del poder es aquel que engendra culpa en aquel a quien va dirigido y, en esta línea, decir que uno tiene la legitimidad, vale… o el derecho a hacer algo implica que el otro no, lo que establece un escalafón. Es decir, un privilegiado y un resignado.

Por eso me hace gracia la de veces en las que, en estos dos últimos días, he escuchado algo del estilo “El PSOE está legitimando a Bildu”, con motivo de la moción de censura que tendrá lugar el día 28 de diciembre por la que la alcaldía de Pamplona pasará a manos de los abertzales, dejando a la actual alcaldesa de UPN en la cuneta.

Mientras el PNV está preparando una derrota, Bildu está mucho más cerca de validar (¿legitimar?) como socio al PSOE de lo que hubiéramos imaginado y el propio PSOE hubiera declarado el 22 de julio

El PSOE no puede ser quien legitime a Bildu porque hoy Bildu tiene una posición de fuerza superior al PSOE, lograda gracias a una cuadratura matemática que se llama “6 diputados”. No es legitimidad, es peaje.

De hecho hoy es Bildu quien utiliza al PSOE para llegar a unas elecciones en Euskadi el próximo año desde una posición de hegemonía. Tanto, que posiblemente se lleven por delante al PNV.

Desde mi percepción, el mayor error del PNV, a ver… de Sabin Etxea, de la dirección encabezada por Ortuzar, ha sido prescindir de Íñigo Urkullu. Si bien ése es el mayor error, no ha sido el único porque, de forma adicional, anunció el cambio de candidato antes de que lo hiciera Bildu.

En consecuencia ¿qué tenemos? Pues resulta que los 5 principales partidos concurren todos ellos con candidatos “primerizos”. De hecho el más antiguo es Eneko Andueza (PSE) y lleva poco más de tres años como secretario general del partido y ya está diciendo que llevará “hasta el final” su decisión de no hacer lehendakari al candidato de EH Bildu… pero si alguien ha demostrado la superposición de estados en política y el acoplamiento a distintas dimensiones de la realidad, ése es el PSOE de Pedro Sánchez.

Así que puede, sólo puede, que la estrategia de sustituir a Urkullu con un rookie, como Imanol Pradales, sea por ponerse la venda antes de la herida. Puede que sepan que no les va a ir bien en las elecciones, que la ventaja de Bildu es significativa y que pretendan que el fracaso se alivie con un “Bueno… era complicado con un candidato nuevo, pero sabemos que estamos construyendo futuro”.

El problema del PNV es que se está mimetizando con Bildu mientras que Bildu parece estar aplicando las reglas de un teórico comunista americano llamado Saul Alinsky (1909 - 1972). En su libro Reglas para Radicales, Alinsky hablaba de que al sistema no se vence en la calle con barricadas, sino infiltrados en el propio sistema y con trajes.

Bildu ha cambiado sus fundamentos (ahora son más ECO que nadie) y ha cambiado su estética. Puede que no sean trajes de corte milanés, pero no son aquellas camisetas con chaquetas claras y pantalones de montaña. Si quieren comprobarlo, echen un vistazo a la reunión de Pedro Sánchez con Mertxe Aizpurúa y Gorka Elejabarrieta el pasado octubre.

Mientras el PNV está preparando una derrota, Bildu está mucho más cerca de validar (¿legitimar?) como socio al PSOE de lo que hubiéramos imaginado y el propio PSOE hubiera declarado el 22 de julio.