Pedro Sánchez ha tardado en salir, necesitaba tiempo y mucha piedra pómez después de aquel superpleno en el que Puigdemont le hizo un calvo desde Waterloo que era como una superluna sobre Madrid. Con su cara de mármol manchada de claro de luna, como un busto de emperador tirano o una Venecia putrefacta, Sánchez tenía que purificarse. Primero se ha hecho una limpieza de chacras o unas friegas con romero en la finca de Quintos de Mora, con todo el Gobierno como una excursión de EGB a un pinar. Luego, se ha ido a que la prensa del Movimiento le haga la entrevista vaticana o la entrevista anunciación, de ésas que hasta asimilan el sonsonete de los curas, como le pasaba a Paloma Gómez Borrero, y que salen como un evangelio del dominical para los que están perdiendo la fe. En este caso, de Paloma Gómez Borrero hacía Pepa Bueno, y de evangelista recaudador de impuestos, fijo en el retablo y en los círculos balconeros celestiales, hacía Carlos E. Cué. A Sánchez ya no lo cree nadie, sólo es el mal menor, pero ahí estaba el presidente, presentado como el papa del sanchismo, con el olor a incienso confundido con el olor a sábana hervida de viejo.

Sánchez ya no sabe cómo purificarse, pero lo intenta con aire de las serranías, con belenes vivientes de ministros en zamarra, con un cuadro flamenco de saeteros que le canten las penas, los cuajarones y las bienaventuranzas en los periódicos / heraldos, o con ese hilito de voz como un hilito de miel que le sale a él después de esos crímenes de arropiero que comete en la política. Con ese hilo de voz es capaz de decir que los independentistas “hoy no están discutiendo sobre la declaración de independencia, están discutiendo sobre cuál va a ser el IVA del aceite de oliva, o cuál va a ser el abono y la bonificación al transporte público”. Según Sánchez, ahora incluso “están participando en la gobernabilidad del país”, que eso de la gobernabilidad debe de consistir en que los indepes piden todo lo que se les antoja, por loco que sea, y Sánchez se lo concede.

Ya he dicho que quienes rebaten mejor a Sánchez, después del propio Sánchez, son los indepes. Cualquiera que los oiga sabe que piden lo mismo, la independencia. Aunque, eso sí, hay algunas diferencias. Ahora la exigen con poder, con fuerza, con alarde y hasta con sorna. Y, sobre todo, ahora la exigen en serio. Los indepes no están discutiendo una declaración de independencia que dure 10 segundos en un balcón con tapete de ganchillo, para luego tener que escaparse con el carromato del circo. No, los indepes están discutiendo cómo conseguir una independencia por la fuerza de sucesivos hechos consumados, gracias a las herramientas que les está dando Sánchez.

La entrevista y las fotos en Quintos de Mora, con jerséis de jubilado y caras de dieta del pepino, parecían un tratamiento de fin de semana en un balneario

Sánchez no les está dando a los indepes el IVA del jamón, como si Puigdemont fuera Beatriz Carvajal con cestillo del pueblo. Les está dando la razón, les está pidiendo perdón en nombre del Estado y les está afianzando el relato (la pulsión popular, democrática y legítima de su independencia, tanto que la acción de la justicia se considera lawfare). Les está otorgando poder y soberanía y les está haciendo la nación, lo mismo con la gestión de infraestructuras estratégicas, como los trenes, que con las competencias “integrales” en inmigración, que no significan otra cosa que control de fronteras y, por tanto, aceptación de esas fronteras. Les está dando herramientas y legitimidad para poder plantear negociaciones bilaterales con España y, claro, con Europa. Y pelas y legislación para poder realizar su cruzada y su limpieza étnica o ideológica. Cuando llegue el referéndum “consultivo” y “no vinculante”, Sánchez ya habrá permitido la desconexión total entre Cataluña y el Estado, y todo, ya verán, fluirá suavemente, como las frases apenas silbadas de Sánchez en sus entrevistas.

Por supuesto que los indepes no piensan ahora en la declaración de independencia, sino en aprovechar su poder total sobre Sánchez para que la independencia sea algo más que una declaración sanferminera, salpicada de sentimentalidad y pirriaque. Por supuesto que los indepes no se van a españolizar a golpe de jamón sin IVA como de jamón sin hueso, que eso es una morcilla jamonera para las excusas de Sánchez. Ni están por la gobernabilidad de España, que ellos mismos ya han dicho que eso les importa un pimiento con o sin IVA. Ni pueden estar por la “convivencia” ni la “reconciliación” cuando Sánchez sólo les reafirma en sus locuras iliberales y sentimentales, cuando tienen un plan que ya incluye fiscalidad, fronteras, sometimiento del poder judicial y guardias de la raza, y que termina en una seria independencia ginebrina, quizá con Santos Cerdán llevando la capa napoleónica de Puigdemont, muy diferente a aquella otra idiota independencia como de borrachera, como esas paellas que se planean entre los amigotes con la borrachera.

“Expulsar a inmigrantes compete a la Administración Central”, eligió El País para titular la entrevista. O sea, que los indepes lo piden todo pero resulta que Sánchez, en realidad, no ha dado nada. Es decir, que agoniza para nada y sufre para nada, en aquel superpleno y en lo que nos queda de legislatura. Insiste Sánchez en que son cosas de la “pluralidad política”, pero él ha demostrado que no hace política, sólo toma decisiones contradictorias, peligrosas, inconcebibles y abominables para conseguir un número determinado de votos, que ahí hay la misma política que en cantar bingo.

La entrevista y las fotos en Quintos de Mora, con jerséis de jubilado y caras de dieta del pepino, parecían un tratamiento de fin de semana en un balneario. Chorritos, chorrazos, purgas, pícnics y masajitos contra la verdad y su fealdad. Lo de Sánchez ya no hay manera de ocultarlo ni de explicarlo. Su inmensa mácula y su morro uno y trino requieren un dogma, como la Inmaculada Concepción. O como esa Santísima Trinidad progresista que incluye a la ultraderecha nacionalista y xenófoba. Sánchez se limpia respirando eucalipto en Quintos de Mora e inspira a Carlos Cué, que ya tiene cara de medalla de beato, para producir versículos en redondilla que nos consuelen. No se trata de creerlos, que nadie se los cree, sino de terminar en Sánchez como se termina en Lourdes, cojo y estafado.