Resulta que también había un indulto de Feijóo y hasta una amnistía de Feijóo para Puigdemont, aunque fueran indultos o amnistías que requerían pasar por penitencia y obispazos, como un matrimonio entre primos. Parece que Feijóo soñaba con un Puigdemont arrodillado ante montañosos cirios constitucionalistas, comulgando sobre sus rodillas desnudas y rojas de pecador en pantaloncito corto, en una especie de fantasía vetusta o de Vetusta. La verdad es que, aun con organista y óleos sagrados, hubiera sido la misma transacción corrupta, o sea perdón a cambio de poder. El PP incluso se llegó a pensar unas 24 horas lo de la amnistía, antes de que sus doctores, después de soplarse mucho la borla del birrete para leer bien, llegaran a la conclusión de que sería inconstitucional. Mientras miraban libros gordísimos y ensotanados de polvo en su facistol toledano, mientras hacían cuentas de furriel o de convento, ninguna de las minervas del PP cayó en que, antes que inconstitucional, la cosa sería inmoral y escandalosa. Ahora que se ha revelado el asunto, no sólo quedan como torpes sino como hipócritas de romería.

La tentativa de Feijóo no sólo disculparía a Sánchez sino que justificaría la carcajada devenida en convulsión que provocó en el presidente aquello de que el PP no gobernaba porque “no quería”

Resulta que también Feijóo sintió esa tentación del poder y de la revancha, ese canto de sirenas con calculadora, como secretarias de algún Un, dos, tres mefistofélico, que te ofrecen una sencilla solución aritmética para la vida a cambio de tu alma ideológica o de tu alma volatinera. No hay otra manera de entender el galante acercamiento de Feijóo a ese Puigdemont continuamente retratado como “prófugo de la justicia”, que ya parece un título emérito o un sobrenombre guerrero, como los epítetos homéricos. Quizá era inevitable y humano, después de verse con las encuestas ganadas, la maleta hecha, las gaitas empaquetadas, y sobre todo muchos proyectos para España o para la Moncloa que quedaron como recortes del Hola con ideas para la decoración. Quizá era inevitable y humano, aunque eso disculparía también a Sánchez. Pero en Feijóo suena mucho más desesperado por lo inverosímil: un Puigdemont converso, entre padres de la Constitución como obispos del Greco, renunciando a la lucha de toda su vida o fingiendo hacerlo y, además, con el apoyo de Vox.

No hay reacción más humana que la supervivencia, que algunos llaman resiliencia si se hace con virtuoso cinismo pero, más que nada, si se hace con éxito. Y esto es justo lo que le falta a Feijóo, éxito en algo, siquiera en levantarse un día de la cama sin tropezarse con la palangana. Quizá era una reacción muy humana, pero cuando la ambición está tan lejos de la realidad, rendirse a esa reacción sólo muestra ceguera o tontería. O sea, que la tentativa de Feijóo no sólo disculparía a Sánchez sino que justificaría la carcajada devenida en convulsión que provocó en el presidente aquello de que el PP no gobernaba porque “no quería”. La confesión de Feijóo indica que sí quiso, hasta el punto de plegarse a cambiar perdón por poder, aunque fuera un perdón con catedral y Tizona, con pilón y ataucito. Por ser además imposible, el hecho no sólo deja a Feijóo como hipócrita sino como ridículo.

Resulta que Feijóo sí se acercó a Puigdemont, y no sólo por bailar el minué ritual del diálogo (que tampoco entiende uno que tenga que hacer tal cosa, como un pavo real que va de farol en el cortejo), sino buscando un acuerdo serio con ofertas y olvidos concretos y vergonzosos. El PP ni siquiera tuvo en cuenta que seguramente Puigdemont amenazaría alguna vez con contarlo, que es lo que ha hecho y por eso Feijóo ha confesado antes de que lo trinquen, como los ladrones o los adúlteros. Justo cuando la amnistía, o toda la legislatura, iba demostrándose simplemente imposible, no ya por el fanatismo de Puigdemont o la venalidad de Sánchez sino por Europa, Feijóo vuelve a torpear para equilibrar la cosa y hasta pone en peligro su Galicia, que es como su Montsalvat. Una cosa es el rajoyismo o arriolismo de señor gris y refranero, de político lento, ferruginoso pero al final seguro, como un plumín de antes, y otra cosa son estas decisiones incomprensibles cuando, después de rascarse mucho la cabeza, Feijóo por fin toma una decisión. Feijóo nos va quedando humano, indeciso, torpe, hipocritón, gafe y risible, como Rompetechos, que son malos títulos para un aspirante.

Feijóo, de vez en cuando, mientras está dando tumbos de Madrid a Galicia, como un carricoche de buhonero, da también un tumbo en la política y entonces suena como si se le hubieran caído todas las sartenes. Los tumbos de gallego de Feijóo no son los de Rajoy, que eran tumbos hasta el sillón de barbería, ni siquiera los de Fraga, que eran unos tumbos corporales y marinos, como un paquebote o un marinero de paquebote. Incluso Fraga tenía claro adónde había que ir, que aquel fascismo meapilas que era el franquismo no cabía en Europa y eso lo sabían hasta los que lo habían llevado adelante mezclándolo con tecnocracia y joteros. La impresión es que Feijóo no ha sabido nunca adónde iba o adónde quería ir, y cuando nos enteramos de que ha querido ir a algún sitio, nos encontramos con que casi coincide con Santos Cerdán en el tren de las capitulaciones o los desengaños, o con Sánchez en la colchonería. La ironía o la condena es que, seguramente, lo único peor que Feijóo para el PP sería que llegara alguien que no fuera Feijóo. Eso es, por si no se han dado cuenta, lo que está deseando Sánchez.