Ábalos va tomando con la luz de las entrevistas un aspecto redorado y crujiente, como un lechoncillo con manzana en la boca. Estofado de escándalo, coqueto en la bandeja de trinchar como en su última coquetería de suicida, en realidad nunca ha resultado más fastuoso que ahora, afaisanado como cadáver político, alimento político o res sacrificial política. Ábalos se está exhibiendo en la parrilla o en el sarcófago de los medios y parece más petulante que valiente, con esa cosa que tiene él de presidente de club de fútbol desahuciado haciendo de rey mago municipal, como si fuera Lopera. Ábalos se exhibe y se explica, se exhibe y se explica demasiado, se exhibe y se explica innecesariamente, y se exhibe y se explica a pesar de que eso sólo causa más sospecha, más incredulidad y más pasmo (sólo le falta decir que Koldo García era un cachorrito travieso que se comió sus deberes). Pero Ábalos no está defendiéndose, que ni las entrevistas servirían ante los jueces ni su cabeza silvana depende de la opinión pública. Sólo está dejando mensajes para los que lo ven ahora tan jugoso y corruscante, avisando quizá de que no es un corderito sino una vistosa araña violinista y venenosa.

Ábalos sabe lo que espera Sánchez, pero no lo hace. Y no lo hace porque la lealtad es un contrato de ida y vuelta y eso Sánchez también lo sabe

Ábalos apareció en El País, que es como aparecer con mantilla en la misa dominical socialista, y también apareció en La Sexta, con sudor o boqueras o quizá brillantina de rey mago desahuciado en la comisura de los labios. La verdad es que lo de la transparencia puede ser positivo si uno queda bien con transparencias, pero es difícil entender este suplicio y estas miradas ante el altar, el solazo o los focos del domingo si uno no deja ni muy buenas explicaciones ni enseña buena cacha. Que un matón orangutanado, con pinta de llamarse Joe Masticapeñascos y de cascar a Mortadelo y Filemón, empiece dando palizas en un puticlub y termine de mano derecha de un ministro no es tan inexplicable como que ese mismo tipo pueda cerrar contratos de decenas de millones con la administración pública. Resulta tierno escuchar a Ábalos contar cómo reconvino a Koldo después de amenazar al alcalde de León: “¿Tú crees que puedes ir así por la vida?”, le recriminaba el ministro, quizá con la zapatilla en la mano; “no lo volveré a hacer”, le decía Koldo, quizá sólo con sus ojos de cachorro grandote y babeante. Pero más tierno resulta cuando explica que “él tiene un equipo muy grande de personas” y que “te tienes que dedicar a ser ministro, no a investigar a tu gente”.

La pregunta es por qué se viste uno de gala, luto, pecado o pavo asado en un domingo de misa, cotilleo y pícnic, para luego decir estas cosas increíbles y hasta contraproducentes. Está claro que el bueno de Koldo, con su pinta de gigante fiero y desfondado del Quijote, no llegó donde llegó desde donde estaba por sus habilidades en taquigrafía ni en comunicación política, así que sorprenderte de que el matón que has contratado para hacer de matón se comporte como un matón es de idiota o de cínico. Encogerte de hombros después de que tu chofer, rompehielos o rompehuesos devenga en tiburón del pelotazo entre ministerios y administraciones también es de idiota o de cínico. ¿Por qué querría quedar Ábalos como un idiota o un cínico? Pues yo creo que porque le permite mantenerse en una ambigüedad negociadora. Que Ábalos se defienda quedando aún más sospechoso hace que también quede más sospechoso quien fue su jefe, o sea Sánchez, que es de quien depende la cabeza de Ábalos, no de periodistas ni de coros de chismes y avemarías de domingo.

Yo diría que Ábalos no ofrece entrevistas para explicar increíble o ridículamente cosas que tienen explicaciones tan sencillas e inconvenientes que por eso la gente metida en estos líos no suele dar entrevistas. Yo creo que Ábalos da entrevistas para ir demostrando una correspondencia, una proporcionalidad, entre sus actos y palabras y los actos y palabras venideros del PSOE, o sea de Sánchez. Lo único que me parece que tiene sentido es que Ábalos está negociando sus palabras y su silencio, y además quiere que sea público y evidente, que eso pone aún más presión en Sánchez.

En la entrevista de El País, que no tenía esa caldosidad del directo en La Sexta pero sí esa cosa de forja y perdurabilidad de lo escrito, Ábalos pide que “las cosas se le digan claritas”, refiriéndose a María Jesús Montero pero también a Sánchez. Los dos han usado comparaciones, generalidades y parábolas para no pedirle directamente a Ábalos lo que parece evidente que le están pidiendo, o sea, que deje su acta de diputado y desaparezca embozado bajo su capa, una vez más. Uno se pregunta por qué esta timidez o prevención de Sánchez y el PSOE ante alguien que aparece desplumado en los platós y de menú del día en los periódicos. Y es cuando esa petición de Ábalos suena más que nunca a desafío.

Ábalos se aparece en domingo, con algo de santo, algo de limosnero y algo de barbacoa, para que quien tenga ojos para ver vea y quien tenga oídos para oír oiga. La entrevista de El País, que también está llena de babas o lagrimitas temblonas de cachorro, se puede resumir o sublimar en la última respuesta, cuando el periodista con tonsura le pregunta si ha llamado a Sánchez. Ábalos contesta: “No, no voy a molestar al presidente. Sé cómo piensa, lo que espera, y él sabe que soy leal”. Ábalos sabe lo que espera Sánchez, pero no lo hace. Y no lo hace porque la lealtad es un contrato de ida y vuelta y eso Sánchez también lo sabe. Ábalos aún espera recibir esa lealtad de vuelta, cosa que no pasó cuando fue defenestrado porque no había material público para la advertencia pública y dominical, para la negociación pública y dominical que sí hay ahora. Uno diría que a Sánchez le ha pasado con Ábalos lo que a Ábalos con Koldo. La causa judicial llegará hasta donde llegue, pero va a resultar milagroso que revivan y escapen tantos cebones ensartados y tantas vacas sagradas lentamente achicharradas.