José Luis Ábalos compareció ayer ante los periodistas en el Congreso de los Diputados cuando el plazo del ultimátum que le lanzó la Ejecutiva de su partido (24 horas para entregar su acta como parlamentario) había ya vencido. La expectación era máxima. Nadie sabía lo que iba a decir. Incluso en el PSOE se especulaba con la posibilidad de que, finalmente, hubiera recapacitado y acabase aceptando su renuncia.

Esperanza vana. El ex ministro lanzó un alegato sobre su honestidad, reprochó a su partido la falta de compañerismo y anunció que continuaría ocupando un escaño, pero en el Grupo Mixto. Atrás quedaban más de 40 años de militancia socialista.

Ábalos habló durante casi media hora sin papeles, argumentando su negativa a obedecer a la dirección de su partido en que él no es un corrupto y, de momento, no está imputado y ni siquiera se le han llamado a declarar. Sólo le faltó acusar a su partido de usar métodos inquisitoriales.

Dijo que está solo, que había llegado solo al Congreso conduciendo su coche (algo que nos recordó al Sánchez defenestrado por el Comité Federal del PSOE). "No tengo a nadie detrás", admitió. "Me enfrento a todo el poder político, de un lado y de otro", sentenció.

Sánchez debe tener información sobre la implicación de Ábalos en el cobro de comisiones. Si no, no tiene sentido que haya puesto a su ex ministro entre la espada y la pared. Éste, por su parte, ya no tiene nada que perder y podría tirar de la manta

Estamos ante un enfrentamiento sin precedentes en el PSOE. Ábalos sabe mejor que nadie que el aparato ya no existe, que el poder sólo reside en Pedro Sánchez. Fue el presidente quien le echó del Gobierno sin dar la más mínima explicación en julio de 2021 y ha sido él -Cerdán sólo ha sido el Luca Brasi de esta novela- quien le ha puesto entre la espada y la pared.

Ábalos también sabe cómo se las gasta Sánchez y lo mal que lleva que le echen pulsos; por tanto, me imagino que antes de dar este paso se habrá atado bien los machos. El presidente hará todo lo que esté en su mano para que se arrepienta del paso que acaba de dar. Si existe algún papel incriminatorio para el ex ministro que tenga en su poder, que nadie dude de que llegará puntualmente a la Fiscalía Anticorrupción.

Lo sucedido en las últimas veinticuatro horas me ratifica en la idea de que Sánchez sabe cosas que probablemente sólo la UCO y el fiscal conozcan. Alguna prueba irrefutable que lleve a la imputación de Ábalos y que la causa termine recalando en la Sala Segunda del Supremo. Si eso no es así, el comportamiento del presidente no tendría sentido, porque lo que ha hecho pone a su ex ministro en el disparadero.

¿Qué hará ahora Ábalos? Una vez que se ha atrevido, y ha tenido tiempo para sopesarlo, a desobedecer a la Ejecutiva Federal, todo es posible. Sin duda, el ex secretario de Organización del PSOE es uno de los hombres que mejor conoce al presidente ya que ha formado parte de su núcleo duro en momentos muy delicados. Si quisiera, podría tirar de la manta. Bastaría con que contase con detalle el episodio de la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, en el aeropuerto de Barajas.

La guerra no ha hecho más que empezar. Y las posibilidades de reconciliación son nulas, una vez que el desaire se ha escenificado a bombo y platillo. El partido es hoy una fragua de rumores y las opiniones son variadas: desde el miedo a lo que Ábalos pueda contar, a la incredulidad por lo que acaba de ocurrir.

Al margen de las investigaciones en curso, que irán ofreciéndonos novedades sobre el llamado caso Koldo, hay una imagen que quedará en la memoria. Alguien de su partido le ha plantado cara a Sánchez. Es el primer síntoma de que su autoridad ha comenzado a resquebrajarse.