Menos mal que vuelve la amnistía, ese negocio entre tramperos que quizá tape ese otro negocio entre tramperos y con verdaderos estofados de trampero, o sea esto de Koldo, Ábalos y los que vayan cayendo en el caldero, que caerán. La amnistía siempre fue una manera demasiado piadosa de referirse al intercambio de impunidad penal por poder, y que Sánchez llama, tan certera como analfabetamente, “hacer de la necesidad virtud”. El negocio es tan obvio y grueso que Puigdemont y Santos Cerdán no tendrían que haber quedado en esos hoteles ginebrinos de lujo o decadencia más bien vieneses, sino en una de esas marisquerías con bogavantes vestidos de concejal o concejales vestidos de bogavante. No había, ni hay, manera de explicar esta amnistía salvo la evidente, así que ese intercambio de poder por impunidad entre salsas rosas y bigotes equinodermos estaba quemando a Sánchez y hundiendo al PSOE, o a lo que quedaba de él. Pero esto es nada comparado con el caso Ábalos, así que volver a la amnistía, como a Guatemala desde Guatepeor, le supone a Sánchez un alivio.
Menos mal que ya está aquí la amnistía otra vez, que Sánchez puede volver a Puigdemont como a una sombra ya familiar, vegetal, carbonífera, protectora, esa sombra de helecho ideológico o de alegoría esculpida en un seto o de moái de la isla de Pascua que da él. Puigdemont puede ser esa ultraderecha contra la que dice luchar Sánchez perezosamente, y puede ser la dominatrix con gafas del presidente, como si Rompetechos fuera dominatrix, y puede ser el comediante cagueta o estafador que convierte el Congreso de los Diputados de esta legislatura en un circo de pulgas, y puede ser el jefecillo caníbal que se sienta sobre las leyes y la Constitución como sobre un trono de huesos. Puigdemont puede ser y seguramente es todo esto, y aun así, Puigdemont y la amnistía son mejores que Ábalos.
Hay un alivio de luto o de invierno o de cocido en el sanchismo ahora, como una merienda pictórica en una colina, al volver a recuperar los titulares sobre la amnistía y hasta el liderazgo entre draculín y pitagorín de Puigdemont en la política nacional. Se ve en la prensa adicta y en los falangistas de la cosa, y se ve en el intento de colar ahí, entre las fotos con cortinas de macarrones del caso Ábalos, esa interpretación tan particular de la Comisión de Venecia que era algo así como una interpretación del Príncipe Gitano de un inglés y un Elvis malinterpretados. Todo lo que se iba quemando el PSOE era por la amnistía, que tampoco a Sánchez le ha dado tiempo a más. Y aun así, el sanchismo prefiere tener la amnistía en las portadas antes que se nos siga apareciendo Ábalos comiendo bajo cabezas de ciervos y Koldo sacando billetes de 500 euros de una riñonera de encargado de autos de choque. Y hasta que imaginemos a Francina Armengol desmayada en un almacén con sus mascarillas, o a Begoña Gómez sacándose el guante de baile para alcanzar gambas de gorrón y negocios de gorrón.
Sánchez cree que puede recuperarse de casi todo, volver de casi cualquier tumba, excepto de la corrupción. Por supuesto que cualquier cosa es mejor que Ábalos
Mejor la amnistía que Ábalos, eso está claro. Y es que la amnistía iba quemando al PSOE allá por sus campanarios de pueblo pero no quemaba todavía a Sánchez. Sánchez está en la Moncloa igual que Puigdemont está en Waterloo, con su torreón con enredaderas y su corte de papa en Castel Gandolfo, y lo que va pasando fuera, por ese PSOE regional de ermitas y caliches, a lo mejor le importa a Page pero no al presidente. Mejor la amnistía que Ábalos, desde luego. Y no sólo porque siempre será más amable (aunque quizá igual de cínico) el uso de palabras como reconciliación o convivencia que estar espantándose la corrupción con manotazos de “tolerancia cero” (todo se tolera hasta que se descubre) y “caiga quien caiga” (que al final no cae nadie). No, es sobre todo porque lo de Ábalos sí le puede tocar a Sánchez, no como unas elecciones en una Galicia casi atlante, o una amnistía de lejanías alpinas o divinas. Sánchez cree que puede recuperarse de casi todo, volver de casi cualquier tumba, excepto de la corrupción. Por supuesto que cualquier cosa es mejor que Ábalos.
Sánchez no sólo ve ahora la amnistía como una cortina de humo ante esa otra cortina de macarrones del caso Ábalos, igual que le sirven un par de semanas de viajes, europeísmos, exotismos y tropicalismos, o le sirve Bush, que tiene algo de reposición de Charlton Heston. La amnistía sigue siendo para Sánchez la única manera de mantenerse en esa silla de príncipe vaticano o monegasco, pero también la única manera de conseguir que vuelvan a funcionar el olvido y la pereza, en los que confía para llegar a su segunda resurrección. Con la amnistía vendrían la estabilidad, los presupuestos y de nuevo la lluvia providente, magnánima y lotera de dinero para el españolito lotero. No hay nada que haga olvidar tan bien como el dinero, sobre todo si hay que olvidar grecas constitucionalistas y angustias teológicas sobre el Estado de derecho.
El jueves, en la comisión de Justicia, empieza para Sánchez la esperanza, la nueva remontada o quizá sólo el nuevo espejismo. Yo sigo pensando que la amnistía es una trampa de la que Sánchez no podrá escapar, una imposibilidad metafísica o geométrica que tumbará Europa como por mera tradición euclídea, o que tumbará el propio Puigdemont en un arrebato de autoridad o locura, o que hará inútil el Supremo, o que terminará rebelando al PSOE, y en cualquier caso Sánchez se caerá del torreón con la lira. La amnistía mejor que Ábalos, cualquier cosa mejor que Ábalos. Lo que ocurre, claro, es que el caso Ábalos no se va a parar por la amnistía ni se va a parar en Ábalos. Pero Sánchez, que ahora está grogui, sólo quiere respirar un poco, recuperarse un poco. Sigue convencido de que, con su tenacidad y algo de suerte, podrá salir de la trampa y hasta de la olla de tramperos donde ya se está escaldando.
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Difama a las mujeres que algo queda. No se puede disimular el racismo galopante y recurrente con dotes principescas.
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¡Qué bueno! Y qué bien traídos a cuento Charlton Heston y el Príncipe Gitano.