Caían chuzos de punta en Uruguay el día de agosto de 2014 en el que José Luis Rodríguez Zapatero llegó a la ciudad de Punta del Este. Recuerdo que Héctor, el conductor del vehículo que nos transportaba, tuvo que pegar un frenazo en medio de la Rambla de Montevideo, al poco de iniciar la marcha, porque una ola del río de La Plata había roto con tanta fuerza contra la orilla que inundaba la carretera. Maldita la gracia que nos hizo, en pleno invierno austral, recorrer 2 horas y media de camino para asistir a la conferencia del expresidente del Gobierno, a quien habían invitado para hablar de la ley del menor y de la rehabilitación de los presos en el Hotel-Casino Conrad.

Aquella visita fue inexplicable. Recuerdo que, al día siguiente, de vuelta a la capital, le pregunté a Zapatero el motivo por el que había sido invitado al país por el Partido Colorado, entonces dirigido por el hijo de Juan María Bordaberry (Pedro), es decir, quien fuera dictador del país, conservador y a la par cruel. Dudó al responder. “A mí me propusieron que viniera a hablar de lo que hicimos bien en España”, apuntó en voz baja. Por los ventanales del antiguo Hotel Sheraton se veía el centro comercial Punta Carreteras, que hasta 1986 fue una cárcel de máxima seguridad. Allí, los dictadores torturaron, violaron y mataron. Entre sus convictos estuvo Pepe Mujica, el expresidente del país.

Por aquellos días, Miguel Ángel Moratinos ya trabajaba duro en la empresa Lindmed Trade S.L., dedicada a hacer lobby y a “la venta de material sanitario” -qué casualidad- mientras viajaba por Cuba o por Guinea Ecuatorial con la misma devoción con la que otros socialistas de ese Gobierno lo hicieron, incluido el propio Rodríguez Zapatero. Leía este fin de semana el nuevo libro -muy honesto y detallado- del periodista Manuel Sánchez sobre el expresidente, y veía la entrevista de una hora y media que le dedicó a Jordi Évole; y en ambos documentos periodísticos eché en falta referencias a la labor de conseguidor internacional que ha hecho el socialista desde que abandonó Moncloa.

No será por falta de pistas. Estos días consultaba algo tan interesante como la lista de clientes de la agencia de Alba y Laura Rodríguez, es decir, de las hijas del presidente. Es muy difícil conseguir un documento que atestigüe de una forma más evidente el mal uso de la influencia que se obtiene durante el ejercicio de la política. Ahí figuraban desde el periódico de la exjefa de gabinete del padre hasta empresas que en su día se beneficiaron del fin de la publicidad en RTVE. También Huawei, para la que -según publicaron varios medios- Zapatero ejerció de lobbista.

Lobbista de los buenos... lobbista para los malos

El tiempo es sabio y los vientos que le acompañan ayudan siempre a erosionar todo lo que encuentran a su paso, incluidos los disfraces más realistas. Hace 20 años que Zapatero ganó las elecciones y popularizó aquello del “talante” como forma de hacer política. Todavía sus acólitos subrayan su “optimismo” a prueba de bombas. Curiosamente, los Óscar López y compañía no suelen abundar en la oscura labor de cabildeo en Venezuela o en Marruecos, donde, como contaba Francisco Carrión en este periódico, participa en actos sospechosamente alineados con Mohamed VI.

Todo ciudadano tiene derecho a defender su vida y obra; y entra dentro de lo normal que el zapaterismo mediático recuerde estos días que aquel gabinete aprobó leyes como la del matrimonio homosexual con la furibunda oposición de la derecha, que en este país se niega a ser liberal y siempre peca de cortedad de miras en estos casos. El propio Núñez Feijóo volvió a las andadas durante la campaña electoral al oponerse en El Hormiguero -delante de 3 millones de espectadores- a la Ley de Eutanasia en su forma actual, algo que sólo defiende una minoría y que, además, siempre ayuda a la izquierda a sumar votos. Hay veces -la mayoría- en las que adivinar las razones que llevan a tomar ciertas decisiones en Génova 13 es totalmente imposible.

Zapatero puede ponerse la medalla de haber creado ese derecho, faltaría más. Lo que ocurre es que el expresidente es el rey de las medias verdades y él y su tropa mediática llevan dos décadas acusando al PP de utilizar el terrorismo y a sus víctimas con fines electoralistas, cuando el propio PSOE ha incurrido en ese comportamiento una y otra vez. De hecho, el propio ZP negó por activa y por pasiva la crisis económica con fines electoralistas. Por no hablar de lo que sucedió durante su primera legislatura durante la negociación del Estatuto de Cataluña y lo que ha implicado después. Suena raro que alguien acuse al rival de jugar sucio cuando él mismo es un tahúr tramposo.

Zapatero, triunfal

Pero, como en este país no hay memoria y los hechos pasados están impregnados de un relativismo insoportable, parece que hoy nada importa. Así que pasea desde hace un tiempo el expresidente del Gobierno por mítines y tertulias; y lo hace para ensalzar su legado -cuestionado y cuestionable-, pero también para echar una mano al partido, como parte de una estrategia interna en la que ha colaborado su amigo Pepe Blanco (Acento).

Estos días, toca hacer hincapié en el vigésimo aniversario del 14 de marzo de 2004 con la típica nostalgia excesiva con la que en este país se celebra al cacique y se entierra a los próceres. No faltan voluntarios para prestarse a la tarea de lisonjear a ZP. De hecho, el enorme aparato propagandístico y mediático socialista ya ha dado muestras de querer dulcificar lo que ocurrió durante sus dos mandatos.

Como se pudo apreciar en la entrevista del domingo por la noche, y como se apreciará en las jornadas sucesivas, nadie hará hincapié en lo más oscuro de ZP, que es en su labor de jornalero del eje del mal. La que a lo mejor, vaya usted a saber, podría valerle el título del Schröeder español en el futuro. Demócratas convencidos que, por lo que sea, apoyan a tiranos y se convierten en sus valedores internacionales. Hubo quien cometió ese pecado por cerrazón ideológica, como Chomsky con Pol Pot. ¿Por qué lo hace Zapatero?