Juan Carlos Girauta estaba por la derecha o las derechas no tanto como político, expolítico, meme o exmene, sino más bien como un profesor gongorino o incluso un auténtico Gongorilla con gola, lección, imperio y quebranto. Hay quien tiene una misión, un designio, un candil para buscar al hombre o a la patria, y tiene que sacarlo todo, la misión, el candil, la nariz gongorina, el mentón en el funeral de la barba, como un rey babilonio, o si no es que no vive. Yo creo que no se trataba de terminar en las listas de Vox sino de terminar en algún sitio aparte de los cementerios radiofónicos, que son como cementerios de gramófonos, y donde terminan tantos políticos gramofónicos. Digo esto porque pasar de Ciudadanos a Vox a mí me parece lo más acrobático y embustero del mundo, mucho más que esos comunistas de minifalda y hoja de arce en el librito de Sartre que se hicieron luego de derechas o muy de derechas. O se está en la ciudadanía o se está en la identidad, o se está en el contrato social o se está en las mitologías históricas, sanguíneas, bizantinas o toledanas; o se está en Europa o se está en la romería, la matanza o la pureza del pueblo.

El Girauta con tanqueta o pastillita es ese Girauta que argumenta, por ejemplo, que Vox es el único partido que le planta cara a los nacionalismos, cuando Vox es un nacionalismo con todas las letras

Girauta ha ido pasando por un proceso como de fermentación política, que no es lo mismo que haber pasado por muchos partidos (todos pasamos por edades ideológicas, como por edades musicales o amorosas). Me refiero a un proceso de reconcentración o pellejudismo que le ha llevado a convertirse en jubilado de mirar obras o botellones en la política, con unas cuantas obsesiones estéticas, nostálgicas, simbólicas, folclóricas, curiles o urológicas que ya hace mucho que han dejado de ser ideología para ser manía, refunfuño y escocedura de braguero. O sea que a Girauta le escuece la santa bandera, o le escuecen los punkis, o le escuecen los indepes, y se va a por la garrota o a por el cubo de agua, que él cree que son, ambos, Vox, como una máquina de dar manguerazos españoles. Lo malo de ir en la tanqueta del tacataca, de ser de esta especie de guerrilla del sofá de Juan y Medio, entre la siesta, el pasodoble y la mili en Ceuta, es que uno deja de funcionar con ideas para funcionar con pastillitas. O sea, la pastillita que te salva de la picazón, de las náuseas, del infarto o del gatillazo.

El Girauta con tanqueta o pastillita es ese Girauta que argumenta, por ejemplo, que Vox es el único partido que le planta cara a los nacionalismos, cuando Vox es un nacionalismo con todas las letras y todos los flecos. Un nacionalismo de la historia, de la pureza, de la tradición, del alma de las naciones (ese Volksgeist de piedra gris y acero gris); un nacionalismo joseantoniano, esencialista, sentimental, antimoderno, covadongo y ridículo; un nacionalismo incluso sin nación, como les pasa a los indepes, porque añora y busca una patria que no es ésta jurídica que tenemos sino la patria eterna, trascendente y flamígera como un Pentecostés del Greco, una comunión de sentimientos más que una comunión de ciudadanos. Vox es un nacionalismo que quizá luche contra otros nacionalismos, como han luchado siempre, loca y fanáticamente, y bien que lo sabe Europa. Pero Vox no lucha contra los nacionalismos, o tendría que darse el manguerazo a sí mismo. O sea, que ese cubo con lejía de los indepes y los bilduetarras es el mismo cubo con lejía de Vox, sólo que bendecido por otros.

Se diría que el que entra ahora en Vox no ha visto nada de Vox y el que salió de Vox tardó toda la vida en verlo. Está la cosa entre la ceguera y la desmemoria, como corresponde a ese comando de Juan y Medio que yo decía. A mí me sigue pareciendo increíble que Macarena Olona no se diera cuenta de que su partido era de extrema derecha hasta que se encontró, no sé si en algún guateque o en alguna romería, a los franquistas con bigotillo sollamado, a los adoradores de los pollos negros de asador, a los flagelantes del Yunque y a los nazis con pantaloncito corto y esvástica en el pezón. Es asombroso que algunos aún se estén preguntando qué clase de partido puede ser un partido nacionalista, esencialista, tradicionalista, xenófobo, autárquico, populista, antieuropeísta y negacionista. Pues, evidentemente, es la clase de partido que todo el mundo sabe. Salvo Girauta, que sólo mira que es la hora de la pastilla.

Girauta ya es de Vox o va con Vox, el Vox europeo además, que es irónico como los falangismos democráticos, como los nacionalismos antinacionalistas, como el republicanismo de los indepes o como la misma presencia de Girauta, todavía como con tonsura de aquello que fue Ciudadanos pero negando todo lo que fue, al menos en su raíz, Ciudadanos. Girauta no ve otro camino que Vox, aunque lo mismo un día va y se asusta, como otros. Quizá porque se encuentre entre sombras trapezoidales y germanoides a Jorge Buxadé, ese falangista de algún Alcázar de los Cárpatos. O porque lo inviten al guateque nazi o a la romería del cilicio. O porque alguna vez en Estrasburgo se gire y vea allí, a su lado y en su lado, no ya al mismísimo Putin sino al mismísimo Puigdemont.