Un proverbio vasco reza que todo cuanto tiene un nombre, existe (izena duen guztia da). El refrán cuenta con siglos de existencia, pero no por ello deja de ser una mera ilusión nominalista, aunque viene al pelo en estos tiempos de la posverdad en los que las palabras han venido a sustituir a la realidad. El Gobierno de Pedro Sánchez blasona de progresista, por ejemplo, pero nada es más incierto si tomamos en cuenta a quienes lo forman o apoyan. El más determinante de sus apoyos políticos es el partido liderado por Puigdemont, y calificara Junts de progresista supera al más voluntarista de los nominalismos.

Según los criterios más obvios del análisis político, un partido que por boca de Quim Torra define al conjunto de los españoles como bestias «carroñeras, víboras, hienas. Bestias con forma humana, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con verdín», es un partido que difícilmente cabe definir de progresista. Otro tanto cabe afirmar de otro de los apoyos fundamentales que participa de la «dirección del Estado» y lleva tras sus espaldas el peso moral de más de 853 muertos provocados por 3500 atentados del terrorismo vasco, una circunstancia que no ha impedido a Pedro Sánchez calificar a Bildu de progresista.

Tampoco parece ser la quintaesencia de progresismo el partido que forma parte de la coalición que gobierna España junto al PSOE y que tiene a gala su rancia ideología neocomunista, al tiempo que apoya la invasión de Ucrania por parte de Putin. Parece una broma de mal gusto calificar al independentismo catalán y vasco de progresista, pero es lo que hay. Poco a poco, el presidente del Gobierno ha ido despojando a su gobierno de coalición de los calificativos de socialista, feminista y otras diversas connotaciones, hasta fijar la cualidad de progresista como principal adjetivo que predomina sobre los demás. En la definitiva disección de la ciudadanía española en bloques irreductibles, tan solo existe la España progresista que lidera Pedro Sánchez, frente a la España retrógrada y reaccionaria conformada por los votantes de las derechas. Este esquema bipolar es tan simple como falso, pero tiene la virtud de consolidar el bloque autodefinido como progresista, que en su virtud capitaliza todas las bondades del progreso y ninguna de las maldades derivadas del tenebroso regreso al infierno de la decadencia y el obscurantismo. Es así como impulsado por el viento a favor del progreso, Sánchez y su Gobierno se sitúan en el lado bueno de la historia, mientras que sus oponentes son condenados a deambular por las cunetas y los riscos de la anti-historia.

Sánchez y su Gobierno se sitúan en el lado bueno de la historia, mientras que sus oponentes son condenados a deambular por las cunetas

El gran logro político de Pedro Sánchez es el haber creado un enemigo frente al cual se justifican la arbitrariedad y el decisionismo más desencarnado con tal de vencer al mal y a la sinrazón, representados por la derecha conservadora de España. Todo vale si de vencer al mal se trata. Curiosamente, el mecanismo emocional y mental que anima al bloque capitaneado por Sánchez se asemeja al de la cruzada con la que Franco pretendió erradicar del escenario político español a la anti-España, encarnada por las hordas judeo-masónicas.

Este escenario bipolar construido por Pedro Sánchez corresponde fielmente al diseño que Carl Schmitt dibujó con éxito y fue implementado por el nacionalsocialismo alemán. La cruzada de Sánchez iniciada contra las derechas de aquí y de allá, ya que su ambición abarca incluso Europa y América, no tiene otro objetivo que el alumbrar una falsa moral que justifique el rebasamiento de la ley y la instauración del decisionismo, basándose en la supuesta excepcionalidad de la coyuntura política. Carl Schmitt ya anticipó que soberano es quien es capaz de declarar el estado de excepción.

Ya en el año 2020, Pedro Sánchez decretó, por dos veces, el estado de alarma, escudándose en la epidemia provocada por el covid-19. Desde aquella fecha, Pedro Sánchez se ha significado por gobernar de espaldas al Parlamento y ha recurrido de manera reiterada a la excusa de la excepcionalidad para ejercer su tarea ejecutiva mediante el reiterado recurso al decreto ley. España vive en un estado de excepción legislativo de facto, desde que Pedro Sánchez asumió la presidencia del Gobierno. Con Sánchez, la democracia deliberativa ha dejado paso a la democracia «aclamativa», donde la mayoría gubernamental aprueba por aclamación, sin debate ni informes de los órganos previstos por la Constitución, las leyes decretadas por un Gobierno que decide sin consultas ni contrates.

Los usos y modos parlamentarios son sustituidos por la astucia y el desprecio al adversario. Es normal que al enemigo que encarna el mal se le niegue incluso el agua o que incluso se le humille con carcajadas estentóreas y mortificantes desde la tribuna del Congreso de los Diputados.

En un escenario político en el que el legislativo está colonizado y dominado por el ejecutivo, el líder que preside el Gobierno de la nación tiene la capacidad de imponer sus decisiones sin contrapeso alguno, convirtiendo la gobernanza en un acto soberano y excepcional. La excepción se convierte en regla y el decisionismo sustituye a la democracia deliberativa, donde el Estado de derecho funciona gracias a la autonomía de los poderes del Estado. Una vez que el legislativo queda a merced del ejecutivo, la democracia se devalúa y el Estado de derecho queda supeditado al albur y a la decisión del líder que preside el Ejecutivo. Este es el escenario político español que Sánchez ha construido neutralizando los contrapesos en los que la democracia se fundamenta. En el escenario actual, tan solo escapa al control de Sánchez el poder judicial que resiste, como puede incluso saltándose la letra de la Constitución, con el ánimo de preservar su espíritu. No es de extrañar que voces críticas como la del historiador Antonio Elorza, Fernando Savater e incluso Javier Cercas hablen de dictadura, infamia o llamen a la rebelión de la ciudadanía, ante el deterioro de la democracia española que Pedro Sánchez representa.

Pedro Sánchez encarna el triunfo del decisionismo y la excepcionalidad en la política española. Fue Carl Schmitt quien, basándose en el pensamiento conservador de Donoso Cortes y Joseph Maistre, formuló la teoría del decisionismo en el que se sustenta el derecho a decidir de los remozados
nacionalismos de Euskadi y Cataluña. Pedro Sánchez, huérfano de una teoría política autónoma, ha optado por hacer suyos los postulados políticos de quienes lo han aupado al poder y se ha subrogado en el decisionismo de los soberanismos vasco y catalán, así como en el populismo de la extrema izquierda de Podemos y Sumar. El decisionismo consiste, en breve, en la preeminencia de la voluntad sobre el derecho.

España todavía aguarda una explicación del presidente del Gobierno donde razone y explique los porqués de un cambio súbito de la política exterior

Del decisionismo de Pedro Sánchez recordaremos tan solo dos expresiones. La primera de ellas afecta a la política exterior de España, y se materializó mediante una carta remitida al monarca marroquí en la que cambiaba la política referida al Sahara, sin encomendarse ni al Congreso ni a su Consejo de Ministros. España todavía aguarda una explicación del presidente del Gobierno donde razone y explique los porqués de un cambio súbito de la política exterior, que afectó gravemente a las relaciones de España con Argelia y al suministro de gas, en plena crisis energética. La segunda y más reciente «decisión» soberana de Pedro Sánchez se refiere a la negociación secreta y opaca de los votos precisos para ser investido presidente del Gobierno. En dichas negociaciones decidió ofrecer una amnistía a los protagonistas del golpe de Estado de 2017 en Cataluña, que supone la inmunidad de Puigdemont y la subrogación del relato de los secesionistas catalanes. No contento
con la concesión de la amnistía, Pedro Sánchez prometió condonar 15.000 millones de deuda contraída por la Generalitat con España. Es manifiesta la arbitrariedad de Sánchez al ofrecer la amnistía y la condonación de la deuda sin estar habilitado para ello y basándose en su personal albedrío. Decididamente jamás se pagó tan cara una investidura en toda la historia política de Europa. Se pagó, además, con el dinero de todos y grave menoscabo de la igualdad de los ciudadanos.

C. Schmitt concebía la democracia como algo esencialmente antiliberal. Él afirmaba que la democracia consistía en la identidad entre gobernantes y gobernados, lo cual supone necesariamente la homogeneidad, es por ello que afirmaba que «el poder político de una democracia estriba en saber eliminar o alejar lo extraño y lo desigual, lo que amenaza la homogeneidad». Estas palabras del teórico nazi cobran actualidad ante la declarada intención de Pedro Sánchez, cuando en el Parlamento declaró su voluntad de construir un muro que preservara al progresismo liderado por él ante la derecha conservadora que se opone a su decisionismo. En opinión de Carl Schmitt,
la dictadura es el auténtico vehículo de la unidad popular. El pensamiento político de Schmitt es también hondamente anticonstitucional; siempre estuvo fascinado por lo excepcional, lo no organizado, lo irregular. El territorio ordinario de la política es la crisis, dirá evocando a Frederich Nietzsche. No puede aspirarse a la domesticación de la política. Ésta no puede someterse nunca a reglas fijas. Es la necesidad la que en cada ocasión dicta lo que es la virtud.

Schmitt propone la idea de comunidad con «personas esencialmente ligadas». Esa «comunidad» es la que puede llevar a superar la degradación del Estado producido por el liberalismo. En las coordenadas de Schmitt la «comunidad especialmente ligada» podría ser asimilado a la comunidad progresista que Sánchez reclama como legítima y digna de preservación.

Para Schmitt, la esencia de las relaciones políticas es el antagonismo. Desde esta óptica, el rebasamiento del Estado de derecho y de la legalidad constitucional por parte de la comunidad genuina de los elegidos se legitima por la existencia de un enemigo que contraviene la virtud del progreso auspiciado por el líder aglutinador de la comunidad. El bloque progresista liderado por Pedro Sánchez se confunde con la «comunidad especialmente ligada» reivindicada por Carl Schmitt. La comunidad antagónica es la ‘fachosfera’ según el neologismo creado por P. Sánchez.

C. Schmitt fue juzgado en Nuremberg, pero el tribunal no apreció la importancia de su influjo intelectual. En los años cincuenta su obra fue traducida y editada en España, y fue acogido entre homenajes. Ahora, Carl Schmitt regresa de la mano de los nacionalistas y campeones del «progresismo» y, lamentablemente, sus ideas han calado entre nosotros. Prueba de ello es la vigencia determinante de personajes como Puigdemont, Junqueras y Otegi en el escenario político español.

Ellos forman parte de la «comunidad de personas esencialmente ligadas» que constituyen el núcleo del bloque progresista amante de la excepcionalidad y de las decisiones soberanas, aunque arbitrarias. En este peculiar escenario político el interés general no existe. Tan solo existe el interés agregado de las partes minoritarias, pero capaces de determinar la actuación de líder aglutinador.

A la hora de definir y nombrar este complejo y atípico modo de gobernanza, no existe la unanimidad ni el consenso académico. El término que mejor podría englobar el excepcional modo de gobernar de Pedro Sánchez es el del sanchismo, que tiene la virtud de acentuar el sesgo personalista e incluso cesarista de los Gobiernos de Sánchez, pero carece de la precisión de sus contenidos ideológicos.

El término socialista, por su parte, se antoja alejado de los modelos socialdemócratas al uso, y el propio Sánchez tiene a gala que el partido dirigido por él es nuevo y no homologable a los antecedentes del Partido Socialista Español. El término populista resulta demasiado vago y difuso para definir un modelo que formalmente se aferra a los usos democráticos. En cuanto al término «progresista» tiene todos los visos de un lema del marketing político, que contrasta con los métodos y los contenidos políticos de los Gobiernos de Sánchez.

Tal vez, el término que mejor define al modelo político objeto de este ensayo sea el de socialpopulismo, por cuanto que es un híbrido de origen socialista que asume las maneras políticas comunes tanto al populismo de derechas como de izquierdas. Es un híbrido apegado a unas siglas históricas que lo identifican con el socialismo, pero es populista en sus desarrollos. Populismo de izquierda, si se quiere, pero populista al fin y al cabo.

El término socialpopulismo reúne el carácter híbrido de una comunidad política que se autoproclama progresista y que objetivamente se rige por un populismo que tiene en lo social su anclaje, pero que en sus desarrollos políticos tiene como principal meta la perpetuación en el poder del líder aglutinador, sin dejar lugar a la alternancia política. La decisión del líder es la fuente de su legitimidad tautológica, que no está sometida ni a la ley ni al interés general. Se trata de una comunidad política formada por personas esencialmente ligadas al líder o caudillo.

El socialpopulismo consiste en el ejercicio del poder personal,formalmente ejecutado en nombre del pueblo, pero despojando a este de su soberanía en virtud de la superior legitimidad de la decisión soberana del líder. El régimen político establecido por el social populismo no está sujeto a la ley ni a la norma, ya que la voluntad soberana del pueblo se confunde con la virtud política enunciada por el líder en cada circunstancia.

El socialpopulismo de Sánchez solo entiende de la acumulación de poder y levantamiento de muros para excluir a los ciudadanos que disienten de sus políticas de índole personal

En la segunda parte de las memorias de Pedro Sánchez que lleva Tierra firme por título, se cantan las excelencias de nuestro presidente y se glorifica su manera de ejercer el poder, sin atisbo alguno de autocrítica. Sánchez se nos presenta como el avezado piloto que ha traído a buen puerto la nave que es España. La exitosa singladura, sin embargo, no ha acabado aún, ya que se propone navegar «de la resistencia a la tierra firme que llegará cuando culminen las transformaciones en marcha». Las transformaciones en marcha son varias y todas ellas afectan, negativamente, a la estabilidad política de la nación, a la unidad de su territorio y a la concordia de la sociedad española. De la tierra «prometida» y firme que Pedro Sánchez nos propone, se desconoce su carácter institucional, su índole constitucional, su opción entre monarquía parlamentaria o república y, sobre todo, la calidad democrática de su arquitectura cívica.

Es obvio que la necesidad de Sánchez de continuar en el poder ha convertido en virtuosas todas las anomalías morales, éticas y políticas que repugnan a la razón política. Pero el socialpopulismo de Sánchez solo entiende de la acumulación de poder y levantamiento de muros para excluir a los ciudadanos que disienten de sus políticas y decisiones de índole personal. Julio Cesar, al cruzar el Rubicón, acabó con la república romana, y Sánchez trata de imponer el imperio de sus decisiones sobre el Estado de derecho. El bien, el progreso y el poder son sus estandartes, pero se rige por el dictamen de Thomas Hobbes: auctoritas non veritas, facit legem. Ni la verdad, ni la ley justa, ni la equidad forman parte de los atributos del socialpopulismo, ni tampoco de los de Pedro Sánchez Castejón.

A propósito de la verdad P. Sánchez ha declarado, citando a Aristóteles, que ‘la única verdad, es la realidad’. Fue Juan Domingo Perón quien popularizó la definición que ahora Sánchez hace suya, pero el problema de dicha definición no reside en su genealogía peronista sino en lo que Sánchez entiende por realidad. Freud, Lacan, Lasch, Lifton y un gran número de psiquiatras y pensadores han afirmado que el narcisista consumado suele tergiversar la realidad según le conviene. Es el caso de P. Sánchez cuya percepción de la realidad no coincide con la del común de los mortales. La realidad para Sánchez se confunde con su interés personal que, obviamente, no coincide con el interés general de la ciudadanía. En el socialpopulismo la realidad y la verdad las dicta el líder de la comunidad de los elegidos. Él es quien dicta lo que es el progreso, la virtud y la verdad. Pero la Verdad prevalecerá y nos hará libres e iguales.


Extracto de Pedro Sánchez o el síndrome de Narciso: De la democracia al socialpopulismo autócrata, publicado por Almuzara.

Luis Haranburu ha compaginado a lo largo de su vida, las tareas de escritor y editor. Es autor de una amplia obra literaria que supera la treintena de títulos. La mayor parte de su obra, que abarca tanto la narrativa como el teatro y el ensayo, la ha escrito en euskera.