La Operación Fuerza Aliada, también conocida como el bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia, comenzó el 24 de marzo de 1999. Fue la respuesta a la masacre de Račak, donde las fuerzas yugoslavas habían matado a 45 albanokosovares y después de consecutivos fracasos de las rondas de negociación de Rambouillet, que se quería establecer como el acuerdo de la capitulación pactada de Slobodan Milosevic. Tras las advertencias de Javier Solana, entonces secretario general de la OTAN, la OTAN intervino. Solana había dicho que si no había una paz pactada habría intervención para proteger a los kosovares, como ya se hizo con los bosnios.

La intervención militar de la Alianza duró 78 días, y acabó con la intervención terrestre en Kosovo. Después la región yugoslava quedó convertida en un Estado independiente de facto. Se creó en aquel momento la KFOR, que es el conjunto de fuerzas de Naciones Unidas que aún protege al Estado kosovar, como también se firmó el tratado de paz de Kumanovo entre la OTAN y Yugoslavia. 

Fue entonces donde se aprobó la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que establecía la misión de la ONU en Kosovo, como también se autorizaba la presencia militar dentro de Yugoslavia. El bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia no fue aprobado por Naciones Unidas, pero no era necesario tampoco que lo hiciera porque no actuaba como representante suyo ni bajo bandera de la organización. 

Es importante destacar que, después de 25 años, las heridas por esa acción militar siguen marcando la agenda política en los Balcanes, y sobre todo la relación de Serbia, quien se estableció como heredera de Yugoslavia, con la OTAN, como también el papel de la República Popular de China en la región.

Hemos de recordar que el 7 de mayo de 1999, la OTAN bombardeó por error la embajada china de Belgrado, lo que tuvo como consecuencia la muerte de tres periodistas y veintisiete heridos. De la misma manera que se confirmó, según datos de la OTAN, la muerte de 1.500 civiles yugoslavos. El principal objetivo era diezmar la capacidad militar yugoslava, y por ello se bombardeó y destruyó todo aquello que podía ser utilizado por su ejército, desde infraestructuras a industria, como también edificios del gobierno y bases militares. 

A pesar de lo que mucha gente cree, Slobodan Milosevic sobrevivió políticamente a la guerra, pero no pudo hacer frente al descontento social provocado por sus consecuencias. La detención del antiguo presidente yugoslavo fue tensa, pues se blindó en su domicilio con su escolta, e incluso hubo tiroteos entre esta y la policía. Al día siguiente, el presidente Kostunica y el primer ministro serbio Djindjic, junto con el jefe del Estado Mayor, decidieron ir a la salida negociada con el antiguo presidente, y este cedió al darle el gobierno plenas garantías judiciales. Fue en La Haya donde se abrió el proceso legal contra él por crímenes de guerra, crímenes contra la Humanidad y genocidio. 

Todo ello sigue vivo en Serbia, y también en la República Srpska de Bosnia-Herzegovina. De hecho, con motivo de los aniversarios del bombardeo de Belgrado y de Yugoslavia, se ha impulsado desde la oficina presidencial serbia una serie de actos revisionistas al respecto, de la misma forma que se ha hecho desde las instituciones serbobosnias.

El debate sobre el reconocimiento de Kosovo en Europa, como también la inclusión de Bosnia-Herzegovina en la Unión Europea, y el papel de los Estados balcánicos en la guerra de Ucrania, han situado al presidente Vucic en una situación de crisis diplomática. Sumada ya a la crisis que existe en la política domestica contra su creciente autoritarismo, por el revisionismo histórico que supone quitar importancia a los actos criminales yugoslavos o el apoyo a facciones ultranacionalistas serbias dentro de Kosovo y Bosnia-Herzegovina. 

Además, la alianza existente entre Serbia y Rusia también sitúa a Belgrado en una situación compleja, cada vez más cercana a Moscú mientras se afirma desde el partido del gobierno que hay una persecución contra los serbios, y que el país vuelve a estar en peligro. En una de las últimas declaraciones del presidente Vucic, este advirtió que pronto daría un mensaje a la nación informando de los nuevos riesgos y amenazas que se ciernen contra Serbia y los serbios dentro y fuera de Serbia. Y en la misma línea va Milorad Dodik, líder de la República Srpska de Bosnia-Herzegovina, quien en su discurso al parlamento serbobosnio el jueves destacó que se encuentran en una encrucijada: deben elegir entre someterse y desaparecer, o sobrevivir con un gran sacrificio.

Esta retórica no es nueva en las instituciones serbias, y hasta cierto punto no era preocupante, hasta ahora, que ha ido acompañada incluso de multar a quien criticara públicamente a Radko Mladic, el responsable militar del sitio de Sarajevo y la masacre de Srebrenica. Se ha rendido homenaje a otros jefes militares y políticos serbios que participaron en la guerra, o incluso se ha quitado importancia a la misma masacre de Srebrenica cuestionando las cifras de muertos. Y es en este punto donde se encuentra lo más preocupante. Igual que entonces, ahora el gobierno serbio busca responsabilizar a los países extranjeros de querer marcar su agenda, de intervenir y amenazar, e incluso de afirmar que los quieren "doblegar de nuevo". Que las propias autoridades serbias se consideren herederas de las yugoslavas de la guerra es un hecho insólito hasta ahora.

Hay una parte de Serbia que es europeísta, democrática, abierta y que detesta el nacionalismo étnico

Tampoco hemos de caer en el tópico, no todos los serbios son el gobierno ni piensan como el mismo. Ni tampoco la política serbia siempre ha sido igual desde la caída de Yugoslavia. Hay una parte de Serbia que es europeísta, democrática, abierta y que detesta el nacionalismo étnico que vuelve a las andadas en Belgrado. La Serbia que soñó Zoran Djindjic en su día, y que le costó la vida, ahora representada en gran parte por la oposición. Debemos recordar que la Unión Europea está investigando las acusaciones de fraude electoral, por si será necesario congelar los fondos europeos destinados a Serbia al no cumplir con los criterios y objetivos establecidos.

Tendremos que volver a poner los ojos sobre Serbia, como también en los nacionalistas serbobosnios que no paran de cuestionar la integridad territorial de Bosnia-Herzegovina. También sobre las instituciones europeas y su respuesta hacia la creciente falta de derechos y libertades en ambos territorios. La región vive un momento de tensión que no debemos ignorar.


 Guillem Pursals es doctorando en Derecho, máster en Seguridad, especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado