Dijeron los más enfervorizados mandarines de la Corte que las quejas por la actitud despótica de determinados elementos del Ejecutivo hacia los medios de comunicación no estaban justificadas. Que todo se debía a una exageración. Que en España existe la libertad de prensa y se respeta la crítica al poder. Un tiempo después, apareció un uniformado en una rueda de prensa y aseguró que la Guardia Civil trabajaba durante el primer Estado de alarma para “minimizar las críticas al Gobierno”. Apostilló después Grande-Marlaska esas palabras. Las atribuyó a "un lapsus” y reiteró que el Ejecutivo defiende que cada cual pueda decir lo que quiera, dentro de los límites de la ley, se entiende. O siempre que no sea injusto con el presidente, con el que la fachosfera siempre se emplea de forma excesiva.

En aquellos días, se montó un revuelo porque el CIS de Tezanos comenzó a preguntar a los ciudadanos por los bulos. Como siempre, se produjeron declaraciones contradictorias, aunque la conclusión fue la misma: la libertad de expresión es intocable. Hoy, los encuestadores piden a los ciudadanos que respondan a una pregunta similar a la siguiente: ¿Cree que uno de los principales problemas del país es la desinformación y la manipulación informativa? El 1,9% de los consultados piensa que sí. ¡Qué cosa horrible las mentiras cuando no surgen del poder!

Sobra decir que quienes niegan lo que dicen sobre la libertad de prensa -los que dicen lo que niegan- también están molestos porque hay programas que alternan el entretenimiento con la política. Eso no puede ser, al parecer. Lo suyo es que se dediquen a una cosa o a la otra. Hay que elegir. ¿Qué quieres, Ana Rosa? ¿Corazón o actualidad? Si optas por las dos, ya sabes que en la próxima campaña electoral te volverán a señalar: el jefe de Comunicación del PSOE, el tuitero de Transportes, el comisario vecinal de Prisa...

Las peligrosas hormigas

¿Y tú, Pablo? ¿A qué estás, a las hormigas o a la política? Piensan en Moncloa que la tertulia del prime time de Antena 3 es un peligro. Han consignado 28 millones de euros para David Broncano, en un intento de neutralizar su efecto sobre la ciudadanía; sobre los 2 millones de personas (15,3% de share) que vieron el jueves El Hormiguero, que son las que siguen el programa a diario. Hay mucho peligro en esa mesa, parece. Por eso se ha utilizado a RTVE -una vez más- para vengarse de Motos. Broncano es la alternativa. Cuenta chistes, pero chistes aceptables. Como Dios manda.

¿Y qué tiene esa tertulia para generar ese rechazo? Es una gran pregunta. Digamos que en ella participan Nuria Roca, Juan del Val, Cristina Pardo y Tamara Falcó. Lo hacen como cuatro amigos en un bar que opinan de forma ligera sobre lo que sucede a su alrededor. Este jueves, se atrevieron a afirmar que el fútbol es capaz de unir en una misma celebración a ciudadanos de derechas y de izquierdas. Falcó recordó que su padre iba de caza con el emérito. Del Val, que odia a los turistas que critican a los turistas. Y Pardo, que Pedro Sánchez lo tiene un poco difícil para salir indemne de esta sobrecargada primavera política porque, con el panorama que se presenta, parece que podría perder algún apoyo parlamentario. Sin duda, hace falta soltar unos cuantos millones a El Terrat para que contra-programe esto, Pedro. A poder ser, que también haga chistes de Ana Rosa.

Sospechará alguno que el Gobierno ha caído en los mismos comportamientos que ahora critica. Podrá recordar incluso que Pedro Sánchez acudió al podcast de La pija y la quinqui antes de las elecciones, que está dedicado a los temas que interesan a los jóvenes; y no a la política. Podría algún ciudadano llegar a sospechar que detrás del activismo sobrevenido de determinados influencers y artistas hay un lucro que incluso podría ser público. Quien piense mal, acertará, como suele ocurrir. Desde luego, parece que en Moncloa quieren que los espacios de entretenimiento estén libres de política sólo cuando les conviene. O que sólo se aborde el tema cuando se haga a su favor.

Políticos al borde de un ataque de nervios

No hace falta ser médico para detectar determinadas patologías: si el roce leve de la carne provoca un grito, es que hay algo que está roto o inflamado. Cuando la crítica inquieta tanto a quien gobierna es porque se siente inseguro (o lo es), porque se ve peligrar o porque tiene cierto deje tiránico. Cuando un ministro está al quite en las redes sociales o un Gobierno está dispuesto a decapitar a la presidenta de una televisión pública porque se niega a aceptar sus consignas -Broncano, 28 kilos, a la de ya-, es porque hay alguien al mando que ha comenzado a utilizar el poder de un modo excesivo o inadecuado.

Y cuando hay alguien que contribuye en la persecución a los críticos e incluso dedica sus días y su vida a ello, o bien ha enloquecido; o bien ha conseguido un sueldo a cambio de la comisaría política.

Que nadie piense que esto es sólo cosa de Ferraz: quien ose a salirse del tiesto en las teles públicas gallega o catalana, ya sabe lo que le espera. Lo que ocurre es que alguien en el PSOE piensa -lo escribió el propio presidente en su último libro- que la labor tóxica de los líderes de opinión ha perjudicado al Ejecutivo, dado que ha impedido que se valoren sus logros en su justa medida. Es decir, de forma constante e inmensa. Así que hace ya un buen tiempo emprendieron una batalla contra los críticos que hoy es constante y hasta paranoica. Así que, señor Motos, ¿cómo pretende usted que le respetemos si programa una tertulia donde no debe? Pida usted permiso.