Vamos ya por la cuarta o quinta Tercera Guerra Mundial y yo no me explico todavía cómo estamos en esto de la guerra pudiendo haber paz, que es una palabra que a Yolanda Díaz le sale de la boca como un aro de humo o una pluma de almohadón. “Queremos paz”, tuiteó tras el ataque de Irán a Israel, y la paz quedó ahí como un emoji más, como una flamenca del whatsapp, como esa carita con beso de jabón que te manda todo el mundo (a mí me la han mandado hasta del dentista).

“Queremos paz”, tuiteó Díaz tras el ataque de Irán a Israel, y la paz quedó ahí como un emoji más, como una flamenca del whatsapp, como esa carita con beso de jabón que te manda todo el mundo

A Yolanda le salía la paz de la boca como a un peluche le sale algodón de la oreja, y al presidente Sánchez le salía describir el ataque como “acontecimiento” igual que si fuera un campeonato de tenis. Creo que Sánchez ha tardado más en condenar el ataque de Irán que en contestar esa carta de la familia irlandesa que recordaba que el presidente se quedó en su casa siendo estudiante. A Yolanda le sale paja, a Sánchez le sale la calculada tapadera enturbiada de ambigüedad y vanidad, y nada de esto tiene que ver con lo que pasa en el mundo sino dentro de sus cabezas con portezuela de casita de pájaro. La Tercera Guerra Mundial sería, con ellos, guerra de almohadas o baile de discoteca.

Yolanda Díaz quiere paz, que es algo que han dicho con bikini y tacones todas las mises del mundo pero nunca suena tan ridículo como cuando lo dice un gobernante, más o menos como cuando te hablan de precios justos. Si hay algo de lo que no se puede hablar en este mundo es de paz, pero tenemos gobernantes que no gobiernan en el mundo sino en sus cabezas de campanario. En realidad, la paz es el único lujo que no se puede permitir nadie en una guerra, menos todavía los pacíficos, que serían exterminados. Toda paz viene de una guerra previa que ganaron los pacíficos, que es lo que nos gustaría llamar civilización, o de una guerra previa que ganaron los violentos, que en ese caso es sólo sometimiento a la barbarie. La diferencia entre los pacíficos y los pacifistas es que estos últimos son incapaces de darse cuenta, ni siquiera en este mundo, de que a los bárbaros es difícil que los derrote otra cosa que la violencia. El pacifismo, como nuestro presidente y nuestra vicepresidenta, sólo sobreviven entre la bobería y el cinismo.

A Yolanda le salía la paz no como un eructito del corazón o del teclado sino como un automatismo dogmático, y a Sánchez le salía el eufemismo como un resorte defensivo, mecanismos casi físicos, como si procesaran las guerras igual que las garbanzadas. La izquierda de Yolanda, que nunca ha sido pacífica, procesa la guerra eligiendo su bando y pidiendo la paz al otro, y por eso la vicepresidenta mencionaba el “genocidio de Gaza” pero no a esos iraníes que financian a Hamás y asesinan a mujeres por quitarse el velo. La paz de Yolanda no es paz, sino apuesta por la rendición de un bando, porque intenta escapar de la fundamental distinción moral entre el pacífico, o sea el que no usaría la violencia de no ser atacado, y cuyo objetivo es vivir en paz, y el violento, el que usa la violencia para mantener el estado de violencia total, la hegemonía de su violencia. Y no sé si hay alguna violencia total y hegemónica que pueda superar la de los ayatolás y demás islamistas en su guerra santa, igual en el propio Irán, en lo que llaman Palestina y en el resto del mundo. Lo de Sánchez también es automático como lo de Yolanda, pero tiene que ver más con evitar elegir bando, que es lo que hace quien espera ganar siempre, gane quien gane. 

Yo no sé cuántos anuncios de Tercera Guerra Mundial llevamos ya, pero diría que los apocalipsis sucesivos nos han ido haciendo resabiados o escépticos. Yo creo que nadie se cree los misiles fálicos de Putin, que parecen embestidas flácidas de jubilado, ni tampoco que una guerra santa que viene desde Abraham nos vaya a dejar ahora miedos, augurios ni plagas nuevas. Ni siquiera planteamientos nuevos, que sobre esta larga guerra y esta casi imposible paz ya lo dijo todo Golda Meir: “La paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”. Hablar de la paz y de la guerra en vano es algo que sólo pueden hacer los ilusos, los cobardes o los interesados, y es ahí por donde se moverían Yolanda y Sánchez, con su paz o su guerra colgables y descolgables como un adorno de Navidad.

Afortunadamente, ni la guerra ni la paz dependen de Yolanda Díaz ni de Pedro Sánchez. Si fuera por Yolanda, todo el mundo sería ya de los ayatolás o de Putin, a repartir, y no habría más guerras que las de almohadas en los harenes orientaloides y los palacios bulbosos. Si fuera por Pedro Sánchez, el mundo podría arder y él seguiría bailando bajo la bola de discoteca del búnker de la Moncloa. De momento, la paz la tendrán que seguir haciendo los pacíficos ganando las guerras, la civilización ganando a la barbarie, que si no el mundo que nos va a quedar sí va a merecer de verdad el meteorito o el petardazo.