Nos habríamos olvidado ya de los ministros de Sumar si no fuera porque salen a una guerra en bata de cola contra los toreros o los tenderos, como en una pelea de zarzuela, y eso no hay quien lo pueda ignorar (las batas de cola de la izquierda son unas cuantas causas de cretona perenne que le hacen bulto, florón y apaño en el baúl durante toda la vida). Yo ya ni me acordaba del ministro Bustinduy, leve, escolástico y traslúcido como esos monjes de cuello fino de Cuelgamuros. No me acordaba hasta que nos salió con esa carta a las empresas españolas para que no colaboren con el malvado sionismo. Aun así seguía sin parecerme un ministro, sólo un estudiante que había vuelto de Coímbra o un misionero que había vuelto del Amazonas. Yo creo que esta izquierda intelectual, aventurera y desnutrida simplemente no sabe qué hacer en el Gobierno, se aburre como se aburriría un poeta de la calle o un soldado del pueblo, como se aburrió el mismo Pablo Iglesias, que se fue para seguir haciendo versos con las cebollas porque no le dejaban hacer su escabechina con los ricos.

Sumar nos saca una carta que es como una encíclica, o empieza esta guerra con los toreros que es como una guerra del Peloponeso, con sangre y penachos, porque ellos necesitan escolástica, literatura y mundo, que todo eso mismo es lo que parece traernos Bustinduy como dentro de su capucha de mochilero o de fraile. España es pequeña para la izquierda, necesita todo el territorio del planeta y todas las batallas del mal, tierras y cruzadas que se ganan en los corazones y con los corazones, salvo, claro, cuando las ganan a tiros, empezando por sus revoluciones fundantes o inspiradoras. El resto del tiempo, o sea mientras no puede hacer la escabechina democrática de Iglesias o del que sea, yo creo que esta izquierda es sólo literaria. Esta izquierda es literaria y no puede gobernar, sólo hacer discursos, cineclubs, canciones, teatro japonés intenso y gemebundo con la realidad. O acaso no es literatura ver a una ministra de Trabajo y vicepresidenta del Gobierno manifestándose el 1 de Mayo, reivindicándose cosas a ella misma como en un monólogo con calavera o con palmatoria…

Nos habríamos olvidado ya de los ministros de Sumar si no fuera porque tienen que salir a hacer guerra de cacerolas y literatura de cordel, tan ruidosas, con lo que toque, que ahora toca la maldad del torero como antes tocaba la maldad del filete, o ahora toca el Israel herodiano como antes tocaba la mujer judeocristiana. A mí me parece, como digo, bata de cola y literatura, y no demasiado buena, como de los Álvarez Quintero, con más tipismo que imaginación, razón y moralidad. A mí, por ejemplo, me fascina ver cómo se están levantando esos campamentos propalestinos hechos de banderas y bragas, cómo se vuelven a llenar las furgonetas de arena para las flores y los pies descalzos, igual que en los 70, para pedir a Israel que pare la tragedia de Palestina. Sí, porque lo lógico sería pedírselo a Hamás, Hezbolá e Irán. Quiero decir que Israel firmaría ahora mismo la paz y la solución de los dos estados, son los islamistas los que no quieren, los que quieren seguir matando y muriendo, incluso dejando morir a los suyos, hasta ganar su guerra santa. Pero aún más traumático que fastidiar una guerra santa es fastidiar el folclore de la izquierda.

Vemos a los ministros de Sumar sólo cuando salen a estas grandes causas o verbenas, que consisten mayormente, como el 1 de Mayo, en aplaudirse ellos y en llorarse ellos

Vemos a los ministros de Sumar sólo cuando salen a estas grandes causas o verbenas, que consisten mayormente, como el 1 de Mayo, en aplaudirse ellos y en llorarse ellos. Pero la verdad es que es normal, porque el resto de lo suyo no puede llevar mucho tiempo, que ya está todo pensado desde el siglo XIX, como si aún gobernaran con vapor. Quiero decir que una vez que uno, por ejemplo, decide subir el salario mínimo una cantidad dada, arbitraria y bastante pequeña (seguro que es una imposición y una limitación capitalistas), y se da cuenta de que lo que hay que hacer es quitarles el dinero a los ricos para dárselo a los pobres, uno sólo se puede dedicar ya a salvar el resto del mundo o al menos a hacerle el traje de flecos para el festival de la canción. Los ministerios de Sumar funcionan con un solo botón, como un timbre de hotel, y algo habrá que hacer para llenar luego las horas y las estancias.

No nos puede sorprender que la izquierda folclórica se dedique al folclore, que la izquierda literaria se dedique a la épica, a la lírica y a la dramática, sea desde el balcón de la plaza, desde las nuevas radios de cretona donde Iglesias canta copla de cuernos y monéas, o desde los minaretes de la historia. A lo mejor estamos desperdiciando a toda esta gente en el Gobierno y en verdad harían un bien mayor hablando encima de una caja de botellines en la Facu, o a la sombra almenada de una ruló cargada de cacharros. No, no nos sorprende, aunque menos nos sorprende que a Sánchez todo esto le dé igual. “Cero preocupación”, como contaba este periódico ayer. Hay que ser indulgentes y dejar que Sumar juegue y busque su sitio, su tipismo y su rima, aunque nos vaya haciendo rotos en la credibilidad, en la economía y en la diplomacia. Unos se aburren en el Gobierno y tienen que irse de festival ideológico o de guerra de almohadas. Otros nunca tuvieron intención de que el Gobierno fuera otra cosa más que una fiesta en su colchón. Y así se llenan todos los asientos de nuestro Consejo de Ministros. Nunca tuvimos la paz y la justicia tan al alcance.