Desde hace 25 años, Venezuela ha sido el escenario de una desinstitucionalización progresiva, una lenta y calculada erosión de las libertades, acompañada de un colapso social, económico y político que hoy se refleja en todos los indicadores. Lo que una vez fue una de las democracias más sólidas de América Latina, se ha convertido en una dictadura férrea, donde la persecución y las violaciones a los derechos humanos han dejado de ser episodios aislados para transformarse en un patrón sistemático de represión.

Los organismos internacionales no han sido ajenos a esta realidad, documentando cómo el régimen de Nicolás Maduro ha desatado una campaña sostenida de agresión contra la población, especialmente contra ese 80% que se opone a su narcotiranía.

La violencia y el miedo han sido las armas principales del poder en Venezuela, con miles de detenidos, torturados y asesinados bajo la justificación de una supuesta defensa de la revolución. Sin embargo, a pesar de las trabas, de las constantes amenazas y de la devastación de la sociedad, el movimiento democrático, hoy encabezado por María Corina Machado, se ha mantenido firme en su compromiso con la vía pacífica y electoral.

En un contexto donde la lógica podría haber inclinado a muchos hacia la justificación de una lucha armada, Machado ha optado por la resistencia democrática, sin ceder a las voces que, con razones más que comprensibles, abogan por un cambio radical de estrategia.

En este marco de persecución y desamparo, la noticia del exilio del presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, en España, ha desatado opiniones divididas.

Por un lado, están aquellos que ven su exilio como un error.

Estos críticos, que en su mayoría defienden la tesis de que la democracia solo se recuperará desde dentro, sostienen que el exilio de los líderes solo fortalece al régimen. A sus ojos, la salida de González es una señal de debilidad que la maquinaria propagandística del chavismo aprovechará para reforzar la narrativa de que una vez más los opositores "abandonan" al pueblo y se retiran a vivir en el "exilio dorado", disfrutando de las comodidades de Europa mientras el país se hunde en la miseria causada por las sanciones que ellos impulsan.

Solo el refugio en un país seguro puede ofrecerle las garantías necesarias y el desempeño de sus capacidades como diplomático avezado que es

Sin embargo, esta visión ignora un punto crucial: la preservación de la vida y la integridad del presidente electo, depositario de más de siete millones de votos, es esencial para el futuro de la causa democrática. Incluso en el poco probable escenario de un movimiento interno antes del 10 de enero —la fecha constitucional para la juramentación del nuevo presidente— nada asegura que González estaría a salvo de las represalias de un régimen que ha demostrado su desprecio por la vida humana. Solo el refugio en un país seguro puede ofrecerle las garantías necesarias y el desempeño de sus capacidades como diplomático avezado que es.

El exilio es derrota, afirman algunos. Pero nada más lejos de la verdad.

El exilio, cuando la patria se desangra, no es un escape. Es una carga que se lleva en el alma, un recordatorio constante del deber de regresar, del sufrimiento de los que quedaron atrás y de los objetivos aún no alcanzados. Para muchos, es también el motor que impulsa la lucha, una fuente inagotable de voluntad para continuar, sin importar cuán oscura sea la hora.

Aquellos que defendemos esta perspectiva vemos el exilio del presidente González no como un paso atrás, sino como una nueva etapa en la batalla por la libertad de Venezuela. Y hay razones claras para ello.

La primera, y más obvia, es la necesidad de preservar su libertad y su integridad física. En un país donde más de mil personas están encarceladas por motivos políticos, y donde la tortura es una práctica habitual del régimen, proteger a quien lleva sobre sus hombros el mandato popular es una prioridad estratégica. No olvidemos que este es el mismo régimen que arrojó desde un edificio a Fernando Albán, un opositor detenido por razones políticas. La vida de González, en Venezuela, estaría en peligro constante.

La segunda razón tiene que ver con las capacidades. En una lucha tan compleja como la que enfrenta Venezuela, cada quien debe aportar desde su fortaleza. González es un hábil diplomático, un hombre con experiencia en negociaciones internacionales. En Venezuela, estaría silenciado y sin acceso a los altos niveles de poder global. En el exilio, sin embargo, podrá reunirse directamente con jefes de Estado, liderar la estrategia diplomática de la oposición y, cuando llegue el momento, encabezar las negociaciones para una transición. No se puede esperar que un rehén negocie el destino de un país.

Finalmente, está el tema de la moral. La permanencia del liderazgo democrático es clave, y aquí hay que hacer una aclaración importante: el liderazgo político en Venezuela lo tiene María Corina Machado, quien sigue firme en el país. González fue electo presidente porque a Machado la inhabilitaron, pero es ella quien traza el rumbo y mantiene encendida la llama de la resistencia. Su decisión de seguir dentro de las fronteras venezolanas, enfrentando el peligro día a día, no desmerece la elección de González de exiliarse; más bien, refuerza la estrategia dual de resistencia interna y diplomacia internacional.

La clave del éxito en la lucha contra la dictadura no reside en la resistencia interna, ni en las acciones externas por separado, sino en la perfecta coordinación entre ambos frentes

La clave del éxito en la lucha contra una dictadura tan férrea y despiadada como la venezolana no reside únicamente en la resistencia interna, ni en las acciones externas por separado, sino en la perfecta coordinación entre ambos frentes. La oposición tiene una estrategia coordinada donde las fuerzas dentro de Venezuela deben mantener la presión y el pulso sobre el terreno, mientras que las voces capaces, con talento y credibilidad desde el exterior, trabajen en la arena diplomática para alinear los apoyos internacionales necesarios. Esta es la llave que hoy manejan con destreza el presidente electo Edmundo González y la líder María Corina Machado.

Es una estrategia tipo tenaza, donde González, en el exilio momentáneo, abre los caminos diplomáticos y Machado, desde el país, mantiene viva la lucha popular. Esta combinación ofrece una ventaja insuperable: contar con millones de venezolanos dentro y fuera del país -recordemos qué hay ocho millones de venezolanos fuera-, un ejército de ciudadanos que deben ser movilizados, organizados y enfocados hacia un único objetivo: la libertad. La coordinación entre estos dos pilares de la lucha garantiza que la resistencia venezolana sea capaz de presionar desde todos los ángulos, sin dejar flancos desprotegidos. Es, sin duda, el camino más estratégico para quebrar el régimen.

Así que, entendiendo estos factores, y asumiendo que el próximo 10 de enero marca un hito decisivo, o incluso si la lucha se prolonga, debemos concluir que el exilio del presidente González no solo fue una decisión sensata, sino también profundamente estratégica.

Como en el ajedrez, el rey se mueve un paso, y todo depende de su supervivencia; mientras tanto, la reina sigue siendo la pieza con mayor movilidad, avanzando en todas las direcciones, siempre hacia la victoria.


Armando Armas es experto en políticas públicas y relaciones internacionales. Es fundador de Miranda Global Consulting. Abogado y con maestrías en estudios políticos comparados por la London’s School of Economics y en Desarrollo Internacional y Políticas Públicas por la Universidad de Chicago. Fue electo al Parlamento de Venezuela en el año 2015 en donde ocupó la presidencia de la Comisión de Exteriores.