La vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica, Sara Aagesen, que desde el principio nos inspira confianza de marca de frigoríficos, se ha vanagloriado de la “robustez” de nuestro sistema energético. La verdad es que el lunes, con España apagada como un cirio, entre trágica y folclóricamente, nada parecía aquí muy robusto. Diría que la palabra había desaparecido de nuestro mundo, todavía más rápidamente que esos 15 gigavatios astronómicos y volanderos de los que Sánchez habla como si hubiera perdido su zapatito de cristal. Nada parecía aquí muy robusto mientras acarreábamos agua, víveres y teas igual que camelleros, y nuestros móviles se convertían en lingotes de plomo, y racionábamos el contenido de la cisterna del váter, un váter que era como el agujero repugnante por el que retornábamos a nuestra animalidad. No, nada parecía muy robusto aquí, salvo quizá al principio, cuando no sabíamos nada y uno pensaba en la guerra mundial o en el cataclismo planetario porque aún no imaginaba que fuéramos tan brutos o gilipollas como para hacer saltar los plomos de todo el país.

Robustez es una palabra que suena no ya mentirosa sino obscena para la España del apagón, como suena tocino para un muerto de hambre. Un muerto de hambre cervantino o velazqueño, diría yo, aprovechando que algunos nos quieren convencer de que el lunes volvimos a un Siglo de Oro de corralas, candiles, creatividad, vino y longanizas. Robustez es una palabra obscena pero nuestros políticos se han vuelto barrocamente obscenos en la mentira, que es el nuevo lujo del poder. Ni las putas estatales como concubinas versallescas, ni los enchufes colosales y primitivos como interruptores del castillo de Frankenstein, ni siquiera las mordidas de los inútiles arrimados y los aguilillas acechantes se pueden comparar al lujo obsceno de la mentira. Ya los políticos no se molestan en rebatir los hechos, ni siquiera en negarlos, sino que directamente los nombran o los califican con el antónimo.

¿Qué se puede decir de un sistema energético que peta en un tibio lunes de primavera sin más cataclismo que el aburrimiento, dejando sin electricidad ni comunicaciones a toda la Península Ibérica? Un sistema al que, además, ya le habían señalado, incluso desde Red Eléctrica, las mismas vulnerabilidades y peligros que el lunes se nos hicieron manifiestos y dolorosos. ¿Qué se puede decir, en fin? Pues se dice que es robusto. La propia palabra, ancha y como amurallada, crea la realidad al pronunciarla, que es lo que se llama realidad performativa o, de otra manera, palabra mágica. Igual que una catástrofe histórica e inaudita se vuelve anecdótica llamándola “incidente aislado”, como si hubieran llamado “incidente aislado” al ataque a Pearl Harbor. Pero la ministra venía como con varita mágica y podría haber seguido, supongo, llamando al apagón festival o pícnic, como ya están haciendo algunos que parecen ir en zancos por las tertulias y los periódicos.

Mejor que explicar lo que ha pasado es proclamar que no ha pasado nada. Y el lunes no pasó nada. La gente sólo se fue a las terrazas, a hacer tortillas de sol y a beber cerveza medieval, caliente y frailuna. Y jugó a las cartas y a la gallinita ciega, como alegres majos goyescos, y volvió a mirarse a los ojos, como sólo se miran ya en las canciones, e hizo el amor a la luz de las velas, como antiguos vampiros que se reconocen, y salió de los trenes como de catacumbas, volviendo a oler el campo como cuando se vuelve a oler el mar después de mucho tiempo y después de muchos desiertos. Ni siquiera se perdió tanto, apenas 800 millones dice el ministro Cuerpo, 800 millones que valieron la pena. Sí, porque la gente bebió, habló, escuchó y se tocó como nunca, y fue como si hubiéramos vuelto al Paraíso sin taparrabos. La verdad es que no sé por qué el Gobierno se molestó tanto en devolvernos al cruel y capitalista siglo XXI. No sé por qué, en mitad de aquel hecho aislado pero feliz, la puñetera robustez del sistema, más la jodida resiliencia del sanchismo, se empeñó en levantarnos de la nada en 10 horas de nada, con la ayuda de las perversas nucleares de Francia y del carbón de carbonería de Marruecos.

El Gobierno nos salvó del paraíso, aviesamente, o el Gobierno nos salvó del infierno, heroicamente, pero no podía haber un infierno y un paraíso en el mismo día

El Gobierno nos salvó del paraíso, aviesamente, o el Gobierno nos salvó del infierno, heroicamente, pero no podía haber un infierno y un paraíso en el mismo día. O quizá sí. Igual que el Gobierno puede no saber las causas del apagón, pero sí que los culpables son los operadores privados y que el sistema es robusto. O las dos cosas, porque Red Eléctrica es robusta y, a la vez, según Sánchez, que nombró con firma luisina a su presidenta, un operador privado. O incluso puede ser que un operador privado (no hay otros) se imponga sobre la robustez del sistema y el sistema, en ese caso, no sea robusto. La robustez puede no ser robusta, igual que el Gobierno puede no gobernar. Pero no se trata de saber o no saber, sino de que sólo pasa lo que ellos quieren, y en este caso o no pasó nada o sólo pasó que las eléctricas fueron las que nos hundieron, pero Sánchez fue el que nos salvó. 

No pasó nada, salvo lo que pasó, y es que volvimos a la Edad Media hasta con el miedo, la superstición y la fragilidad de la Edad Media. Y eso a pesar de que nos advirtieron de que podía pasar, como creía uno que sólo ocurría en las distopías best seller. No ha pasado nada, salvo la robustez. No, nada parecía robusto el lunes, con las calles levantadizas, como alfombras que se movían bajo nuestros pies, y el mundo que se evaporaba por el váter, por el móvil, por las cánulas, por el frigorífico con marca parecida a una ministra. No, nadie repetiría aquel día, que no fue un domingo en lunes, como los lunes sin colegio. Nadie repetiría ese día en el que creímos que el fin del mundo, tan barruntado, podría haber llegado, todo porque no caímos en que nuestros gobernantes podían ser tan brutos o gilipollas como para hacer saltar los plomos de todo el país.