La lógica invita a pensar que cuando un presidente pronuncia en la tribuna del Congreso el término ‘ultrarricos’ es que el territorio que preside no vive su mejor momento. Esas palabras no suelen ser muy efectivas en lugares prósperos, donde los ciudadanos no temen el recibo de la calefacción de marzo ni tienen dificultades para hacer frente a la factura del dentista. La palabra ‘ultrarrico’ tiene cierto ánimo de revancha. Se dirige a la frustración del ciudadano y lo hace de forma hiperbólica y populista.
Eso permite deducir cierto desgaste en quien la pronuncia, a quien ya no le sirve con despotricar contra los ‘ricos’ y se ve obligado a distinguir entre ricos y ‘ultrarricos’. Entre malvados y villanos, situando en este último grupo a quienes explotan las centrales nucleares y a quienes intenta imponer sus intereses sobre el bien común. Estos son los que prefieren que el dinero se acumule en su bolsillo a que la riqueza del país se distribuya de forma equitativa. Están incluso dispuestos a difundir una visión sesgada del apagón del 28 de abril para que los ciudadanos piensen que ‘las nucleares’ no fueron un problema. Por eso es importante atender "únicamente a la información oficial". Más allá de ese discurso, hay intoxicación, falacias y mentiras arriesgadas. Hay ultras, ricos y las dos cosas.
Podría decirse que Pedro Sánchez perdió el control de los acontecimientos durante su discurso y habló más de la cuenta, pero sería faltar a la verdad. Porque, a estas alturas, parece evidente que el presidente tiene cierta obsesión por movilizar a ‘los parias de la tierra’. Sumar agoniza y casi ninguna de las encuestas muestra una combinación favorable para sus intereses, de ahí que hayan aumentado sus alusiones a ‘lo privado’, a ‘los poderosos’ o a los que tienen fortuna, pero no la merecen.
Algo no cuadra aquí: las estadísticas que sus espadachines mediáticos blanden con frecuencia hablan de un país próspero. De una locomotora. De una economía que avanza hacia el cielo al ritmo de un cohete. Mientras tanto, el discurso de su presidente parece querer conectar con los pobres y con los cabreados. Si fueran pocos, no pronunciaría esas palabras, lo que permite deducir que lo mejor es que son más de lo que se deducen de sus palabras triunfalistas. La Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística (INE) muestra que el 25,8% de los españoles estaba en 2024 en esa situación, frente al 24,5% del año anterior.
Revanchismo contra los ricos
Por eso intentan avivar ese sentimiento revanchista, que es peligroso, pero muy efectivo en estas condiciones. Por eso, María Jesús Montero lanzó hace un mes ese discurso contra la sanidad privada y por eso el Gobierno la emprendió unos días después contra la educación que no es pública. Por eso habló Pedro Sánchez de un país de "propietarios ricos e inquilinos pobres" mientras presentaba sus medidas “para fortalecer el derecho a la vivienda asequible”. Se trata de generar la sensación de que el país está partido en dos mitades. En una, se encuentran los pobres, lo público y el Gobierno. En otras, los ricos, la oposición, los intereses privados, las sombras y el mal.
Esta maniobra pretende generar culpables antes de que las miradas señalen al Gobierno como responsable de los desaguisados. Por ejemplo, de que el precio del metro cuadrado de alquiler y de compra de vivienda no se haya parado de incrementar desde 2018. O del hecho inesperado y casi inaudito de que se produzca un apagón a gran escala en el país. O de que, cada cierto tiempo, haya miles de personas afectadas por las deficiencias de la red ferroviaria, lo que evidencia su declive, más allá de las bravuconadas que salen por la boca del ministro del ramo, cada vez más fuera de sí.
No es casualidad tampoco que Sánchez acuñara en el Foro de Davos el término 'tecno-multimillonarios'; o que ahora, que por razones políticas y territoriales intenta frenar la OPA del BBVA sobre Sabadell, invente la estratagema de la consulta pública para hacer pensar a los ciudadanos que el Gobierno les otorga cierto control sobre las actividades que realizan los ricos.
Los tecno-millonarios
Permita el lector utilizar el término "imbéciles" para ilustrar sobre la concepción que un presidente ha de tener sobre su ciudadanía para expresarse en estos términos. Para utilizar la dialéctica marxista en pleno siglo XXI para intentar resucitar en las encuestas al ala radical de su Gobierno. La historia que se inició con la confrontación entre el noble y el campesino; y continuó con la batalla entre el proletario y el burgués; ahora, con Sánchez en Moncloa, ha declinado en una especie de pelea entre el ultrarrico y el ciudadano español progresista, al que ha enfrentado a la oposición (ultra y saboteadora), a los jefes de las energéticas, a los 'tecno-multimillonarios', a los periodistas, a los jueces, a los sindicatos que presentan denuncias basadas en recortes de prensa; y, en general, a todo aquel que se niega a otorgar verosimilitud a la versión oficial.
Se carcajeaban los opinadores razonables cada vez que Podemos despotricaba contra Amancio Ortega o Juan Roig, pero, al final, el PSOE, su líder, su presidente, ha terminado por adoptar la misma dialéctica. Hace falta tener muy claro el perfil borderline del público para intentar transmitir que la fuente de toda riqueza es el Estado y lo público. Implica suponer que la gallina fue antes que el huevo; y que la riqueza se crea en los ministerios, y no a partir de las actividades comerciales y los servicios que prestan los individuos. Le saldrá rentable a lo mejor en términos demoscópicos, pero ese discurso es una auténtica barbaridad.
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