Dios parece que tiene nido de cigüeña, entre tejados y chimeneas, más que en un cielo de conchas y más que en una capilla de terciopelo. Yo creo que eso es lo que fascina del cónclave, que de repente los dioses se hagan domésticos y hasta pobres, como deshollinadores, y salgan por gateras y se acurruquen en las estufas como nuestros cachorritos, y se presenten como una nube sobre nuestro jardín o nuestra cazuela. Sí, mucho más que la ceremonia y las puntillas, que todas las misas megalíticas, que todos esos cardenales vestidos como de bebé muy bien dormido, que todo ese latín de boticario o de entierro, que la Basílica de San Pedro, que es como la nave nodriza de Dios, y hasta que la Capilla Sixtina, que es algo así como un museo sólo para ángeles. Las iglesias redoradas, los curas redorados, los crucifijos redorados, la teología redorada con bollones redorados, y hasta los papas rodantes y con tapetillo, como carrozas o copones, los vemos siempre. Lo que no vemos sino de vez en cuando es que la gran autoridad que manda sobre todo eso es, al final, como un pastor con la colada o la merienda.
Para elegir a su papa, la Iglesia se vuelve una cabaña, y a mí me parece una operación de marketing mucho más inteligente que sacarnos la plata de toda la vida, o la sopera de las grandes ocasiones, o la tuna vaticana, o el desfile de estatuas con grandes alas como crines y pequeñas pichitas como desconchones. Todos mirábamos esa chimenea como neolítica y era como cuando Dios era el rayo o la montaña o un pájaro azul, y se le esperaba como la tormenta o la noche, sin metáforas ni malinterpretaciones ni intermediarios. Cuando hubo fumata blanca (“emocionante”, decían unos españoles que estaban en la Plaza de San Pedro como en el Niágara de Dios), volvía a ser como el milagro del primer fuego o el milagro de la primera vez que el humo se confundió con el espíritu. O sea que algunos volvían a ver a Dios en su zarza o en su carpintería después de confundirlo con ropajes, con arquitectura, con arte, con comodidad, con crueldad o con política. Yo creo que la Iglesia hace bien en sacarnos a Dios así, de vez en cuando, como el abuelo fumando que era en el Génesis, como la hoguera que era en las cavernas, o hasta a los creyentes se les va a petrificar o a olvidar.
Sea como sea, todo vuelve a ser político, útil o utilitarista, humano o personal incluso. La idea de Dios dura poco, es como un breve olor pasajero y por eso una cornisa nos parece su sitio natural
Dios salió de una cabaña y el nuevo papa, León XIV, salió de un frigorífico (esos balcones vaticanos como neveros) igual que un yogur de fresa, yo creo que cargándose el milagro y el asombro, digan lo que digan los entendidos. El nuevo papa, estadounidense y reformista moderado, habló de la paz desde la fragilidad de sus gafitas de alambre y de su cuellito fino, como un Gandhi vaticano, y se diría que está ahí para hacer un poco de contrapeso a Trump o a este nuevo mundo de locos orondos e imperios de calaveras y cimitarras. Pero, sea como sea, todo vuelve a ser político, útil o utilitarista, humano o personal incluso (todos miran ya la biografía y el carácter de Prevost y proyectan su Iglesia como una casita que debe unir la funcionalidad y la personalidad del dueño). La idea de Dios dura poco, es como un breve olor pasajero, es volátil o volandera y por eso una cornisa nos parece su sitio natural, más que los pesados altares, más que los pesados libros de facistol y más que la pesada escolástica.
Para elegir a su papa, la Iglesia se vuelve una cabaña y Dios se vuelve una columna de nube y fuego que sale de ella no como un olor a incienso sino como un olor a estofado, o sea no como en el Éxodo sino más como en una santa cena pobre, pura y cercana. En ese momento, esperando la fumata, Dios no es ni conservador ni reformista, ni doctrinario ni compasivo, ni mísero ni opulento, ni oriental ni occidental, ni teológico ni moral, o lo es todo a la vez, o sea que cumple todos los sueños y esperanzas sin cumplirlos en realidad, que me parece la verdadera misión de los dioses. Yo creo que eso es lo que nos fascina del cónclave, no que se elija un papa entre otros papas como un monaguillo entre otros monaguillos, sino que mucha gente vuelve a esperar al Dios que olvidó o que le traicionó y, cuando aparece con su forma pura de barba blanca, siempre piensa que ese Dios va a ser, esta vez sí, el suyo.
Dios no es nada, apenas el humo que deja la esperanza cuando se moja o cuando se seca en la casa de los pobres o en la casa de los ricos que se disfrazan de pobres. No es nada, apenas esa esperanza trenzada en humo como una columna salomónica que enseguida desaparece. No es nada, quiero decir, hasta que se sustancia en política, en doctrina, en interés o en ingenuidad. Y entonces, claro, ya no parece Dios, o no le parece Dios a todo el mundo, como algunos papas, o quizá todos, no le parecen papas a todo el mundo. Yo creo que mirábamos aquella chimenea porque parecía nuestra chimenea y a ese Dios porque parecía nuestro Dios (los que no creemos en dioses también podemos esperar que al menos la idea de Dios se materialice en algo parecido a nuestras ideas). Ésa era la magia, no la pompa vaticana ni el tintineo de unos señores vestidos como señoras de orfeón.
La idea de Dios jugando con las palomas y con la ceniza, como un niño pobre o agustiniano (el que quería meter el mar en un agujero), dura poco. Quizá dura solamente hasta que nos damos cuenta de que los dioses no hacen nada y lo que hacen los hombres, sea el bien o el mal, tampoco necesita a los dioses para nada. Hasta el Espíritu Santo se disuelve o se disipa en el espíritu humano, que sólo es otra manera de llamar a su naturaleza y a sus humores. En realidad, los dioses han recorrido el mismo camino que los humanos, o sea de lo tribal a lo moral, así que nos siguen a nosotros más que nosotros a ellos. Después de ese Dios vivo y huidizo por los tejados como una salamandra, todo volverá a la política y a la ceremonia (lo único que nos queda de la magia es el símbolo). La teología más simple y reveladora es que hasta los dioses más puros, al final, son sólo unos señores calentándose el café o los pies.
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1 Comentarios
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hace 59 minutos
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Sr Fuentes hable por usted, pero no generalice, sobre todo que lo está usted haciendo sobre la cabeza de cientos de millones de católicos; un poco de respeto inteligente, por favor.
No hay nada peor que un periodista que escribe siempre en modo pseudo gracioso o sarcástico, las gracietas y el sarcasmo tienen corta fecha de caducidad, a menos que destilen más inteligencia que gracia, que no es el caso de este artículo del señor Fuentes.