Iván Espinosa de los Monteros, con libro nuevo y como chapado, y Cayetana Álvarez de Toledo, de purísima y oro, se habían reunido para hablar del futuro de España, de arreglar España, de lamentar España, que sigue siendo la cosa más española que tenemos. En realidad, lo de arreglar España no es tan complicado y siempre lo hemos hecho los españoles con dos capotazos y un jarrillo. Más complicado me pareció a mí lo que consiguieron ellos dos entre volutas democráticas, liberales, económicas o metalúrgicas, o sea no hablar de Vox. Yo soy de los que creen que el problema de España, es decir Sánchez, requiere ante todo un acercamiento metaideológico, pero uno no puede ser un emérito de Vox, ni la otra puede ser el ánima traslúcida que media entre las dos derechas (Ayuso sería más como el ama de llaves apretada de cuello que sube y baja con candelabro por sus escaleras) y entre los dos ignorar el problema de Vox, del encaje de Vox, del pacto con Vox. Sobre todo, con este Vox que es una sucursal de Trump como aquella de la Coca-Cola de Billy Wilder. O sea, que Espinosa de los Monteros y Cayetana, outsiders, versos libres, rara avis, al final parecían Feijóo.
Espinosa (lo voy a llamar así por economía, a riesgo de hacer descarrilar el apellido compuesto sin uno de sus coches) tiene algo de jubilado de Vox, escribiendo libros, como un jubilado de la marina mercante, y echando miguitas a una derecha de palomar, que algo de eso tenía la gente que se había reunido en el Auditorio Rafael del Pino, por las traseras sin encanto de la Castellana. Pero Espinosa no sólo parece haberse ido de Vox, sino haber borrado a Vox, de manera que para él ya sólo hay sociedad civil e ingenieros de caminos. Su libro tampoco habla de Vox (de su encaje, de su problemática), sino que es más bien un manifiesto tecnócrata cuando ya no hay tecnócratas, igual que no hay linotipistas (los partidos no quieren técnicos sino esbirros y hasta en Red Eléctrica nos colocan a una registradora de la propiedad que sólo maneja el mojasellos). Este manifiesto él lo agita como en su isla de náufrago, que a uno le parece una gran ingenuidad en alguien que va de pragmático, ignorar a la partitocracia en el apogeo de los imperios partitocráticos. Igual sólo quiere vender libros, claro. O se hace el ambiguo por lo que pueda venir. No sé, como Feijóo.
Espinosa ha hecho un libro que pretende ser como de hormigón en un mundo de política y pensamiento líquidos, aunque, por lo que he podido ver y escuchar, es, por supuesto, ideológico (a todas las ideologías les gusta confundirse con la ciencia). La verdad es que el título es un poco de conferencia de secta (España tiene solución: hacia un futuro brillante y próspero), pero todo se vende mejor con un poco de optimismo, de paraíso y de vuelo de túnica, sobre todo los milagros. Algo tiene de estampita milagrera el libro, incluso la portada, con cielos arpegiados de nubes y banderas como de arpas, y Espinosa entre beato, baladista, Arguiñano y Jesucristo Superstar. El libro es, ya digo, su receta económica y moral, sus mandamientos liberales o monacales, con un poco de aspiración a biblia sincrética de la derecha o a rosario de papa laico, a la vez útil para la reflexión, para la salvación y para el negocio. Pero a mí me pareció que tanto Espinosa como Cayetana rozaron los dos palos de la portería política, entre la escolástica de ingeniero y el ecumenismo democrático. Y ahora hay que mojarse más.
Cayetana abordaba la solución metaideológica, que uno también defiende y Espinosa se iba hacia el diseño industrial y cultural de la sociedad, como un Le Corbusier liberal
Lo interesante y frustrante de la presentación / coloquio entre Espinosa y Cayetana, con la moderación un poco sacerdotal de John Müller, fue ver esa aproximación asintótica entre Cayetana y Espinosa, que al final se quedaba sin solución, sin límite, sin derivada, sin algo, en cualquier caso discontinua o inconclusa, con su pequeño salto finito o infinito. Cayetana abordaba la solución metaideológica, que uno también defiende (la democracia liberal, el imperio de la ley, el Estado de Derecho, las libertades individuales, la cosa pública no como botín de partido sino como lo común) y Espinosa se iba hacia el diseño industrial y cultural de la sociedad, como un Le Corbusier liberal. Cayetana hablaba de sucesivos “apagones” en la sociedad y en la política, los apagones de “la verdad, la razón, el mérito y la concordia”, que ya digo que son conceptos metaideológicos, salvo para los fanáticos. Sánchez flotaba por ahí, por supuesto, pero no por ideología, sino precisamente por lo contrario, por ausencia de ideología. Espinosa si citó a Zapatero, y puso como solución a casi todo la expresión algebraica “1/Yolanda”, que la verdad es que tuvo gracia, y llamó “lastre” a la izquierda y al separatismo. Claro que el lastre no son la izquierda por izquierda ni el separatismo por separatismo, sino por antidemocráticos. O, al menos, el primer lastre a considerar es la carencia democrática, antes que lo que uno hace con los ministerios, los presupuestos o las banderas. Espinosa parecía más interesado en obviar este matiz, como en obviar a Vox, que, claro, así no hay quien venda libros para salvarnos a todos.
El mundo está en crisis, la democracia liberal está en crisis, la Constitución está en crisis no porque sea vieja o franquista o parezca ya una fideuá seca, sino porque es algo que sirve a todos, no a una tribu ni a un dogma, y eso ya no interesa (esto lo digo yo, no lo decían ellos). Y en eso, más o menos, sí estaban de acuerdo Espinosa y Cayetana. Los diagnósticos tampoco son tan difíciles, sólo hay que mirar el país, o las sesiones de control, o a Iglesias y Puigdemont tocando las maracas de la tribu. Otra cosa es cómo solucionar esto con gente ya no como Sánchez y sus sanchistas juramentados, sino con gente como Feijóo o Abascal. Por eso, tan importante o más que la teoría metapolítica (teoría democrática simplemente) y la teoría agromecánica, era el pragmatismo: qué hacer con Vox, que con un par de voxadas movilizó a la izquierda en las últimas generales hasta hacer posible el milagro de Sánchez. Un Vox que también era el Vox de Espinosa de los Monteros, antes de ser agrimensor jubilado o monje con recetario.
Cuando por fin, desde el público, le preguntaron por Vox, Espinosa se zafó con una gracia sobrada, como si fuera Sánchez: 'Sería una buenísima idea que yo le dijera a Vox qué hacer'
Espinosa llamaba a la responsabilidad, al esfuerzo, a dar la batalla cultural, invocaba a la familia de clase media, que en él parecía casi una familia del tebeo, y a la libertad, esa libertad de los liberales que a veces es grandilocuente, facilona y hasta un poco porno, así como con la teta fuera por dinero. Y hablaba del populismo sin caer en que Vox fue y sigue siendo populista, y del separatismo sin caer en que Vox también es identitarista, y de la España de la Reconquista o del Imperio (esa España con morrión de Abascal) de la que también habla Vox aunque ahora seamos otra vez provincia o virreinato. Cuando por fin, desde el público, le preguntaron por Vox, Espinosa se zafó con una gracia sobrada, como si fuera Sánchez: “Sería una buenísima idea que yo le dijera a Vox qué hacer”, dijo, y dejó la cosa aparcada para el próximo libro o para el próximo apocalipsis. No sé, como si fuera Feijóo. Cayetana, blanca, lenta y viva como una llama, también se quedó flotando en ambigüedades: hay que conseguir una “militancia democrática” por encima de las siglas (¿es compatible la democracia con las sensibilidades finalmente ganadoras en Vox?) y hay que subrayar las coincidencias más que las diferencias (a veces, también olvidar las diferencias, o incluso a Vox).
Yo creo que la gente que fue allí esperaba de verdad la salvación, no un libro. Hasta parecían una derecha de libro, esa derecha eterna que tiene que pelear contra la caricatura antes que contra los discursos. Los apellidos compuestos haciendo cola como para un besamanos (“yo entro sí o sí”, decía una señora con blasones de barbilla y dedo índice), esa gente abrigada a destiempo (eso debe de ser el lujo, sufrir de bufanda, como los poetas pero al revés), las barbas de espadachín, las espadas de bigote, los pañuelos inútiles que sólo les quitan los resfriados a los dandis de caoba, las lacas negacionistas, los perlones amelonados, la gente bien de toda la vida… Por allí andaban Marcos de Quinto, con su cosa de directivo de fútbol, y Alejo Vidal-Quadras, con coderas de maestrillo y escolta igualmente como escolar, y Fran Hervías, que sigue pareciendo interino o gorrón en todos los partidos por los que revolotea. Hasta ellos, ya profesionales o profesionalizados, parecían verdaderamente esperar la salvación.
Pero no, no parece tan fácil arreglar España, ni desde la teoría ni desde el ecumenismo, ni desde el optimismo “no ingenuo”, que decía Cayetana, ni desde la ciencia de puentes y caminos a la que parecía apelar Espinosa. A nada de eso hacen caso los partidos que intentan ganar o sólo sobrevivir. Quizá todos esperábamos un poco de salvación, un poco de luz, otra cosa. Pero sólo era un libro y nuestros problemas siguen ahí después del capote, después del jarrillo y hasta después de las buenas intenciones. Habrá que esperar al cónclave del PP, o ni así, que hasta Cayetana parecía perdida, otra vez, entre los varios purgatorios y duermevelas de la derecha.
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