Preguntó un diputado al presidente de Radiotelevisión Española por lo que había cobrado Bob Pop por acudir a un programa de 59 segundos en el que despotricó, dado que no quería sentarse en la misma mesa que una señora de la ultraderecha. La respuesta escrita está disponible en el repositorio de documentos del Congreso de los Diputados e indica que su remuneración fue aquel día de 450 euros, como la del resto de los “analistas” que acudieron el plató.
Bob Pop no es el responsable último de su presencia en ese debate, que acabó a la gresca. Él estaría en su casa, o donde fuera, cuando recibió la propuesta y, claro, la aceptó. No conozco muchas personas que, en estos tiempos, rechazarían esa paga por ir un rato a la televisión a soltar su perorata, cuya profundidad no es mucho mayor que la de una piscina infantil o la de la anterior metáfora, pero que es suya. Él es así, blande ese discurso con aparente orgullo y no tiene ningún motivo como para estar a disgusto con su forma de pensar. En una intervención en la gala de los Premios Feroz, afirmó: “Vivan las monjas que secuestran autobuses. Abajo las monjas que secuestran niños”. Cuando le echaron de Movistar lo atribuyó al ingrediente comunista que contienen sus alocuciones. Pese a todo, no le ha faltado el trabajo.
Tiende a culparse a este tipo de personajes por aparecer aquí o allá, cuando, en realidad, ellos simplemente acuden a las llamadas para facturar. ¿Cuál es exactamente su responsabilidad? ¿Su rentable actitud almodovariana ante la vida, que les hace interpretar todo a su alrededor de una forma que va entre lo radical y lo ramplón, considerando que las consignas pancarteras son la viva muestra del logos? ¿Exhibir esa especie de superioridad moral que no es más que una manifestación equivocada de ego frágil, fruto de cierta pulsión por repudiar todo lo que les hace sentir inseguros?
La radicalidad es adolescencia. Supone no entender nada. Ser torpe. Estar equivocado. Querer destacar con aspavientos y significarse con chascarrillos. Eso no tiene nada de meritorio, pero no se puede culpar a nadie por ser así. Hay cosas mucho peores. Para mí, pobre de mí, miserable de mí, viajante de metro, remendador de bolsillos y gacetillero infeliz, quisiera su caché, sus bolos y su cuenta corriente.
Irreverentes pro PSOE
Los nuevos tiempos son suyos. Los de Bob Pop y los de esa especie de cómicos de lo moral con perfil televisivo. No es distinto lo que hace Bob Pop a lo de Henar Álvarez o lo de Marc Giró. Podría decirse que representan al familiar aleccionador que cojea de siniestra. El humor de derechas es decadente desde hace décadas. Ya no existe. Es sólo cosa de teatros que acumulan más momias en su aforo que el Valle de los Reyes. El humor de tele pública contemporánea tiene mensaje. Crítica, acidez y mordacidad. Es desafiante en general, aunque rara vez con el que gobierna. De ahí su toque novedoso: son los primeros irreverentes de la historia que no tocan al que manda. Bob Pop es algo así como su catedrático. No sólo alecciona de viva voz, sino que también escribe. Ojo.
No está claro que a la gente le guste todo esto. Al menos, más allá de Twitter y de otros círculos concéntricos. Los datos de audiencia que consiguen no suelen ser espectaculares, pero no así sus contratos. Los 450 euros fueron en realidad una propina. El Terrat ingresa 14 millones de euros por el programa de David Broncano y, según una reciente respuesta parlamentaria, ahora le han correspondido otros 80.000 euros en concepto de comisión por los patrocinios que incluye el programa.
El programa que producen Jordi Évole y sus socios para RTVE, que es el de Henar Álvarez, ya ha facturado 1 millón de euros entre 2024 y lo que va de 2025. Latexou cuesta 579.000 euros. El monólogo navideño de Buenafuente en TV3 -que realiza El Terrat- también cuesta casi 200.000 euros a los contribuyentes.
Hacer caja no es delito ni pecado
Ellos hacen bien. Que la envidia no le ciegue a nadie. Hacer caja no es delito ni pecado. Ven que lo suyo es rentable y que determinada 'línea argumental' permite facturar mucho más y siguen ese camino sin desviarse. Incluso, a veces, convencidos de que lo que dicen tiene cierta profundidad o cinismo inteligente. No logro a entender cómo se puede conjugar la defensa de 'lo público' con facturaciones tan altas por tan poco, pero seguro que para quienes los contratan tiene cierta lógica, cierta utilidad u obedece a una determinada estrategia. El que lo cobra no tiene que considerarlo. Su misión no es facturar ni apelar a la generosidad. Al menos, a la suya propia.
Todo esto desaparecerá porque todo termina. La vida es contingencia y esfuerzos constantes para alcanzar lo efímero. Esto acabará el día que pase de moda esta moral y a ningún presidente se le ocurra reír las gracias en sus redes sociales a Inés Hernand por sus chascarrillos. O cuando los programadores consideren que el humor ácido debe golpear al que gobierna. Mientras tanto, habrá que disfrutar de sus intervenciones y de su forma de explotar clichés que ya no existen, salvo en el universo conformado por su audiencia y de su entorno, que a veces es tan grande como una cáscara de nuez. Que puede caber perfectamente en un loft en Malasaña o en el ensanche barcelonés.
Dijo Inés Hernand el miércoles que se alegraba de alimentar a tantos periodistas estos días, los cuales se dedican a criticar La familia de la tele. “Ojalá mis tetas pudieran dar de comer a toda España”, expresó. Me temo que en este caso el proceso sucede al revés. Son los españoles los que apoquinan. Ella, cobra.
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