Después de 47 años de atentados, lucha armada y conflicto, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) ha entregado las armas. El fin del conflicto kurdo va a marcar el inicio de una nueva etapa regional, en la que se puede poner al día la agenda turca, y al mismo tiempo empezar a pensar en las regiones orientales turcas como un elemento trascendente.
El establecimiento de rutas comerciales entre Irak y Turquía a través de la provincia iraquí del Kurdistán y la creación de un nuevo orden en Siria, donde los kurdos se han integrado en la nueva administración, dejaron muy debilitada la posición de las milicias armadas en Turquía. El terremoto que sacudió la región kurda en febrero de 2023 mermó socialmente la zona, y la necesidad económica de reconstrucción y el establecimiento de nuevas rutas comerciales, forzaba más aún una paz negociada.
Devlet Bahçeli, presidente del Partido de Acción Nacionalista (MHP, en turco), de carácter ultranacionalista, y referente de los Lobos Grises, ha sido quien ha llevado a cabo la negociación con el HDP, prokurdo. Desde el ultranacionalismo turco han apoyado las negociaciones con el PKK porque ponían fin a la lucha secesionista kurda.
El largo proceso diplomático culminó con la disolución del PKK, la liberación y amnistía para su líder Abdulá Öcalan, quien llevaba desde 1999 preso, y la completa normalización del Partido Democrático de los Pueblos, nacionalista kurdo y a favor de las minorías nacionales de viven en Turquía.
Con el fin del conflicto armado se consiguen sentar las bases de una nueva estructura económica en las provincias turcas orientales. La necesidad de estabilizar las fronteras con Irak, Siria e Irán forma parte de la agenda política de Erdogan.
La necesidad estratégica de Turquía de consolidar una salida marítima hacia el Golfo Pérsico se ha convertido en un vector clave de su política exterior. Esta proyección solo puede materializarse mediante el control efectivo de corredores que históricamente han estado bajo influencia del PKK, como las provincias de Şırnak, Cizre y Batman. La estabilización de estas zonas tiene como objetivo, además de la seguridad interna, la reconfiguración del orden regional bajo parámetros neootomanos.
En este contexto, la formación del nuevo gobierno en Siria, respaldado por Ankara y Doha, ha abierto una ventana de oportunidad. Las áreas anteriormente disputadas por el PKK y otras milicias kurdas comienzan a ser integradas en una arquitectura de seguridad más favorable a los intereses turcos. Ciudades como Diyarbakır, Mardin, y el eje que va desde Şanlıurfa hasta Kahramanmaraş, experimentan una relativa pacificación que permite la reconstrucción civil, y la habilitación de infraestructuras logísticas y comerciales.
Este giro tiene implicaciones económicas directas. En un momento en que Turquía atraviesa un momento delicado, la resolución del conflicto kurdo actúa como catalizador para atraer inversión extranjera. Más aún, el levantamiento progresivo de sanciones sobre la nueva administración siria amplifica el atractivo regional para el capital internacional. La paz, en este caso, no es solo un fin en sí mismo, sino un instrumento de proyección económica y geopolítica.
Además, el hecho de que Erdogan acabe con uno de los conflictos más largos de la historia turca, también le hace ganar cierta estabilidad interna, y más en un momento donde las encuestas son adversas hacia él y hacia el AKP, su partido. En redes sociales, la reacción es comparada a la entrega de armas del IRA y de ETA. Más allá de las filias y fobias de cada uno, el comportamiento del PKK era similar al de estas dos organizaciones.
En conclusión, ahora empieza una nueva etapa en Turquía. El hecho que se ponga fin a casi cincuenta años de conflicto armado continuado puede servir para proyectar aún más la presencia turca en las fronteras de Siria e Irak. También podrá haber una asimilación de los kurdos a la política y al nacionalismo turco.
Con el fin del conflicto se da una salida a los secesionistas kurdos y Erdogan logra una vía para expandirse económicamente en la región que controlaba el PKK"
El hecho de que haya sido Devlet Bahçeli, con el visto bueno del presidente Erdogan, quien ha llevado a cabo las negociaciones, muestra cómo más que buscar la paz todos necesitaban la paz. La lucha contra el PKK ha supuesto la militarización de la seguridad nacional turca en muchos ámbitos, incluso ha justificado la presencia militar turca en Siria e Irak. Con la entrega de armas estas operaciones dejan de tener sentido, y por lo tanto pueden facilitar las conexiones económicas entre ambos países.
Así pues, podemos leer la entrega de armas en dos direcciones. Por un lado, se ha dado una salida acordada a los secesionistas kurdos en un momento en que no tenían aliados regionales, y el coste de seguir con las operaciones era extremadamente elevado para la agenda turca. Por otro lado, Erdogan necesitaba esta paz si quería expandirse económicamente en la región, ya que el territorio que controlaba el PKK era imprescindible en la nueva etapa diplomática de Ankara.
Guillem Pursals es doctorando en Derecho (UAB), máster en Seguridad (UNED) y politólogo (UPF), especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado.
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