Hay poetas y políticos que se van con pañoleta y bayeta, como una señora de día de difuntos, a Colliure, a la tumba de Antonio Machado, que parece una chimenea de pobre (toda la poesía, poéticamente, parece combustible de chimenea o de hornillo de pobre). La chimenea de pobre o la cocinilla de pobre de Machado la limpian el poeta, el político o la señora con su paño de lágrimas y su bufanda de hojas otoñales y luego vuelven a casa más poetas, más políticos o más señoras con pesado luto de suspiro, esas señoras a las que el suspiro les pesa como una comodita de estilo Remordimiento. Hay poetas, políticos o particulares que se van a Colliure como a Covadonga, incluso reviviendo el viacrucis interior y exterior, literario y político de Machado, con todos sus exilios, el sevillano, el republicano, el humano, el poético, el escolar, sangrando cada uno por una llaga. A mí eso no me parece homenaje sino santería, que todos ellos van como a ver huesos de un santo, unos a que les haga el milagro de la inspiración y otros a que les haga el milagro del voto comprometido o cultureta, esa gente que vota para dejar caer luego su voto en la conversación como se deja caer a Tarkovsky o Foucault.

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Ahora, con el 150º aniversario del nacimiento de Machado, hay peregrinaje de poetas, todos con cayado de pipa y cogulla de bufanda, y hay peregrinaje de políticos, todos con escapulario o suvenir de patio sevillano o campo de Castilla (al político le basta con hacerse un escapulario o un suvenir con el artista, que siempre le queda algo salvaje o incluso asesino, como el que se hace una cartera o una corbata con piel de cocodrilo). Hay, en general, mucho peregrinaje de plasta machadiano, que es como el plasta cervantino o el plasta lorquiano, alguien que normalmente no ha leído o no ha entendido a Machado, a Cervantes o a Lorca, sólo los ha comprado en sus aldeanismos, sus romanticismos (imposibles romanticismos barrocos) o sus folclorismos. O sólo los ha comprado en su política, porque le suenan a política como suena a política un megáfono, y eso a uno le parece una traición, un menosprecio o una condena al artista. El verdadero artista, el que lo es con política o sin política, yo creo que se queda en su vida de anafe y en su tumba de anafe, y luego tiene que soportar a un montón de plastas que van a hacerle la reverencia con el sombrero, como espadachines de cafetín, más como si fuera una cabaretera viva que un poeta muerto.

Llega el plasta machadiano, que es otro plasta español, como el plasta del fútbol, como el plasta de la política, reduciéndolo y reconcentrándolo todo en su fetiche o su estribillo. Por supuesto, ni Machado, ni el fútbol ni la política tienen culpa de esto, sino la España que no puede dejar de helarnos el corazón (el buen poeta no es el que tiene el don del retruécano, sino el de la exactitud, y esta exacta metáfora de España nos muestra un buen poeta, no un diletante ni un pueblerino). Machado parece el poeta de los que no leen poesía, un poco como nuestro Neruda, y parece el español corrientito que poetiza la cotidianeidad, pero Machado es más universal que castizo y más introspectivo que paisajista. Algo así le ocurre a Pessoa, otro poeta de ventanuco que, sin embargo, ilumina todo el mundo y todo lo humano desde ese ventanuco.

Hay, en general, mucho peregrinaje de plasta machadiano, que es como el plasta cervantino o el plasta lorquiano, alguien que normalmente no ha leído o no ha entendido a Machado, a Cervantes o a Lorca

Es cierto que a uno la Generación del 98 le parece una generación como de boina (Umbral decía que Machado iba como con sombrero de piedra, que es como ponerle a esa boina española del 98, encima, un murallón castellano). Frente a la libertad, la experimentación y la novedad del 27, que yo siempre preferiré, Machado parece no ya un maestro de escuela sino un labriego de la poesía. Sus herramientas, quizá las herramientas de su época o de su mundo, son más aperos que alas, esas “alas del tamaño de la nieve” que recuerdo que también cita Umbral atribuyéndole el hallazgo a Aleixandre (yo ahora no encuentro ese verso), un hallazgo en todo caso inalcanzable para Machado. Pero Machado, aun teniendo lírica escasa y rima de cabañuelista, tiene ojo de poeta y exactitud de poeta, algo que ya no tiene casi nadie, ni siquiera los escritores que van con la bufanda de piedra como el sombrero de piedra de Machado, con el ramo de piedra como una novia de piedra, a pedirle ser su viuda ante su tumba con brocal, como un fresco pozo andaluz anidado de flores y palomas.

El plasta machadiano no se da cuenta de todo esto, no se da cuenta de casi nada en realidad, sólo recuerda a un Machado como el latín de la escuela o la lluvia machadiana de la escuela, tan tópica y tan latera. O sólo revive el exilio de Machado en su propio exilio o en su propia necesidad de exilio, ya sea literario o político, hasta hacer de Machado sólo un mártir que ya no importa si era poeta o zapatero. El plasta machadiano a lo mejor ni ha leído a Machado, o lo ha leído escuchándolo en Serrat, confundiéndolo con algo de Eurovisión. El plasta machadiano a lo mejor no ha leído más poesía que Machado, ni más filosofía que la de Juan de Mairena, pero con todo eso se le ha quedado de la poesía, o de la filosofía, o de España, un sonsonete de zarzuela. El plasta machadiano incluso puede saber todo esto, incluso puede haber leído todo Machado y todo lo que superó a Machado, antes y después que Machado, y seguir persignándose ante el olmo hendido por el rayo como ante un cristo sevillano de madera o de forja, que no es plan de insultar a los dioses de la poesía ni de la política.

Llega el plasta machadiano, que ya va siendo mucho plasta aquí, cada uno con su mercancía. Pero eso no es culpa de Machado sino del españolito que sigue siendo machadiano, ya ven la eternidad del poeta, la eternidad del arte. El plasta machadiano incluso puede que no se limite a ir a Colliure como una pastorcita de Fátima, a morirse en la chimenea o en un nido de cigüeñas de la poesía, a llorar en el sombrero, a volver a escribir versos de maestrillo o de zapatero con campanazo de todo el pueblo o de toda España. El plasta machadiano puede que incluso nos pida el voto, no para él sino para Machado, que sigue recolectando votos y flores desde su tumba o su tarima. Algo tendrá la política, como la poesía, que hace brotar, más que nada, anhelo eterno, fetichismo y lealtad.

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